Una obra que avanza cuadro por cuadro y al final es una fiesta
Coreografía y dirección artística: Mourad Merzouki. Concepción musical: Franck-Emmanuel Comte – Le Concert de l’Hostel Dieu y Grégoire Durrande. Diseño de escenografía: Benjamin Lebreton. Diseño de iluminación: Yoann Tivoli. Reposición de iluminación: Matías Sendón. Diseño de vestuario: Pascale Robin (músicos) y Nadine Chabannier (bailarines). Reposición de vestuario: Constanza Sparti. Por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Dirección: Andrea Chinetti y Diego Poblete. Músicos en escena: Graciela Oddone (soprano), Fabrizio Zanella, Pablo Pereira, Darío Zappia (violines); Hernán Vives (Guitarra y laúd), Ignacio Caamaño (Cello), Hernán Cuadrado (Contrabajo) y Jorge Lavista (Clave, órgano y dirección de ensamble). En el Teatro San Martín. Funciones hasta el 16 de junio, a las 20; y el 18 de junio, a las 17.
El mundo está loco, loco, loco, podría querer decirnos Folia (literalmente locura o jolgorio, según el idioma del que se traduzca). La obra corresponde a Mourad Merzouki, un bailarín de hip hop y coreógrafo francés que proviene del circo, y se estrenó el jueves en la sala Martín Coronado. Con este trabajo comenzó la temporada, en junio, del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín en su escenario de residencia, que no pisaba hace un año. Y lo hizo decidido a afrontar los nuevos lenguajes que trae este montaje internacional, donde los desafíos propios de la pieza podrían confrontar con una serie de eventos desafortunados que los bailarines dieron a conocer al público en un comunicado sobre sus “precarias condiciones” de trabajo. ¿Cómo juzgar, por ejemplo, el ajuste de un conjunto que declara no haber tenido tiempo suficiente de ensayo para asimilar técnicas y usos de elementos que no son los habituales?
Así las cosas, el telón se corre y el espectáculo comienza con un globo celeste en el centro de las miradas, entre otras piezas de esferodinamia y estructuras móviles, también circulares, en las que irán ingresando, deambulando y saliendo de escena varios músicos del ensamble y una cantante durante la siguiente hora y diez. Ese terráqueo inflable no tardará en quedar en manos de un grupo de humanos que lo pone a girar sin eje, fuera de órbita. Se mueven como una especie de zombies en la vía láctea, rebotan, rolan, se levantan y vuelven a caer sobre el polvo.
Enseguida queda de manifiesto la producción que implica semejante despliegue en escena, con una iluminación de carácter, digamos oriental, que tiñe la atmósfera de toda la obra. En el final, una danza típica de Turquía podría confirmar esta localización en el mapa, aunque en el medio, el mundo haya sido un descalabro.
Folia avanza cuadro por cuadro, como en el circo (podríamos pensar en el cuadro de los zombies, la escena napolitana, la parte del air track, el derviche). En la gran mayoría participa la soprano, de colorado, que va cambiando de atuendos. Ella se involucra con los bailarines, la coreografía le pide que intervenga incluso con interpretaciones que no terminan de cobrar sentido (¿de qué se escapa cuando el cuerpo de baila la cerca, impidiéndole la salida?). En este universo de cruces las cosas no se explican de todo. ¿El uso de las zapatillas de punta en dos de las intérpretes? Cierto, el mundo está loco, loco, loco. Puede pasar, no hay que ser lógicos.
“Tomamos una tarantela, sampleamos partituras barrocas para reutilizarlas en loop, le añadimos música electrónica, fusionamos todo, y bailamos”, habían anticipado sobre el show. Bastante fidedigna la descripción a modo de receta, aunque luego cerraba: “Lo importante es que los mundos se enfrenten, se alteren, choquen. Lo importante es que los mundos hablen entre sí”.
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Folia es un espectáculo efectista y tiene con qué llamar la atención. Por momentos, además, puede crear belleza. Hay tríos, dúos y un solo, el de la plataforma circular, que es de lo más arriesgado y enaltece la obra. Aun cuando la audiencia esté al tanto de que éste no es el cirque -se sabe, se nota-, se está frente a una compañía que se caracteriza por su ductilidad y asimila los lenguajes. Mientras la cantante se yergue a un lado como una suerte de mama gigone con miriñaque esférico, sobre una colchoneta con resortes se da un derrotero de saltos y rebotes que, aunque parecen zapados, están fríamente calculados. Entonces irrumpe la solista, en su vestido rojo, y remonta vuelo el asunto. Como antes Alejo Herrera y la admirable Lucía Bargados, Damián Saban y, sobre todo en este pasaje, Antonella Zanutto, merecen especial mención por su actuación.
Nieva sobre el baile de un derviche girador, podría ser Estambul en febrero. Tan lejos de aquel otro mundo, al final, Folia es una fiesta.