Monkey Man, el despertar de la bestia: un prometedor debut como director a pura patada de Dev Patel
Monkey Man: el despertar de la bestia (Estados Unidos-Singapur-India/2024). Dirección: Dev Patel. Guion: Dev Patel, Paul Angunawela y John Collee. Música: Volker Bertelmann. Fotografía: Sharone Meir. Elenco: Dev Patel, Sobhita Dhulipala, Sharlto Copley, Sikandar Kher, Adithi Kalkunte y Makarand Deshpande. Duración: 121 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años con reservas. Nuestra opinión: muy buena.
Este film es el debut como realizador del actor Dev Patel (¿Quién quiere ser millonario?), aunque no parece la película de un actor y mucho menos un debut. No se trata de un largometraje dedicado al desarrollo de personajes complejos presentados en escenas teatrales cargadas de diálogo sino de una película de superacción pura y dura, cuya búsqueda formal se concentra en modos innovadores de noquear a un oponente en medio peleas coreografiadas como un ballet delirante y ultraviolento.
Sus méritos están en la puesta de cámara y la edición, realizadas con ojo experto, antes que en atributos originados en el texto o la actuación. Evidentemente, en sus años formativos, Patel debe haber consumido más Bruce Lee que Shakespeare y ahora cobra los dividendos. La película es sincera con respecto de sus fuentes. Un destilado de lo mejor del género, Monkey Man cita algunas escenas de la filmografía del gran artista marcial de Hong Kong o de la hiperkinética saga indonesia La redada y nombra abiertamente a su influencia más notoria: al promediar el primer acto, el protagonista quiere comprar un arma y vendedor le ofrece una “réplica china de la misma que usa John Wick”. Esta es la réplica india de ese film.
Tal como ocurre en la franquicia protagonizada por Keanu Reeves, esta historia parece armada como un Lego de tropos cinematográficos: el desvalido que se revela mucho más fuerte de lo que parecía, la herida que lleva a la transformación y la venganza como motor de todo. En los bajos fondos de la ciudad imaginaria de Yatana, idéntica a Bombay, Kid (Patel) se gana la vida siendo molido a palos en peleas clandestinas. Eventualmente, consigue trabajo como mozo en un club al que asiste la clase privilegiada. Esto, que parece una clara mejora en su situación traumatológica y social tiene otros motivos: sus manos quemadas sugieren una cicatriz más profunda que exige reparación. Pronto se revela un plan para vengarse de un crimen por el que responsabiliza a la elite de la ciudad, incluido un líder político nacionalista y autoritario que refleja al primer ministro Narendra Modi. Como Wick, para consumar su venganza, Kid tiene que pelearse contra el mundo aunque no lo hace solo sino en una alianza con la casta de los marginales, en una lucha de clases que se resuelve con golpes de jiu-jitsu y que intenta mostrar que esta película de acción salvaje no está totalmente desenganchada de los conflictos del mundo real.
El relato está plagado de repeticiones: en este caso obsesivos flashbacks que muestran días felices de la infancia, a una mujer que acaso sea la madre del protagonista y confusos episodios de violencia cuyo misterio, a fuerza de insistir, decrecen en interés y ralentizan la narrativa. Esta vuelta de lo mismo revela el complejo de “segunda pantalla” que padece el cine actual, en especial el creado para plataformas de streaming (originalmente esta película iba a estrenarse en Netflix). Estos films asumen que tienen un público con la capacidad de atención de un colibrí y que no puede dejar de mirar su celular. Para los espectadores que aún sean capaces de concentrarse en una sola pantalla, todo parece en movimiento frenético al tiempo que la narración reparte poca información nueva. A pesar de eso, el humor y, sobre todo, la búsqueda continua de novedad y estilización en el modo de registrar la violencia son cautivantes y ofrecen momentos de cine puro.