Anuncios

Ya no compro al príncipe Harry y Meghan por su despliegue de narcisismo privilegiado en Netflix

El príncipe Harry y Meghan, el duque y la duquesa de Sussex. Cortesía del príncipe Harry y Meghan, duque y duquesa de Sussex (Netflix)
El príncipe Harry y Meghan, el duque y la duquesa de Sussex. Cortesía del príncipe Harry y Meghan, duque y duquesa de Sussex (Netflix)

Yo les creía. El príncipe Harry y Meghan Markle me convencieron con su viaje de emancipación personal, apostando por la relación y el futuro de sus hijos tras el acoso mediático sufrido en Reino Unido. Compré el discurso, las confesiones de la duquesa de Sussex a Oprah, el despliegue emocional del hijo de Diana de Gales en la misma entrevista y en la serie sobre salud mental para Apple TV+. Me creí el sufrimiento, la frialdad de la realeza como institución familiar y el trauma que la muerte de su madre dejó en Harry desde niño. Pero mi apoyo desapareció de un plumazo por culpa de la serie documental que acaban de estrenar en Netflix. Una pieza documental que no revela nada nuevo, sino que se convierte en la plataforma para desplegar un narcisismo privilegiado que los lleva mediáticamente por el camino equivocado.

En Enrique y Meghan dicen que quieren contar su historia a su manera. Que se ha escrito tanto sobre ellos, han sufrido terriblemente el acoso de los tabloides, las habladurías y las mentiras, que es hora de que sean ellos los que conduzcan la narrativa. Hasta ahí, perfecto. Me dije a mí misma ‘Ya lo hicieron en la entrevista con Oprah, pero ok, veamos qué tienen que contar que no sepamos todavía’. Sin embargo, lo que vino a continuación en los tres capítulos disponibles (faltan otros tres que se estrenan el 15 de diciembre) me dio auténtico repelús.

Enrique y Meghan es, en pocas palabras, el reflejo de una pareja privilegiada quejándose para vivir del cuento. Porque en la serie vemos un desfile de comentarios que convierten su historia en una crónica de yoísmo absurdo. Por un lado, buscan la simpatía contando su historia de amor idílica entre mensajes de Instagram, citas a escondidas y viajes acampando en África. Nos hablan de una relación ‘normal’, de fiestas de disfraces y momentos de pareja sin protocolos ni frialdad de realeza británica. Pero, por otro, crean una narrativa que se antoja burlona y crítica contra la familia real con comentarios innecesarios, que no vienen a cuento y que solo pretenden crear un embudo en donde toda comprensión recaiga absolutamente en ellos: dos víctimas de la institución y los medios juntos contra el mundo. Pero no lo compro. Porque ahí están, quejándose de la opinión externa pero haciendo una serie que reafirma su posición como personajes mediáticos siendo ellos mismos los que ahora dan titulares fáciles.

GUÍA | Los pasos que tienes que seguir para poder ver un vídeo de Twitter no disponible por tus preferencias de privacidad

Meghan recurre a la excusa de la efervescencia americana para ponerse la corona de actriz simpática que pasaba por allí jugando a ser princesa. En un momento relata la primera vez que conoció a la reina Isabel II pero, en lugar de poner el foco en el momento con la abuela de Harry, lo pone en ella misma contando que no sabía de protocolos y demostrando la cortesía burlona que hizo a la monarca. En otra ocasión, incluso señala indirectamente que Kate Middleton es una estirada que no supo reaccionar a sus abrazos efusivos cuando se conocieron.

Explica que su papel como princesa lo tuvo que aprender sola. Que no vivió ningún momento a lo Anne Hathaway en Princesa por sorpresa sino que tuvo que valerse por sí misma, buscando el himno británico en Google y aprendiéndolo a solas. Además de todo el protocolo que conllevaba su título, desde las reacciones ante la gente, la prensa, eventos o cómo vestirse. Y si bien todo este relato puede sonar simpático, en esta ocasión se utiliza para compartir una narrativa que busca convertirla en personaje inocente dentro de una situación, institución y prensa malvada que le arruinó su existencia. Todo esto mientras los dos se echan flores mutuas sobre su pasión activista y lucha por la causas justas.

El príncipe Harry y Meghan, el duque y la duquesa de Sussex. Cortesía del príncipe Harry y Meghan, duque y duquesa de Sussex (Netflix)
El príncipe Harry y Meghan, el duque y la duquesa de Sussex. Cortesía del príncipe Harry y Meghan, duque y duquesa de Sussex (Netflix)

Sin embargo, todo junto no me cuadra. Si quieren hacer una serie sobre el activismo que representan, perfecto. Si quieren hablar del acoso mediático otra vez, genial. Pero cuando lo mezclan con el retrato personal terminan creando una serie que fuerza la empatía y genera rechazo.

Porque ahí están, quejándose del mundo que les rodea desde su mansión en Montecito y con un acuerdo millonario con Netflix. Puedo comprender el horror del acoso mediático y los paparazis sobre la vida de Harry desde el día de su nacimiento, el trauma incrementado por la muerte de su madre precisamente por ese acecho y el tener que vivir manteniendo la compostura ante la mirada externa mientras los tabloides forjaban la narrativa de su existencia. Entiendo que haya querido huir de todo ello, que haya puesto distancia para proteger a su esposa y sus hijos de ese acoso constante. Sin embargo, él y Meghan señalan el aprovechamiento mediático que ha existido a costa de los dos pero ahora son ellos quienes venden su imagen.

Porque pintan una imagen de pareja idílica, simpática y comprometida pero a costa de derrumbar a la familia real con indirectas y victimizándose del aprovechamiento mediático de los tabloides sobre ellos. Pero, si no les gusta ser el blanco de la conversación y las críticas ¿por qué hacen un documental añadiendo más leña al fuego? Porque, en esta serie, no solo están buscando cambiar la narrativa de su historia, sino también cumpliendo un contrato con Netflix como generadores de contenidos.

La serie nos muestra a dos personas privilegiadas. A Harry contando cómo todavía está aprendiendo el significado de los prejuicios raciales y a Meghan decir que nunca había padecido diferenciación racial hasta que llegó a Reino Unido. Desde su mansión en las colinas de California señalan a sus verdugos, critican y se quejan, mientras se bañan de abanderados de la verdad absoluta. Y si bien hay muchas partes de su discurso que les creo, terminan por dinamitar su propia credibilidad con un narcisismo imperante que nos habla de protagonistas privilegiados y millonarios quejándose para seguir en el candelero.

Más historias que te puedan interesar: