Murió Nacha Roldán, una voz intimista del folklore argentino
La dulzura y la espereza nos son características que se puedan equilibrar con facilidad en una voz, sobre todo en esas que se han dedicado a cantar. Y Nacha Roldán, quien murió ayer, a los 76 años, fue una de esas voces que podía conjugar en una leve disfonía la aspereza de lo que se dice con el modo cálido que tenía para transmitirlo. Alcanzan los dedos de una mano para enumerar los discos que ha grabado en varias décadas de carrera; sin embargo, la brevedad de ese catálogo no impide recordarla como a una voz sin par, en el paisaje del folklore argentino y latinoamericano.
Y lo que no ha dicho en sus propios álbumes lo ha expresado en producciones de otros artistas o en tantos escenarios que visitó, desde muy joven. Hace algunos años, para la gran muestra sobre Mercedes Sosa que se realizó en el Centro Cultural Borges, su curador, Alvaro Rufiner recordaba al álbum Cantora de Mercedes, con una gran lista de invitados y la labor de Nacha en ese disco: Ahí [Mercedes] pone a Shakira al lado de Nacha Roldán. Porque Nacha Roldán es una olvidada de los escenarios, pero es alguien que ha tenido un compromiso y una militancia estética con la música popular que es muy poderosa . Entonces, quizás alguien que entra a ese disco por Shakira tiene la posibilidad de encontrarse con Nacha”, reflexionaba.
De hecho, no pasaron inadvertidas las actuaciones programadas en enero del último año, cuando su voz podía escucharse tanto en pequeñas salas porteñas como en grandes escenarios de festivales como el de Cosquín o el del Chamamé. La voz folklórica de Nacha, distintivamente litoraleña, nunca tuvo riendas ni cabrestos que la llevaran por determinados senderos, más allá de los que ella ha elegido. Por eso aquella garganta podía estar atravesada por el chamamé más tradicional, por la canción folklórica romántica, la obra testimonial de Alfredo Zitarrosa o aquellas inolvidables “Palabras para Julia” de José Goytisolo, que fueron musicalizadas por Paco Ibáñez. Los versos de Chico Buarque, Chabuca Granda, Chacho Müller, Eduardo Falú y Homero Manzi también pasaron por su garganta.
Nacha decía que su estilo era el de “la canción intimista, con mucho espacio para las pausas, permitiendo apreciar el silencio”. Había nacido como Hilaria Albertina, en Clorinda, Formosa, el 14 de enero de 1948. Se había criado en Corrientes. Había tomado el agua musical de ese extenso litoral, pero no se ciñó a las tradiciones sino a aquello que le pareció importante, a la hora de cantar.
Hugo Casas, que produjo algunos de sus discos, la recordó en un programa de Radio Nacional, tras conocer la noticia de su partida: “Lo que puedo ponderar de Nacha es su forma de expresión y su color de voz, era un instrumento expresivo excepcional, llena de esplendor de vida. Pero la vida es así, nosotros nos quedamos, nos queda el homenaje de nuestras lágrimas para ellos”. También decía sobre la época en la que trabajaron juntos: “Con Nacha éramos jóvenes y con muchos sueños, trabajando en un terreno con muchas propuestas, en el que había que ganarse un lugar. Una formoseña que se vino a Buenos Aires guiada por su estrella de cantora. El destino o la música, después, juegan a los dados. Después de haber transitado por el auge de la música latinoamericana, dejó versiones antológicas, como la de ‘Junto al Jagüey’”.
Nacha no tuvo prisas. Incluso, logró convencer a su padre de cosas que jamás aquel hombre hubiera aceptado. Que subiera sola al escenario, apenas acompañada por una guitarra. Que viajara a Buenos Aires y viviera en una modesta pensión. Pero terminó aprobando su primer contrato discográfico.
Y así fue que Nacha se hizo camino. Y así fue que un día se cruzó con Alfredo Zitarrosa, en un estudio de grabación. Escuchaba esa voz portentosa que resonaba en el estudio de al lado y la quiso conocer. Y luego quiso interpretar esas canciones. Muchos años más tarde, Roldán recordó sus encuentros con el músico uruguayo, que pasó exiliado en la Argentina y en otros países, buena parte de las décadas del setenta y del ochenta. “Alfredo venía a ver los recitales en que yo cantaba sus canciones pero me pedía que ni lo nombrara. Desde entonces me identificaron con esas canciones que hice con mucho cariño y mucha admiración”. Un par de décadas después, en el final del milenio, participó en un espectáculo, Canto de nadie, dedicado al gran cantautor oriental, junto al actor Pompeyo Audivert, el grupo Sanampay, liderado por Naldo Labrín, el cantautor Julio Lacarra y la cantante Guillermina Beccar Varela. La opción por la actuación solitaria no fue algo excluyente. Porque también convirtió en la primera voz femenina que acompañó a la Orquesta del Tango de Buenos Aires, en ese momento a cargo del director Carlos García, con la que realizó giras por varios países.
Durante los últimos años continuó subiendo a los escenarios con un espectáculo que denominó “Las canciones que amo”, que sintetizaba un repertorio con esos títulos que se aquerenciaron en su delicada voz. “Yo estoy dedicada a ese cancionero que está guardado y un poco olvidado pero que tiene un poderío tremendo”, contó durante una entrevista con la agencia Télam.