Millennials a los 40, vivimos mejor que nuestros padres pero no podemos pagar una vivienda

La independencia de los millennials se contrapone al acceso a la vivienda de sus padres.
La independencia de los millennials se contrapone al acceso a la vivienda de sus padres.

Se entiende que la calidad de vida de los millennials supera a la de la generación de nuestros padres en tantos aspectos que asimilarlos cuesta a los ‘viejos’ alguna que otra preocupación. Los avances tecnológicos facilitan y expanden las opciones vitales de los jóvenes en lo laboral (que no en salario) gracias al aumento del teletrabajo y la posibilidad de emprendimiento; se viaja harto, con vuelos más accesibles y mayores posibilidades gracias al gran número de compañías aéreas disponibles; en general, como generación, vivimos la vida de otra manera, le sacamos jugo y nos la bebemos casi sin pulpa de tanto exprimirla. Tanto es así, que ese concepto de asentar la cabeza nos provoca urticaria. Retrasamos los matrimonios, incluso elegimos compromisos alternativos a los tradicionales con más asiduidad y cada vez tenemos hijos más tarde. Libertad divino tesoro.

Qué placer vivir el presente como ninguna otra generación antes de darnos cuenta que los cuarenta están a la vuelta de la esquina. Los cuarenta, tú. Y a muchos se les empieza a mover el estómago de norte a sur y de este a oeste; de repente, el peso de la despreocupación se deja llevar por la gravedad. Hay a quien la temida crisis de los 40 les llega de anticipo, o la ven venir de tal manera que la incertidumbre les sienta en una silla desde la que desmembran la realidad. A ver, por dónde empezamos. Hacerlo por la base es lo suyo, y cada quién tendrá la suya, aunque una de las más comunes es la vivienda: “no tengo donde caerme muerto”.

Desde hace décadas hasta la crisis de 2008 era sencillo conseguir hipotecas.
Desde hace décadas hasta la crisis de 2008 era sencillo conseguir hipotecas.

Quizás esta sea una de las mayores diferencias de los millennials con respecto a la generación anterior. La posibilidad de adquirir una casa es en general una misión casi imposible para los nacidos entre 1980 y 1996. Antes, las preferencias eran distintas y el mercado permitía una alienación con el sistema convencional sin los dolores de cabeza de la actualidad. En España y otros países había trabajo suficiente y los sueldos eran acordes con el precio de los hogares. Pedir una hipoteca era más sencillo y no hacía falta tener unos ahorros estratosféricos para que la concedieran. El status quo iba de lujo, las parejas se asentaban antes, el trabajo generaba ingresos suficientes y todo iba como la seda. Mayor natalidad, más comidas fuera con la botella de ginebra sobe la mesa y los bancos frotándose las manos mientras los promotores construían sin miramientos. La pompa se llenaba de aire.

No hace tanto, antes de la crisis de 2008, un 54 por ciento de los menores de 29 años de edad tenía un piso en propiedad y un 32,3 por ciento vivía de alquiler. En la actualidad, alrededor de un 48,9 por ciento están rentando una vivienda y un 26 por ciento han podido cumplir con los requisitos para comprar una casa. La diferencia con respecto a hace poco más de una década, o cuando nuestros padres dibujaban su futuro con una firma en la sucursal, es que ahora hace falta tener una burrada de dinero ahorrado para que los bancos brinden hipotecas. Para empezar, éstos no pueden conceder por ley más de un 80 por ciento del precio de la vivienda, por lo que como mínimo su 20 por ciento de entrada no lo quita nadie, pero las cifras suelen ser mucho mayores por culpa de la inestabilidad laboral.

En la actualidad, se tienen hijos más tarde que en los años ochenta.
En la actualidad, se tienen hijos más tarde que en los años ochenta.

La línea cronológica de muchos millennials es difusa. En EEUU, los millennials son la primera generación que no superan a sus padres en estatus laboral, salarios y acceso a hogares. Según datos de Eurostat, en España, la media de edad para emanciparse es de 29,3 años. A esas alturas, muchos de nuestros padres ya nos tenían correteando y experimentando con el culillo de esa bebida tan rara y espumosa reservada para mayores. Pero para agria, la dichosa crisis. La carencia y la precariedad laboral que ha condicionado a toda una generación y ha hecho imposible ahorrar dinero suficiente para dejar de alquilar y dar el salto a la propiedad. Y por si no fuera suficiente, los irrisorios salarios hacen que una gran cantidad de jóvenes tengan que dedicar un 60 por ciento de sus ingresos mensuales a pagar el préstamos hipotecario. Según el Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud, el 45 por ciento de aquellos que tienen entre 20 y 29 años considera que gozan de menos oportunidades laborales que sus padres. No les falta razón.

Y así, a las puertas de los 40, sentados en una silla mientras desmembramos nuestro futuro, hay quien se da cuenta de la cantidad de dinero que se ha dejado en alquileres y en la divina libertad. Que nos quiten lo ‘bailao’, pensará buenamente más de uno mientras hace cuentas y ve que las previsiones para 2020 es que los salarios no incrementen y que los precios de la vivienda lo hagan en torno a un 3 por ciento. Menos que en los años anteriores después del repunte del tercer trimestre de 2018, pero igual de doloroso.

Una buena parte de los millennials están más cerca de la menopausia que de la pubertad y el contexto socioeconómico en el que viven les ha convertido en víctimas de una realidad muy complicada. Pensar fríamente en conceptos como jubilación, pensión, inversión paraliza a más de uno mientras sigue bebiendo el jugo del presente, de una vida de realidad muy distinta a la de décadas pasadas, pero, quizás, no por ello peor. ¿Goce y despreocupación para los que nos se pueden permitir el lujo del término medio o responsabilidad y estabilidad? Quién sabe.

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