Muerde: Luciano Cáceres recrea con potencia a una criatura marginal, abandonada a su suerte
Autor y director: Francisco Lumerman. Intérprete: Luciano Cáceres. Escenografía: Agustín Garbellotto. Luces: Ricardo Sica. Diseño sonoro: Agustín Lumerman. Sala: Timbre 4, México 3554. Funciones: domingos a las 18. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Creador de espectáculos muy destacados dentro del circuito alternativo como El amor es un bien y El río en mi, el actor, docente y director Francisco Lumerman se propone en Muerde (texto que ganó el segundo premio en dramaturgia del Fondo Nacional de las Artes, en 2015 y luego estrenó en Lima, Perú, en 2022) desarrollar un thriller psicológico que expone la realidad de René, un muchacho abandonado a su suerte por su familia.
La acción transcurre en un viejo galpón en el que René ayuda a su padre a construir ataúdes. El chico vive ahí desde pequeño. Su núcleo familiar no le permite habitar la gran casona en la que viven el progenitor, su segunda esposa y un nuevo hijo de este matrimonio. René posee cierto retraso madurativo y esto hace que los suyos hayan decidido dejarlo recluido en ese ambiente hostil, plagado de un aire cargado de aserrín y en el que la soledad no hace más que forzar al personaje a entregarse a sus pensamientos más perturbadores.
Al cabo de 50 minutos René cuenta su historia desgarradora, de manera algo fragmentada, por momentos. Intenta ordenar sus ideas pero solo siguiendo un estilo personal que ha conseguido desarrollar a fuerza de tratar de entender ese sino trágico al que lo han entregado quienes deberían protegerlo y ayudarlo a fortalecerse.
Él ha decidido crecer como puede, en la miseria, sucio, pero posee una capacidad de supervivencia muy atractiva. Sigue las indicaciones de su padre, acepta el rechazo de su madrastra y medio hermano; se relaciona a veces con Rosa, con quien ha descubierto su deseo sexual y va descubriendo, de a poco, el devenir de una sociedad pueblerina para quienes, por las noches, se anima a delinquir, en beneficio de los otros.
El texto de Francisco Lumerman es muy potente a la hora de construir a esa criatura marginal, describir el ambiente que habita y también logra dar forma a unas imágenes intensas cuando tiene que colocar al personaje en ciertas situaciones, a veces sumamente violentas. El autor demuestra mucha seguridad a la hora de delinear ese perfil psicológico que arrastrará la atención de un espectador siempre expectante, que no podrá intuir de antemano cuando tocará fondo el personaje.
En tanto director el mismo creador logra moldear en el cuerpo de Luciano Cáceres a ese ser indefenso en sus más íntimos detalles. Su manera de describir quien es, encontrando el gesto exacto, el tono de voz adecuado o cuando hace unos silencios en los que queda muy claro que su pensamiento no se detiene. Cuando deja de hablar el intérprete sigue permitiendo que su interior no se detenga, su proceso de creación se mantiene muy activo. Y esto aporta una grandeza arrolladora al espectáculo.
Cáceres asume este rol exponiendo un profundo compromiso emocional y provoca que la historia que narra se torne cada vez más conmovedora. Además su imaginario trasciende con mucha fuerza y quien observa puede, a la vez, recrea en su mente las figuras de esos hombres y mujeres con los que posee relaciones muy provocativas, dolorosas y hasta repugnantes.
Esa galería de seres patéticos, siempre provenientes de un contexto marginal extremo que va apareciendo, no hacen más que engrandecer la figura de ese joven aniñado que posee una conducta tan particular que puede resultar enternecedor a veces y otras un animal agresivo y despiadado que mata a los de su misma raza.
En la construcción de esta puesta en escena resultan muy significativos y sumamente poéticos los aportes de Ricardo Sica (iluminación) y Agustín Lumerman (diseño sonoro).