Nicki Nicole cantó, lloró y festejó su cumpleaños en su primer show en el Movistar Arena
El 25 de agosto de 2000 no fue una fecha cualquiera para la familia Cucco. Aquel fue un día especial que los envolvió de ilusión: nació Nicole, la cuarta y más pequeña de sus hijas. Lo que no imaginó esa familia que vivía modestamente en la ciudad de Rosario fue que aquella beba iba a convertirse en una estrella internacional. Nadie anticipó ni su fama ni su estilo distintivo. No hubo rastro que develara una vida de agendas cargadas y shows multitudinarios. Pero pasaron más de veinte años y ella ahora es una mujer artista. Nicole se convirtió en Nicki Nicole y está emocionada. Su corazón late fuerte. No es un día más: acaba de cumplir 23 años y, como si ya estuviese escrito en el lenguaje de su alma, pisa el escenario ante 15.000 personas y le da inicio al primero de sus cinco shows en el Movistar Arena.
Es sábado y en Villa Crespo lo que emergen son chicas que se pasean por los alrededores del Movistar Arena con vinchas blancas, conjuntos de jogging oversize, pilusos y zapatillas de “astronauta”, listas para escuchar a su ídola envueltas en un Nicki Nicole Full Combo. Y es que Nicki además de conquistar al público nacional e internacional con su talento, también se convirtió en toda una inspiración estética. Todo lo que usa, es marca y es tendencia.
Cuando el reloj marca las 21, “Tienes mi alma” empieza a sonar y la niña mimada del trap avanza a proscenio envuelta en una capucha blanca y subida a unas botas de taco monumental. La estética es futurista: los 8 bailarines que la acompañan alternan piruetas y acrobacias con coreografías que simulan batallas de hip hop. En el centro del escenario, a Nicki la envuelve un triángulo de luces y sostenida por sus bailarines, alza sus manos al aire y dibuja el símbolo de su disco: corazón, mente y alma. Suenan “Se va 1 llegan 2″, “Cuando te veo”, “Colocao” y “Mala vida” y los miles de fans cantan a la par de la artista. En escena, la puesta con fuego, láser y luces ratifica la intención de show internacional de Nicki como estrella global que a esta altura es.
Nicki viene de presentarse en el Lollapalooza París, en La Velada del Año de Ibai y en el Torneo Kings League de Madrid en el Estadio Metropolitano. Sus colegas no hacen más que halagarla. Pero, llenar estadios en casa, ser profeta en su tierra late diferente. Pocas cosas generan más ansiedad que el reconocimiento local. Ella lo tiene y lo demuestran los números: Alma es el disco más escuchado de Spotify en Argentina. Pero el vivo no es sencillo: la adrenalina del primer Movistar se palpita en Nicki. En el escenario la capucha que le tapa la cara -además de formar parte de su estilo- parece esconderla. La protege. Esa timidez latente le quita algo de energía. Quizás los nervios le juegan una mala pasada. No deja de ser una chica muy joven que pareciera esforzarse por buscar constantemente la validación del público. Hasta que sonríe y saluda: “¡Buenas noches! ¡Qué locura estar acá con mi gente de Argentina. No hay mejor cumpleaños que este!”. Poco a poco se va soltando. Cuando llega el turno de “Otra noche”, el éxito que la cantante comparte con Los Ángeles Azules, Nicki baja del escenario y se acerca a saludar al público. Así, entre demostraciones de emoción y cariño, canta mano a mano con sus fans y se hace espacio para regalar besos y abrazos.
Cuando -por fin- se saca la capucha, la noche va dejándose fundir por la artista detrás del personaje. Un grupo de cuerdas (violines y violonchelos) musicalizan los acordes de “Plegarias” y el público enciende la luz de sus celulares creando un instante mágico. Nicki se va dejando llevar, se entrega al momento y se emociona hasta las lágrimas. En medio del llanto, el público la contiene. La comprende. “Los amo con todo mi corazón, gracias en serio por estar acá. Realmente no saben lo que significa para mí poder acompañarlos con mi música”. Es un punto de quiebre en el show. Se hermana con el estadio, empieza a desacartonar la coreografía, el movimiento preciso, el peinado perfecto y la afinación correcta (que mantuvo a lo largo de todo el show) para desatar su talento y dejar ver su interior.
El vestuario, la coreografía y el montaje de luces y escenografía dan cuenta de una maquinaria trabajando en función de un producto con tintes de videoclip más pensado en lo audiovisual que en lo teatral. Pero lo que sostiene el show es el encanto melódico y tímbrico de Nicki, que traspasa el escenario y se impregna de forma natural en el público.
El setlist se abre paso con clásicos de su carrera como “No Toque Mi Naik”, “Ya Me Fui”, “Años luz”, “Colocao” a la par del recorrido por Alma con canciones como “8AM”, “Se va 1 llegan 2″, “Qué le pasa conmigo?, con un despliegue vocal impecable, demostrando su talento y versatilidad musical.
La noche sigue con la primera invitada de la noche, Emilia Mernes. La cantante interpreta “Intoxicao” dentro de un clima festivo y amistoso hasta que llega el segundo invitado, Milo J, una de las jóvenes promesas de la música urbana argentina y que, repleto de energía, aparece para acompañar a Nicki en “Dispara”, uno de los más grandes éxitos del nuevo disco de la artista.
Nicki no quiere que el recital termine. Pero se despide del primero de sus cinco Movistar Arena (siguió ayer domingo y restan el 7 y 8 de septiembre y el 20 de octubre) con “Wapo traketero” y “Caen las estrellas”. “Gracias por regalarme una de las mejores noches de mi vida”, dice emocionada mientras una lluvia de confeti cae sobre el escenario. Está feliz. El cierre del concierto es también el final de su fiesta de cumpleaños. “Quiero alargar el show con chistes”, dispara. Tranquila, Nicki, hay mucho tiempo, cumpleaños y shows por delante.