Anuncios

Netflix y la historia real del asesino condenado a 16 cadenas perpetuas

El true crime se ha ganado un lugar privilegiado en el inmenso universo del streaming (sobre todo gracias a Netflix), convocando a espectadores de todo el mundo con crímenes que todavía consiguen helarnos la sangre. Y uno de los padres fundadores de este fenómeno moderno, Ryan Murphy (con American Crime Story), vuelve al género y con una de las historias más impactantes: la de Jeffrey Dahmer, un hombre que asesinó y desmembró a 17 víctimas masculinas a lo largo de 13 años y que solo fue capturado cuando una de ellas escapó con las esposas todavía puestas.

Y lo hace con Monstruo: La historia de Jeffrey Dahmer, una serie de 10 episodios ya disponible en Netflix que relata el caso del asesino conocido como “el caníbal de Milwaukee” interpretado por Evan Peters. Un hombre que mataba a sus víctimas y las desmembraba porque “quería mantenerlas a su lado”.

Jeffrey Lionel Dahmer asesinó a 17 hombres y niños entre 1978 y 1991. Los espantosos asesinatos involucraron violación, necrofilia y canibalismo. Alegando locura, el tribunal encontró a Dahmer cuerdo y culpable de 15 cargos de asesinato y fue sentenciado a 15 cadenas perpetuas, el equivalente a 957 años de prisión. (Foto de Curt Borgwardt/Sygma/Sygma vía Getty Images)

Así es, Ryan Murphy deja el colorido arcoíris de sus series recientes para volver al oscuro universo del crimen real. Porque después de edulcorar los relatos de Hollywood, Ratched y la tercera temporada de American Crime Story (con el caso de Monica Lewinsky) hasta provocarnos úlceras, regresa a ese mundo que tan bien supo crear con las dos primeras temporadas de la mencionada American Crime Story -con el juicio contra O.J. Simpson por el asesinato de su esposa (Todos contra O.J. Simpson, 2016) y el del asesinato de Gianni Versace y la caza de su asesino, Andrew Cunanan (El asesinato de Gianni Versace, 2018)-. Pero en esta ocasión, la historia de Jeffrey Dahmer no forma parte de ninguna antología sino que se trata de un proyecto independiente. Una miniserie que cuenta el caso desde las perspectivas de las víctimas y una vecina que alertó sin suerte a la policía varias veces, haciendo hincapié en la incompetencia policial que permitió que este asesino siguiera cometiendo sus atrocidades durante más de una década. Un caso que muchos señalaron como ejemplo de la discriminación policial estadounidense contra afroamericanos y homosexuales.

Pero… ¿quién fue Jeffrey Dahmer? Pues este hombre nacido en Milwaukee, Wisconsin (EEUU) en mayo de 1960 fue un asesino en serie que mató y desmembró a 17 hombres entre los años 1978 y 1991. Los detalles que rodean sus crímenes fueron elevando los niveles de atrocidad con el paso del tiempo probando el canibalismo, la necrofilia y la preservación de algunas partes de los cuerpos. Algo que él definió como su propia manera de cumplir sus fantasías y satisfacer su curiosidad dado que quería mantener a sus víctimas cerca. Uno de los detalles más aterradores es que los psiquiatras y especialistas que lo diagnosticaron antes del proceso legal determinaron que, si bien padecía un trastorno límite de la personalidad, trastorno psicótico y esquizotípico, estaba en su sano juicio después de todo.

Ver algunas de las entrevistas que dio desde la cárcel de máxima seguridad donde cumplía condena consigue erizarnos la piel por la normalidad con la que hablaba de sus crímenes. En una de ellas se lo puede ver reconociendo que él era consciente de que sus actos eran incorrectos, pero que su obsesión era mucho más grande.

GUÍA | Los pasos que tienes que seguir para poder ver un vídeo de Youtube no disponible por tus preferencias de privacidad

Tal y como se supo más tarde, Dahmer mostraba señales de sus tendencias desde pequeño cuando comenzó a desmembrar animales muertos que encontraba al borde de la carretera, además de coleccionar sus huesos. Durante su adolescencia fue un joven solitario que se dio a la bebida desde los 14, reconociendo su homosexualidad por entonces aunque no compartió la información con nadie. Más tarde comenzó a desarrollar fantasías de dominación y control sexual y a los 16 casi la cumple al esconderse en un bosque con un bate de béisbol mientras esperaba a un corredor. Él mismo reconoció que iba a ser su primer ataque pero no se atrevió.

Cometió su primer asesinato a los 18 años, 3 semanas después de su graduación. La víctima se llamaba Steven Hicks, un autoestopista de la misma edad al que Jeffrey convenció de llevarlo a su casa para beber alcohol. Tras varios tragos, el joven quería marcharse pero Dahmer lo golpeó con una mancuerna dejándolo inconsciente y lo estranguló con la misma barra. Después de masturbarse sobre el cadáver lo metió en una maleta y lo llevó al sótano de su abuela, donde lo diseccionó y lo enterró en el patio trasero para semanas más tarde desenterrarlo, disolver la carne en ácido y romper los huesos con un martillo, esparciendo los restos en un bosque cercano.

Pasarían 9 años hasta que Jeffrey Dahmer atacara de nuevo, sin embargo hubo muchas situaciones que deberían haber alertado a la policía, como la exposición de sus genitales en la vía pública en diferentes ocasiones. Tras ser dado de baja por el servicio militar después de dos años sirviendo en Alemania, sus fantasías de dominación absoluta comenzaron a obsesionarlo de nuevo.

Su segunda víctima fue un hombre de 25 años que conoció en un bar y según su declaración, no tenía intención de asesinarlo, sino abusar de él bajo un estado de inconciencia administrándole somníferos. Pero al despertar por la mañana se encontró con el cadáver de la víctima, golpeado hasta la muerte y sus propios puños lastimados. Dahmer dijo nunca recordar lo que pasó aquella noche pero lo que hizo a continuación le hizo ver que podía cometer más asesinatos y salirse con la suya. Colocó el cuerpo en una maleta y lo llevó a casa de su abuela, donde una semana más tarde lo desmembró por completo, separando la carne de los huesos, pero guardando el cráneo para su placer personal. Cuando trasladaba los restos en su coche fue detenido por un policía que detectó las bolsas y le preguntó qué eran. Dahmer le dijo que era basura que estaba llevando al vertedero. Le creyó y lo dejó marchar. Sería una de las muchas veces que la policía tuvo en sus narices a un asesino en serie y no hizo nada para detenerlo.

Su inteligencia y apariencia mundana lo hacían invisible ante la justicia y él tenía una obsesión que iba in crescendo. Quería más víctimas, quería poseerlas y comenzó a buscarlas. Su modus operandi solía ser el mismo: intentaba conocer a hombres en bares y si no los convencía de irse a casa con él, entonces buscaba a alguien dispuesto a recibir dinero a cambio. Una vez allí los drogaba y los estrangulaba. Luego los desmembraba, arrojaba los restos en la basura e intentaba preservar los cráneos hirviéndolos, además de guardar algunos huesos, que pulverizaba meses más tarde. Y nadie se daba cuenta. Ni su abuela con quien compartía la misma vivienda. Por increíble que parezca, el hombre desmembraba y cometía todas sus atrocidades en su casa y ella nunca lo supo, pero sí lo echó de allí por culpa de los olores putrefactos que solían subir del sótano. Increíble pero cierto.

Dahmer se obsesionaba tanto con algunas víctimas y con la idea de preservarlas, que llegó a guardar el cráneo y genitales de uno de ellos en acetona, llevándolos con él a su trabajo. Los tuvo guardados allí, en su casillero, hasta el año siguiente. Y otra vez, nadie se dio cuenta. Y todo esto sucedía mientras esperaba un juicio por intentar violar a un menor de edad por el que fue sentenciado a cinco años de libertad condicional y un año en prisión con permisos para ir al trabajo. Y durante todo ese tiempo siguió asesinando, bajo las mismas narices de la policía.

En 1990 comenzó a tomar fotografías de sus víctimas colocando sus cuerpos fallecidos en diferentes posiciones además de retratar el proceso de desmembramiento, en teoría para satisfacer su fantasía de preservarlas más tiempo a su lado. Mientras que sus técnicas para desaparecer los restos fueron avanzando sin dejar rastro alguno cuando experimentaba nuevas formas de preservación, como colocar restos en el freezer. En una ocasión se equivocó y bebió por accidente la bebida alterada, quedándose dormido. Al despertar la víctima se había marchado con dinero en efectivo y algunas de sus pertenencias, pero nadie lo denunció.

Sus asesinatos fueron empeorando en niveles de terror comenzando a probar el canibalismo mientras fantaseaba con preservar a sus víctimas en un estado ‘zombi’. A dos de ellos les perforó agujeros en el cráneo mientras estaban inconscientes para inyectarles agua o acido hidroclórico, pero evidentemente no conseguía dejarlos ‘zombis’. Los vecinos llegaron a quejarse en varias ocasiones por los olores que emanaban de su apartamento y por el ruido habitual de una motosierra. Sus excusas eran que el olor venía de un refrigerador averiado o que los peces de su pecera habían muerto. Y le creyeron.

Otra de sus víctimas, un joven laosiano de 14 años al que drogó y perforó el cráneo colocándole ácido, despertó en la madrugada cuando Dahmer había salido a un bar. Al volver se encontró con el adolescente desnudo sentado en la esquina de su casa mientras unas vecinas intentaban ayudarlo. El asesino explicó que era su amigo pero ellas llamaron a la policía. Cuando Dahmer detalló que el joven era su novio de 19 años y que habían bebido mucho tras una discusión, le creyeron. Incluso la policía hizo caso omiso de las advertencias de las vecinas que insistieron en destacar que el joven estaba sangrando. Pero la policía les dijo que se metieran en sus asuntos, arroparon al chico con una toalla y lo acompañaron al interior del apartamento. Dahmer los convenció de que eran pareja mostrándole las polaroids que le había tomado la noche anterior desnudo e inconsciente. Y se marcharon. Dahmer lo asesinó poco después y se deshizo de los cuerpos que todavía mantenía en la vivienda al día siguiente.

En junio de 1991, tras asesinar a 17 hombres, Dahmer daría con la víctima que por fin lograría delatarlo. Fue Tracy Edwards, de 32 años, quien accedió a ir a su casa a beber cerveza tras ofrecerle $100 a cambio. Al llegar le dijo que quería tomarle fotos desnudo y le colocó una esposa en una mano mientras cogía un cuchillo con la otra. Consciente de que la situación era extraña, Edwards le siguió la corriente. Incluso cuando el asesino le dijo que iba a comer su corazón más tarde. Pero encontró su momento cuando Dahmer se despistó y soltó las esposas. Edwards le dio un puñetazo y salió corriendo, topándose con una patrulla en la esquina. La víctima explicó lo sucedido y pidió si podían quitarle las esposas, pero como no tenían la llave, lo acompañaron hasta la casa del asesino.

En una entrevista a Inside Edition, Dahmer contó que estaba mareado tras el puñetazo y no era consciente de lo que estaba sucediendo, y por eso señaló a la policía que podían encontrar la llave en su habitación. Y fue cuando el oficial encontró las fotos de sus víctimas en un cajón que lo esposaron enseguida. Poco después encontraron restos en la nevera y diferentes rincones del apartamento: cuatro cabezas en la cocina, siete cráneos en la habitación, dos corazones, órganos humanos, un torso y mucho más. Dahmer admitió sus crímenes, así como que algunas víctimas habían muerto tras dejarlas inconscientes mientras otras a consecuencia de inyectarles agua hirviendo en el cerebro. Confesó haber ingerido órganos de algunos de ellos durante el último año y de practicar la necrofilia.

Dahmer fue sentenciado a 16 cadenas perpetuas en 1992 y durante su estadía en prisión dijo haberse convertido en un cristiano devoto, asegurando que si algún día lo dejaban salir, planeaba servir enteramente a la Iglesia. Incluso fue bautizado en 1994 por un ministro de la Iglesia de Cristo que lo visitaba semanalmente. Pero ese mismo año, en la mañana del 28 de noviembre de 1994, fue atacado por otro preso esquizofrénico que lo golpeó en la cabeza con una barra de metal de 51 centímetros. Si bien estaba vivo al ser trasladado fue declarado muerto una hora más tarde al llegar al hospital.

Ya desde entonces, los familiares de las víctimas criticaron la falta de actuación policial acusándolos de discriminación por tratarse en su mayoría de hombres afroamericanos y homosexuales. Según explicó Dahmer antes de morir a lo largo de diferentes entrevistas televisadas, su obsesión se centraba en mantener a sus victimas a su lado. Dijo que su obsesión era “adictiva” y que les tomaba fotografías “para recordar la belleza física” de cada uno. Sin ir más lejos, en la entrevista mencionada a Inside Edition en 1993, dijo que intentó superar los malos pensamientos, que era consciente de la atrocidad de sus actos, pero que no podía parar. Que su obsesión era más poderosa.

Fuentes: Crime Museum, History, Biography, The New York Times, Wikipedia

Más historias que te pueden interesar: