¿La moda canceló la cancelación?
“Ascenso y caída - John Galliano”, el largometraje documental sobre la caída y deshonra del exdiseñador de Dior después de lanzar ebrio una diatriba antisemita dentro de un bar en París en 2011, así como su prolongado retorno a la cima, es interesante por varias razones. Es una oportunidad para escuchar a Galliano hablar de sus luchas, por un lado, y para rememorar el mundo de la moda de la década de 1990. Sin embargo, es igual de sorprendente la cantidad de textos de opinión que ha inspirado con el fin de reflexionar acerca de las transgresiones, el arrepentimiento y, al parecer, el estado actual de perdón de Galliano.
En efecto, la mayor importancia de la película quizá tenga que ver menos con la historia relatada que con lo que parece representar: el final oficial de la época de exilio de Galliano. Sirve de epílogo para un periodo que comenzó cuando lo despidieron de Dior y lo condenaron por crímenes de odio y terminó tras una larga etapa de expiación y un nuevo empleo en Maison Margiela, donde la obra de Galliano se celebra de nuevo.
También marca el final de una era de la indignación, sobre todo en la moda. “Pareciera que, al final, está permitido que todos regresen”, comentó Achim Berg, antiguo dirigente del grupo internacional de ropa, moda y productos de lujo McKinsey & Co.
Aunque hay personajes de otros sectores que fueron cancelados y regresaron a la vida pública —por ejemplo, Aziz Ansari y Louis C. K.— la moda es única en cuanto a la manera en que usa a la gente para humanizar a las marcas, por lo que sus acciones, al igual que sus creaciones, están conectadas de manera intrínseca con el destino de una compañía mucho más importante.
Quizá el único equivalente es el mundo restaurantero, aunque los diseñadores y las celebridades en general gozan de un mayor renombre que incluso los chefs más famosos, y las implicaciones financieras son significativamente superiores. Como resultado, es posible que, en este caso, como con muchas tendencias, adonde va la moda, va la cultura. O viceversa.
Después de todo, más allá de Galliano, en una breve lista de personajes alguna vez repudiados y, ahora, redimidos se encuentran:
— Ye, antes conocido como Kanye West, el artista vilipendiado que perdió acuerdos corporativos después de hacer declaraciones racistas y antisemitas en 2022. No obstante, el mes pasado Ye apareció en la primera fila en el desfile de Marni y actualmente aparece en el catálogo del décimo aniversario de Y/Project, junto con Charli XCX y Tyga. A pesar de que Adidas terminó su colaboración oficial con Ye, la compañía sigue promocionando y vendiendo productos de la marca Yeezy.
— Balenciaga, linchada en las redes sociales en 2022 después de que una campaña publicitaria para las festividades mal diseñada provocó que algunas personas alegaran que la marca estaba promoviendo la pornografía infantil. Ahora, no solo cuenta con el sello de aprobación de embajadores como Kim Kardashian (célebre admiradora de la marca que se distanció de ella después de la controversia, pero que ahora ha vuelto a apoyarla de manera muy pública), Nicole Kidman y Michelle Yeoh, sino que ha encontrado un impulso nuevo tras un desfile reciente muy alabado, con el que remplazó la autoflagelación y el arrepentimiento por la expresividad electrizante.
— Dolce & Gabbana, que cayeron en deshonra en 2018, cuando la marca pareció ofender a toda China con una campaña publicitaria que dependía de estereotipos raciales y que fue precedida por varias ofensas relacionadas con el tamaño y la orientación sexual de las personas. En 2022, la marca no solo patrocinó toda una boda Kardashian, sino que también colaboró con Kim y ha estado en todas las alfombras rojas recientes. Usher y Alicia Keys usaron la marca en el Supertazón, que tuvo una audiencia televisiva de 123,7 millones de espectadores.
— Marchesa, fundada por Georgina Chapman, exesposa de Harvey Weinstein, adoptó un bajo perfil tras la denuncia de los delitos de Weinstein, pero de nuevo se ha convertido en marca indispensable para vestir a celebridades como Hannah Waddingham y Padma Lakshmi en las entregas de premios.
— Alexander Wang, acusado de conducta sexual inapropiada en 2021, llegó a un acuerdo extrajudicial de la demanda y celebró un desfile el año pasado al que asistió la crema y nata de Nueva York y Los Ángeles.
Teorías de relatividad
Es fácil descartar la inconstancia de la moda como producto de su superficialidad —después de todo, se trata de una industria basada en impulsar cambios casi cada cuatro meses—, pero puede estar ocurriendo algo más complicado y significativo.
“Creo que está directamente relacionado con la actual obsesión de la industria por la discreción y el decoro, su naturaleza no conflictiva y su aversión al riesgo”, afirmó Gabriella Karefa-Johnson, estilista y activista, en referencia a la tendencia de la moda de ser cuidadosa y evitar riesgos ante un clima económico y político incierto, a acoger de nuevo a personajes conocidos (por ejemplo, diseñadores varones, blancos y con el mismo vello facial), aunque tengan algo en su pasado que pueda resultar bochornoso.
Berg señaló que quizá es simplemente una cuestión de proporción. “Hay tantas tensiones en el mundo en este momento, con tantas implicaciones enormes, que todo lo demás parece menos grave en comparación”. Además, dijo, “tras las últimas elecciones estadounidenses, todos los parámetros sobre lo aceptable e inaceptable cambiaron” y no solo en la moda. Según cree, la cultura de la cancelación puede haber sido un fenómeno de la pandemia de COVID.
“Es posible que estemos experimentando cierto grado de fatiga por la indignación”, sugirió Susan Scafidi, fundadora del Instituto de Derecho de la Moda de la Universidad de Fordham en Nueva York. “Con las olas de escándalos, la primera es la peor, pero cada disculpa que aceptamos colectivamente disminuye el dramatismo del próximo incidente”.
Esto es especialmente cierto cuando las acciones por las que se piden disculpas varían tanto, desde agresiones sexuales a delitos de odio, pasando por ofensas raciales o culpabilidad por asociación, y desde delitos reales que pueden ser llevados a un tribunal de justicia hasta crímenes juzgados en el tribunal de la opinión pública.
Sin embargo, como señaló Julie Zerbo, fundadora del sitio web The Fashion Law, los detalles y la gravedad de los delitos pueden diferir, pero los argumentos son a grandes rasgos los mismos. Primero, hay una protesta en internet, después una disculpa y, luego, el acusado desaparece para “concentrarse en el trabajo” (o algo parecido), un periodo de inactividad y, luego, un resurgimiento: la aceptación tras el escarmiento. Ese patrón se ha vuelto tan predecible que es casi rutinario. Y fomenta la tendencia a ver todos los casos como iguales, a confundir los más graves con los menos graves.
Crimen y castigo
¿Hay algo imperdonable? “En el caso de quienes no recuperan su antiguo estatus —me vienen a la mente Anand Jon y Harvey Weinstein—, una razón clave es que sus transgresiones son tan graves que interviene el poder judicial”, explicó Scafidi.
También cabe señalar que, como dijo Zerbo, lo que ocurre en la cámara de resonancia de, por ejemplo, la moda en X (antes conocida como Twitter) y lo que sabe el consumidor global puede ser diferente. Balenciaga nunca experimentó en Asia el mismo rechazo que en Occidente. Y aunque las celebridades se mostraron recelosas de Dolce & Gabbana durante unos meses tras el estallido en China, pronto volvieron cuando las alfombras rojas (y los viajes gratis a Italia para asistir a la extravagancia de la alta costura) las llamaron.
“Ninguna de estas personas fue cancelada en realidad”, aseguró Karefa-Johnson. Simplemente, dejaron de estar en el centro de atención. “Con el paso de suficiente tiempo, los cancelados regresan, gracias a su trabajo, su ‘genio’ persistente, su potencial para ganar dinero o su capital social, que nunca llegó a depreciarse del todo”, afirmó Karefa-Johnson.
Para Anna Wintour, editora de Vogue, que desempeñó un papel decisivo en el regreso de al menos tres de los diseñadores cancelados —Galliano, cuyo regreso a la moda ayudó a orquestar; Chapman, a quien presentó en Vogue en 2018, y Demna de Balenciaga, cuyo “mea culpa” publicó a principios del año pasado—, esto es más una corrección del curso después de una reversión a la mentalidad de la mafia.
“Para mí, la cuestión no es solo el perdón, sino también la severidad con la que juzgamos a las personas en primer lugar”, escribió en un correo electrónico. “Creo firmemente que nuestra cultura ha empezado a avanzar demasiado rápido hacia la condena, hacia un sentimiento de certeza de que determinadas ofensas o errores son imperdonables. La verdad es que rara vez conocemos la historia completa, y todos tenemos defectos”.
El problema es cómo medir el arrepentimiento. Nadie puede mirar en el alma de otra persona. ¿Se trata del dinero destinado a perpetuidad a la parte perjudicada? ¿La obra en sí? La vergüenza pública requiere un acuerdo público sobre lo que constituye la expiación y cómo puede o debe evaluarse, y ese es un tema mucho más difícil de abordar. En realidad, es más fácil encogerse de hombros y seguir adelante.
“Hablando por mí, no he perdonado a Dolce & Gabbana”, dijo Karefa-Johnson. Se ha negado a fotografiar ropa de esa marca durante los últimos cinco años, en parte porque la disculpa pública le pareció poco convincente. “Para mí, hay un camino muy claro hacia la redención. Se parece mucho a una reparación económica”.
La cuestión, según Scafidi, es la siguiente: “Al fin y al cabo, los consumidores eligen la moda mirando el espejo, no al diseñador que hay detrás. Puede ser difícil apartarse de un atuendo favorecedor para defender un principio invisible”. Y adonde van los consumidores y sus carteras, van las empresas. Hasta cierto punto, siempre ha sido así.
c.2024 The New York Times Company