Murió Alejandra Darín, la actriz por naturaleza que representó muchos roles en la ficción y en la vida real
“Con inmenso desconsuelo despedimos a nuestra querida compañera Alejandra Darín, Presidenta de la Asociación Argentina de Actores y Actrices. Con una trayectoria como actriz de más de medio siglo en teatro, cine y TV, se destacó también por su incansable defensa de los derechos de nuestro colectivo artístico y su profunda sensibilidad social. Acompañamos a sus hijos Antonia y Fausto, a su hermano Ricardo, familiares y seres queridos, abrazándolos en este duro momento”. Así comienza el comunicado difundido esta mañana por la Asociación Argentina de Actores, dando cuenta de la muerte de la actriz, de 62 años. Las causas del deceso aún no fueron reveladas. Rápidamente, las figuras del mundo del espectáculo, la cultura y la política recurrieron a las redes sociales para despedirla.
Dicen los que creen en esas cosas que las personas nacidas bajo el signo de Géminis son de curiosidad inagotable. En el caso de Alejandra Darín podía ser, porque su avidez por descubrir el mundo la llevó a querer ser veterinaria, azafata, escritora, psicóloga... Claro, no tenía más de diez años y ante sus ojos las posibilidades eran infinitas: “Qué bueno poder hacer todos los días algo diferente, para después poder elegir”, repetía mientras escuchaba por enésima vez “Over The Rainbow”, su canción favorita.
Con inmenso desconsuelo despedimos a nuestra querida compañera Alejandra Darín, Presidenta de la Asociación Argentina de Actores y Actrices. ¡Gracias, Alejandra! Continuaremos tu tarea, honrando tus valores, tu dignidad y tu compromiso. https://t.co/Kr0JZAf4YT pic.twitter.com/YJGtzUCarA
— Asociación Argentina de Actores (@actoresprensa) January 15, 2025
Por entonces, aunque como juego, su profesión ya estaba marcada a fuego: a los 5 años había aparecido como la hija de Jorge Porcel en televisión y a los 9 debutaba con papel propio en La selva es mujer, junto a Leonor Manso y Víctor Hugo Vieyra. No había caso, era herencia genética nomás, la misma de su hermano Ricardo, y otorgada por partida doble: Renée Roxana y Ricardo Darín (padre), hacía años que transitaban ese camino, y ella se enamoró de la actuación: “Lo vivía como algo muy natural -contaba en una entrevista de 2012-. Yo no pedí actuar, así que no lo vivía como algo a contrapelo. Trabajaba por placer, no tenía ningún tipo de presión”.
Mientras se sucedían los papeles, Alejandra se acostumbró a vivir con la presencia intermitente de su papá, que estaba separado de su madre desde antes que ella tuviera memoria; sin embargo, cada encuentro, cada charla, era para la actriz una lección de vida. Como aquella vez que la miró a los ojos y le dijo: “Nunca le prives un placer a tu corazón”.
Así lo recordaba en una nota con el diario Clarín: “De mi papá podés decir lo mejor y lo peor. Un personaje bastante particular, con mucha ausencia, y también mucha presencia. Cuando estaba, era muy atractivo estar con él. Era un tipo con una cabeza increíble. Para mí era como un oráculo, yo llevaba gente para que lo conociera. Por eso a veces ese endiosamiento que cada tanto hacemos Ricardo y yo. Estaba lejos de ser un dios, pero era mi viejo”.
Ricardo Darín, mi hermano
Mientras Renée Roxana se multiplicaba para que sus hijos crecieran contenidos y sin faltarles nada, quien ocupó en la cotidianeidad el rol de figura paterna fue Ricardo, su hermano, mayor por cinco años. La relación entre ambos siempre fue muy cálida, cercana, entrañable, basada en una lealtad que muy pocas veces se rompía, y siempre travesura mediante. Como aquella vez que la mandó al frente ante su madre, cuando encontró a su hermana fumando con 16 años. Y aunque puertas adentro nunca hubo diferencias entre ellos, conforme fueron creciendo en sus profesiones, los medios se encargaron de colocarlos en veredas opuestas. Algo que Alejandra siempre se encargó de aclarar: “Mi hermano ni me abrió ni me cerró ninguna puerta. Somos dos chicos, criados en el seno de una familia de actores. Cada uno hace lo que puede. Pero nunca lo sufrí como un karma”, aseguraba Alejandra de su hermano Ricardo. “Lo que me ha molestado es que alguna vez me hayan hecho una nota a mí y la titulen: ‘La hermana de Darín’. Él es un tipo más popular que yo, pero los dos hemos vivido de nuestra profesión. Es más, me han preguntado si éramos mellizos”.
Por mérito propio, Alejandra Darín comenzó a desarrollar su carrera a prudente distancia de la de su hermano. Su despegue profesional se consolidó en la década del 80, cuando participó de éxitos televisivos como Dos vidas y un destino, Amo y señor, De carne somos o La extraña dama. Mientras que, entrados los 90, aparecieron recordados papeles en Una voz en el teléfono, Zona de riesgo, Dulce Ana o Poliladron. Precisamente, este encuentro con Adrián Suar al inicio de Pol-Ka, llevó a la actriz a convertirse en parte del elenco estable de la naciente productora, integrando los elencos de 099 Central y Son amores en un mismo año. Más acá en el tiempo fue parte de Rincón de luz, Juanita la soltera, Alguien que me quiera o La leona, entre otros proyectos.
Con el cambio de milenio, también llegó para Alejandra la posibilidad de hacer pie en el cine. Su debut fue en la película Samy y Yo (2002), protagonizada por Ricardo y Angie Cepeda, donde interpretaba a la hermana en la ficción de su hermano en la vida real. Aunque “un personaje muy diferente al de la vida real, gracias a Dios. No creo que sea la imagen que puede tener el público de lo que somos nosotros, pero la verdad es que nos divertimos mucho”, contaba.
Liderazgo sindical
Carácter tuvo siempre, convicciones también. Por eso, a nadie sorprendió que Alejandra Darín decidiera en 2011 convertirse en presidenta de la Asociación Argentina de Actores. “Todo lo que tenga que ver con el arte representa la sensibilidad para captar las emociones y poder expresarlas en alguna actividad artística, sea cantando, actuando, pintando, haciendo esculturas, escribiendo. Actriz es lo que pude desarrollar en mi vida, como trabajo, para mantenerme. Pero no soy solo eso. Con el tiempo me fui dando cuenta de que la vida no es lucha, o no debería ser solo eso. Es una consigna horrible que nos meten en la cabeza desde muy chicos y por eso, me parece, pasan cosas en el mundo que son horribles para todos. A veces pareciera como si no pudiésemos hacer nada. Creo que sí podemos, y en eso está comprometida mi parte sindical. El mundo puede ser de otra manera, tiene que ser de otra manera. Merecemos vivir una vida digna. Sí, claramente, las facetas artística y sindical se retroalimentan en mi vida; no podría ser la actriz que soy si no tuviese convicciones políticas, que no quiere decir afiliaciones partidarias”, le decía en noviembre de 2024 a la periodista Bárbara Schijman.
Y desde ese lugar, Alejandra siguió siendo Alejandra, pero una que luchaba, además de por ella, por sus compañeros y compañeras de profesión. Defensora a ultranza de la cultura, situación que la expuso ante el gobierno: “El ataque a la cultura por parte de los gobiernos siempre obedece a lo mismo. Lamentablemente, este no es el primer ni el último que va a ir contra la cultura. La cultura es absolutamente todo. Lo de este gobierno es un ataque a la cultura, porque es un ataque a todo, y tiene que ver, me parece a mí, con el dominio. Hemos pasado de ciudadanos a víctimas de políticas devastadoras, donde la mentira es la moneda corriente. La única salida es respetarnos y hacer valer nuestros derechos, en un momento en el que muchos quieren armar su arbolito de Navidad sin pensar en el pan dulce que puede haber en otra mesa”.
Ella, que amaba a la televisión con todo su ser, sufría cuando veía que los canales preferían comprar telenovelas extranjeras en lugar de jugarse por un proyecto propio, que le diera trabajo a muchos actores, actrices y técnicos de nuestro país. “Hay un tipo de empresario al que sí le interesa y al que habría que darle posibilidades para producir, con menos impuestos y más facilidades. Hay impuestos que son muy altos y que resultan caros frente a la oferta de los productos que entran de Turquía o México, por ejemplo. Eso se solucionaría poniendo un impuesto a las novelas que entran, que no tienen, y sacando impuestos a la producción nacional. Estamos en un momento en el que a nadie le importa la producción nacional. Da mucha lástima”.
La otra cara de la moneda, lo que le llenaba el alma de satisfacción, era ver a sus hijos, Antonia y Fausto, triunfar también en el difícil mundo del arte. Alejandra Darín murió como vivió: luchando hasta el final, convencida de lo que hacía, feliz de la familia que había formado y que la había formado. Y, aunque su modestia le impedía reconocerlo, orgullosa de haber aportado a un legado imborrable, tanto en el espectáculo como en la cultura argentina.