Netflix: En Bronca, relatos salvajes expuestos con cinismo y a pura arbitrariedad
Bronca (Beef, Estados Unidos/2023). Creador: Lee Sung Jin. Fotografía: Larkin Seiple. Música: The Haxan Cloax. Edición: Nat Fuller. Elenco: Steven Yeun, Ali Wong, Joseph Lee, Young Mazino, Ashley Park, Maria Bello. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: mala.
Cuando la trama de Bronca (Beef) progresa y el enfrentamiento entre los dos personajes centrales parece haber alcanzado un nivel de tensión insoportable, alguien dice al pasar: “Pierdes demasiado tiempo siguiendo reglas arbitrarias”. Detrás de este aparente escenario de “relatos salvajes” y el circunstancial reproche de un personaje hacia otro que expresa la frase tenemos nada más que una realidad de cartón. Bronca es una serie que quiere hacer ruido y llamar la atención, pero una vez que traspasamos la puerta del relato en busca de algo más nos encontramos con la nada misma. Pura simulación.
Danny Cho (Steven Yeun) es un contratista que acumula frustraciones y deudas de todo tipo en su interior sin ser capaz de tratarlas o resolverlas. Sufre por el fracaso del proyecto emprendedor que encararon sus padres emigrantes mientras vive como puede en el entorno de Los Angeles sin un proyecto de futuro a la vista, acechado por varios fantasmas. En especial el de su indolente hermano, que vive con él e imagina un futuro de muchas ganancias con mínimo esfuerzo.
Cada vez que sale a explorar oportunidades, Cho refuerza su angustiante malestar al verse en medio de una atmósfera en la que todos (menos él) viven con holgura, más cerca del éxito. Allí se encuentra circunstancialmente con Amy Lau (Ali Wong), una empresaria de vida holgada que tampoco encuentra el cauce adecuado para sus inquietudes y búsquedas profesionales. Los dos se cruzan por primera vez en una banal discusión de tránsito, y entre azares, motivaciones y (des) manejo de la ira por parte de ambos, el conflicto no solo explota. Lo único posible de allí en más es que la pelea no deje nunca de crecer, de complicarse, de cerrarse por completo a cualquier posible solución.
Hemos visto muchas veces esta clase de historias. Conocemos muy bien cómo fue el Día de furia protagonizado por Michael Douglas en la película homónima. Y, mucho más cerca, celebramos los inspirados Relatos salvajes que llevan la firma de Damián Szifron. Pero aquí abundan razones, motivaciones, contextos, causas y consecuencias. Y con ellas, las conductas de los personajes adquieren precisión, consistencia y verosimilitud. Hasta es posible plantearlas en términos extremos y casi sobrenaturales, como aquel camión que sin aparente sentido persigue hasta el infinito a Dennis Weaver en Reto a muerte (Duel), una de las primeras películas de Steven Spielberg.
Lo que no tiene lógica alguna es el camino propuesto en Bronca por su artífice, Lee Sung Jin, un autor convencido (al menos aquí) de que siempre y en toda ocasión, de manera irreversible, cualquier persona tomará la peor decisión posible y pagará por ella precios cada vez más costosos, inclusive cuando todo a su alrededor parece decirle a gritos y todas las evidencias posibles que llegó el momento de hacer otra cosa.
Hay muchos caminos posibles para describir la convivencia imposible en una sociedad lacerada por diferencias sociales y económicas, heridas de larga data que nunca sanan, egoísmos, codicias y sobre todo el ansia incontenible de castigar, humillar y mortificar a quien tenemos cerca, sobre todo cuando quedan a la vista en esas relaciones fracasos acumulados y facturas sin pagar.
En relatos lúcidos y consistentes sobre las neurosis de la sociedad contemporánea como La nueva vida de Toby (Star+) vemos cómo los personajes toman con sorprendente persistencia caminos torcidos (egoísmo, codicia, desprecio por los demás, humillación) hasta que se dan cuenta de que no los llevan a ningún lado. Pero siempre entendemos por qué hacen lo que hacen con sus avances y retrocesos. Aquí hay personajes perceptivos, comprometidos y contradictorios, pero siempre bien estructurados. Por eso creemos en ellos. Y también lo hacen sus creadores.
Nada de eso ocurre en Bronca, porque sus personajes son llevados por la fuerza a reaccionar siempre desde el impulso, el capricho o el puro azar. No son mediocres, avaros, ruines, crueles, cínicos, arrebatados o manipuladores desde su naturaleza, sino a partir de la decisión de alguien que desde afuera les atribuye esas conductas y parece indicarles lo que tienen que hacer como si tuvieran bajo la piel algún chip controlado desde un laboratorio por el dueño de su voluntad.
Si lleváramos esta perspectiva al límite, podríamos ver a Bronca como una variante curiosa y excéntrica de The Walking Dead. Sus protagonistas parecen zombis llevados en este caso por un apetito compulsivo a moverse obstinadamente en dirección al lugar en el que vive, trabaja o se mueve su víctima para destruirlo por completo y apoderarse de su ser.
Lo llamativo es que antes de cada momento de explosión, Danny y Amy se muestran como dos seres con capacidad de razonamiento suficiente para entender qué consecuencias enfrentan si eligen actuar de determinada manera. Pero no tienen salida: aparecerá casi siempre de manera forzada un nuevo impulso ciego para determinar la conducta de cada uno, mientras alrededor todo empieza a modificarse deliberadamente para justificar la nueva reacción. La mesa vuelve a ser armada para que tengamos otra muestra del único resultado posible: el más adverso, el más violento, el más irracional, el más violento y feroz.
Ni Danny ni Amy tienen sentimientos propios. Son cáscaras vacías con apariencia humana que funcionan como involuntarios vehículos al servicio de una conciencia ajena, extrañamente convencida de poseer una capacidad superior a la del resto para evaluar al género humano. Solo de esta manera se explica por qué eligen siempre el camino más destructivo. Fueron inoculadas por su creador con una dosis considerable de cinismo (disfrazado de humor negro) resistente a toda prueba y a cualquier antídoto. Esa es la materia prima de una serie incómoda, agobiante y hasta desagradable de ver por su grado de manipulación emocional.