OPINIÓN: La gloria le viene chica a Messi, porque en su corazón, cabe toda la humanidad.

El artista Maxi Bagnasco pinta su mural con la imagen del astro Lionel Messi alzando la Copa de Mundo en Buenos Aires, Argentina, el jueves 22 de diciembre de 2022. (AP Foto/Natacha Pisarenko)
El artista Maxi Bagnasco pinta su mural con la imagen del astro Lionel Messi alzando la Copa de Mundo en Buenos Aires, Argentina, el jueves 22 de diciembre de 2022. (AP Foto/Natacha Pisarenko) (Natacha Pisarenko / Associated Press)

Lo quiero mucho a ese muchacho, no me importa lo que digan de él. Lo quiero mucho a ese muchacho, yo lo voy a defender.

Bestia Bebé

Quizás nunca antes una gran final de fútbol soccer había producido tanta conversación, como el épico duelo por la Copa del Mundo de 2022. Dondequiera que se encontraran los argentinos después del pitido final, todo ha sido motivo de controversia. ¿Qué hay que analizar, cómo poner en palabras esta locura? ¿Cómo no sólo practicar el exorcismo social, volcarse a gritar la alegría, sin declinar todas las canciones de los hinchas, de las que ninguna otra selección tiene tantas?

El país más apasionado del fútbol en el mundo tuvo que esperar 36 años por su tercera estrella como campeón del mundo. En una cinematográfica cámara rápida o una prolepsis literaria en cámara lenta, le tocó vivir estos 36 años en un partido no apto para cardiacos. El título estuvo tan cerca y luego tan lejos, en un encuentro novelístico que incluso el mismísimo Borges disfrutaría, porque el Argentina contra Francia fue el verdadero Jardín de los senderos que se bifurcan.

Cuando Francia empató contra toda lógica y el transcurso del juego para poner el 2 a 2, cuando remontaron para poner el 3 a 3, muchos no podían mirar más, porque la genética de sus 36 años de omisión los instaba a pensar en la derrota. Y quizás Lionel Messi pudo seguir jugando tranquilo porque, según dijo, desde hace unas semanas tuvo “un presentimiento” de que “Dios me lo iba a dar”, el Mundial.

Da la casualidad de que también encontró una emancipación, liberó las gargantas de un país al que habían desaparecido; desde Malvinas, Argentina merecía festejar así –sin justificar algunos actos vandálicos ni la muerte de tres personas durante el homenaje–.

En su caso fueron 16 años, son los años que han pasado desde que participó por primera vez en un Mundial, y claro que eso hizo que el triunfo fuera aún mayor. No fue el éxito lineal de una persona con demasiado talento y pasión al fútbol –que no ha cambiado desde que era un niño–, sino el de un equipo entero conectado con la vibración de sus hinchas, que el triunfo cayó en sus manos. Pero era ya tanto el sufrimiento, que incluso Messi renunció temporalmente a la selección en 2016 porque, tras tres derrotas consecutivas en finales de Mundial y Copa América, sentía que “no debía estar” más con Argentina. ¿Cómo debía sentirse un hombre que alrededor del mundo lo ha ganado todo, pero no podía otorgarle a su país la gloria?

Probablemente nunca un futbolista tan bueno haya recibido tantas críticas como Messi, el superjugador de la era de los disturbios y las redes sociales. Su problema menor fue que en su país adoptivo de España durante muchos años –desde los 13 hasta los 34– algunos en Madrid estaban tan consumidos por su odio hacia el archirrival FC Barcelona, que nunca pudieron reconocer su tamaño.

Así de injusta es la historia. Mucho más dolorosa fue la hostilidad de Argentina, que a veces era explícita y casi siempre implícitamente personal: que él no era realmente uno de ellos porque emigró cuando niño. Que se adaptó con facilidad al Mediterráneo. Que no tiene el pecho ancho que es propio del país. Que el fútbol callejero dejó de parecerle divino. Que, en definitiva, no es Diego Armando Maradona.

Si su historia de salvación ya se ha escrito, Messi, por supuesto, todavía no es un buen santo para los argentinos. Pero eso lo fue aún menos Maradona, en términos prácticos. El hecho de que se transformó en una mafia después del polémico cuarto de final contra Holanda, fue incluso celebrado como prueba de que se había convertido en el personaje de Maradona, y se había alejado también del ser humano que peloteaba en las villas. Una persona invisibilizada por las drogas, pero en términos futbolísticos, demostró en su juego salvajemente explícito, que no era un buen ejemplo para nuestros hijos.

Porque, como en el mítico Mundial de 1986 de Maradona, Argentina en el 2022 fue un equipo insidioso, excelentemente dirigido por el inicialmente ridiculizado técnico Lionel Scaloni, integrado por los jóvenes Enzo Fernández (mediocampo) y Julián Álvarez (delantero), el exaltado portero “Dibu” Martínez o Ángel Di María, que brilló en la primera hora de la final, también produjo otros héroes en ciertos puntos, pero siempre necesitó de las intervenciones de Messi para sobrevivir. Y lo consiguió con siete goles y las brillantes asistencias maradonianas ante Holanda y Croacia.

Dondequiera que los argentinos se juntaron durante la larga noche de fiesta, entonaron su canción de este Mundial, que pone a Messi en el contexto de los ingredientes clásicos de las canciones del fútbol argentino: “En Argentina nací, la tierra de Diego y Lionel, y los muchachos de las Malvinas que nunca olvidaré”, comienza y concluye con: “Para Diego, a quien podemos ver en el cielo, con Don Diego (padre) y La Tota (madre), cómo animan a Lionel”. Desde la victoria liberadora en la Copa América 2021 en Brasil –el primer título de Argentina desde 1993– Messi es definitivo para la teología futbolística del país, y verdaderamente, ya es uno de ellos. La Sagrada Comunión se celebró en la Copa del Mundo.

Como Maradona no pudo protagonizar mejor su papel principal de vengador, la Argentina de Messi se impuso ante todos. Tras la derrota ante Arabia Saudita, jugó contra el extremo desde el segundo partido. Lo motivó el chisme del holandés Rafael van der Vaart: “Ya he jugado contra Messi, pero en aquél entonces el chico tenía rabia, ahí sí que gritaba por mi madre. El de hoy es controlable”, y refutó a Arsène Wenger – director de desarrollo de la FIFA– quien pronosticó tras la ronda preliminar: “El equipo con los mejores flancos (Francia) se convertirá en campeón del mundo”. Argentina, sin embargo, llegó a reclamar lo suyo. Fue el equipo más bipolar del torneo y también el mejor, sobre todo en la final. Pero el talante de Messi es sobrehumano, es un jugador que tenía todos los ojos del mundo puestos en él, por si ganaba o perdía, por si podía despedirse de un Mundial con dignidad o no; cargaba a un país entero en sus espaldas y se le veía el cansancio y la frustración en la cara, luchó contra toda adversidad, no dejó de responder a ningún balón y al final la gloria le correspondió.

No me gustaría que se erigieran iglesias cabalísticas como las que se inauguraron sobre la figura del Diego, sino que se reconozca el trabajo de un ser humano que supo jugar al fútbol a pesar de las cámaras, a pesar de los jeques, a pesar de los periodistas bobos, que desde niño, cuando le dijeron que era muy pequeño y retraído para jugar en una selección, se esforzó y jamás perdió el foco, hasta que durmió abrazado de la Copa del Mundo, como muestran las fotos. Eso es ternura y no cocaína. Me importa más el protector padre de Leo, Thiago y Mateo, el amoroso esposo de Antonella, el hombre al que no le importa salir en la televisión, el mejor amigo de una pelota, el que llena los sueños de los niños antes de dormir, que el ídolo de las pizzerías de Puerto Madero, Belgrano, Palermo y Recoleta.

La gloria le viene chica a Messi, porque en su corazón, cabe toda la humanidad.

Suscríbase al Kiosco Digital
Encuentre noticias sobre su comunidad, entretenimiento, eventos locales y todo lo que desea saber del mundo del deporte y de sus equipos preferidos.
Sign me up.

Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.