El origen de los monstruos: Una mirada a su historia y su paso por el cine
Ha llegado esa época del año en donde se conectan dos tradiciones ancestrales que hacen alusión a la vida más allá de la muerte, y a las criaturas monstruosas ligadas a ellas. Mientras dentro de nuestras fronteras conmemoramos el Día de Muertos, en los Estados Unidos se festeja Halloween, una celebración que ha evolucionado del All Hallows’ Eve, la tradición pagana y celta que retoma distintos elementos ceremoniales en relación a la tradición de Todos Santos.
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All Hallows’ Eve se consideraba como el inicio del período invernal. Durante el festival de Samhain celta, se creía que las almas de los que habían muerto volvían a visitar sus hogares. Era tradicional encender hogueras en las cimas de las colinas para así encender el fuego de los hogares durante el invierno y también para ahuyentar a los espíritus malignos, para lo que se llegaban a usar máscaras y otros disfraces.
Así como las festividades prehispánicas en el continente americano fueron suplantadas con las celebraciones cristianas, en el siglo VII EC el Papa Bonifacio IV estableció el Día de Todos los Santos en el 1 de noviembre con el fin de disuadir la fiesta pagana. Pese a esto la celebración logró persistir en el tiempo, y pronto ambas tradiciones se interconectaron. Pero fue hasta la llamada Gran Hambruna Irlandesa durante la era victoriana que los inmigrantes irlandeses llevaron a Nueva Inglaterra una versión del Halloween muy parecida a la que conocemos.
La costumbre de disfrazarse de algún ser sobrenatural pasó a ser el elemento central de la fiesta y en consecuencia los monstruos y las brujas comenzaron a asociarse directamente con el imaginario de Halloween. Para muchos de los aficionados a estos seres de horror significan una aproximación a los rincones más ominosos de su psique, por lo que la fascinación por ellos podría referir a un impulso freudiano del inconsciente. Este sentimiento puede ser entendido por el concepto de Pulsión de Muerte, donde los deseos y recuerdos reprimidos provocan una precipitación hacia un escenario de peligro o temor —real o simulado. También podemos entenderla como único camino hacia la supervivencia.
Sin importar lo que la terminología implique para los fans de estos monstruos, su papel a lo largo de la historia ha estado ligado a diversos conceptos de alienación y marginalidad. Cada cultura posee una figura propia que representa a esta manifestaciones de miedos y ansiedades. La corporalidad es la característica más importante de un monstruo, pues en ella reside su capacidad de horrorizar. Desde su temprana existencia dentro de la historia de la humanidad, el monstruo ha sido concebido en el rol de invasor, como agente disruptivo que desestabiliza el ambiente en el que se encuentra —social, cultural y político.
En primera instancia, la cultura griega catalogó al monstruo y todo lo relativo a él como aquello que salía de las reglas de la naturaleza. En esta era el paradigma del cuerpo humano residía totalmente en el cuerpo masculino, por lo que las mujeres también eran consideradas con cierto grado de monstruosidad. El exceso y el desplazamiento corporal eran un signo de desviación de la naturaleza. Habría que recordar al personaje de Efialtes en 300 (60%), en quien se representó la traición como más alto pecado en la ideología espartana y quien, por ley no debía pertenecer a las filas de sus guerreros.
Las concepciones de Homero, Heródoto y Ctesias sobre las criaturas monstruosas habitaban en África e India, se ceñían a las nociones xenofóbicas y racistas de la época, y principalmente al hecho de no aceptar el verse reflejado en un otro tan diferente al yo. En términos etimológicos, la definición de monstruo proviene del latín monstrare que significa indicar, señalar —mostrar—, y monere que significa avisar. Para el 44 a.C. Cicerón asociaría al monstruo con el castigo divino y con la que muchas de las historias de antagonistas mitológicos se encuentran estrechamente vinculados.
Para la edad media los monstruos eran vistos como maravillas y elementos estéticos dignos de plasmar en las páginas de manuscritos. Los bestiarios comenzaron así a describir a los monstruos que se expanden por todo el mundo conocido. Aquí los monstruos simbolizaban a muchas de las culturas conocidas a través de las tierras lejanas al eurocentrismo.
Bestiarios y libros de maravillas realizan un uso explícito de la alteridad para extraer lecciones morales, y normativizar su negatividad. San Agustín llegó a afirmar que estas criaturas debían ser obra de Dios, y por lo tanto se le debería respetar como creación divina. Pero incluso con sus intentos por integrar al monstruo bajo el manto de la cristinandad, este seguía siendo segregado por su horripilante corporalidad.
Con la modernidad, los monstruos serían objeto de estudio y pronto se le buscaría dar una explicación a su diferencia tanto corporal como filosófica. Se crearon las primeras exhibiciones y ferias de lo monstruoso —muchas de ellas persisten hasta nuestros días—, en donde el diferente, deforme o incompleto es presentado como maravilla y curiosidad digna de observarse tras un cristal o barrotes. Pero esta curiosidad no paró ahí pues también se le buscó igual, es decir, crear monstruos propios que pudieran ser controlados por su creador. El lado más oscuro de la pseudociencia experimentó en los cuerpos de los marginales con el pretexto del mero conocimiento.
Apenas en el siglo pasado pudimos atestiguar el resultado del ver al otro como ser monstruoso, pues los exterminios de los régimen fascistas basaron su ideología en esta concepción de la alteridad. El distinto físicamente, el profesaban otra religión y quien amaba de distinta manera fue exterminado, y es pertinente señalar que esta visión supremacista está lejos de desaparecer en nuestros días.
En muchos de estos monstruos encontramos características de lo disidente, de lo sexualmente ambiguo y de lo que disfruta de su corporalidad marginal. Estas ideas son centrales para todo aquello que representa el monstruo como catalizador de la sociedad. El mismo Guillermo del Toro ha mencionado sobre su obra y filosofía personal, que el odio y miedo son espejos, mientras el amor es una ventana. Y el monstruo opera justamente en esos sentimientos ocultos y las ansiedades causadas por los mismos.
Los aparecidos
Los vampiros son también conocidos como los no vivos o los chupasangre, en su faceta clásica suelen ser representados como aristocráticos, nobles y con frecuencia poseedores de un encanto irresistible, mientras las vampiresas se definían por su apariencia y sexualidad.
Aunque la figura de los vampiros ha sido actualizada durante el transcurso del último siglo, lo cierto es que la representación más emblemática continúa siendo la impuesta por el Drácula (91%) de Bela Lugosi en 1931, sin olvidar a otra de las grandes imágenes que el cine de vampiros regaló a la historia cinematográfica con Nosferatu (97%) en 1922.
Aunque esta efigie del vampiro pertenece principalmente al este de Europa, lo cierto es que el folklore y mitología de estas criaturas se extiende por todo el mundo. Sería en el siglo XIX, con la llegada del poema La novia de corinto de Wolfgang Goethe en 1797 y la novela El vampiro de John William Polidori en 1819 que la figura literaria se afianzaría. Pronto llegarían Christabel de Samuel Taylor Coleridge, Carmilla de Joseph Sheridan Le Fanu y finalmente, la obra cumbre del género, Drácula de Bram Stoker.
Los vampiros en estas obras poseen cierto grado de ambivalencia, pues por una parte conforman la alegoría del colonialismo feudal inglés que succiona la vida del pueblo y que por tanto desencadena la decadencia de las culturas colonizadas. Pero nuevamente estos monstruos constituían una representación del otro, de la xenofobia y el racismo hacia una Europa distinta en el caso de la cultura romaní. Paralelamente, en el caso de las mujeres vampiros, su imagen era hipersexualizada, colocando su maldad en la capacidad de poseer control —por muy artificial que fuera— sobre su propio cuerpo.
De esta manera el vampiro también termina ligándose al romance y a los placeres prohibidos. Estas criaturas seductoras y hermosas, reflejaban la ansiedad social que mantenía a sus emociones y deseos reprimidas, siendo su corporalidad pálida y necesitada de sangre el receptáculo simbólico de la enfermedad y el sufrimiento.
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Otra de las derivaciones es esta represión emocional y ansiedad social, es la faceta del subtexto homosexual que muchas veces se le brinda al personaje. Infortunadamente, el lugar común narrativo ha sobrevivido hasta nuestro tiempos, en la forma de queerbating en el género vampírico. Sin embargo, muchas adaptaciones han comenzado a dar un paso al frente en este ámbito, teniendo como resultado la nueva adaptación de las novelas de Anne Rice en AMC, Interview with the Vampire (90%), así como proyectos menos notorios con las audiencias como La primera muerte (60%) en Netflix.
Licantropos
Como bien los explicó Hermione Granger, los hombres lobo son humanos que se convierten en lobos, generalmente durante las noches de luna llena.
El folklore ligado a los hombres lobo conforma el núcleo de la fantasía teriomórfica, es decir, de todo aquel mito donde un ser humano es capaz de transformarse en otro animal, ya sea de manera completa o parcial. En nuestra cultura tenemos las leyendas de los nahuales, donde es predominante su representación femenina. La antigua cultura egipcia representa en sus dioses a seres con distintos elementos animales en su cuerpo, mientras que lo mismo sucede en Asia y Oceanía con los hombre tiburón.
El motivo narrativo del hombre lobo se encuentra situado en la explotación emocional y psicológica de los inocentes. Este elemento de ficción existió en la tradición oral del folklore irlandés e inglés así como en la mitología nórdica. Asimismo en la tradición romana cuenta con el relato de la versipellis (cambio de piel), un teriomórfico de humano a un monstruo feroz.
Aunque estos monstruos pueden situarse dentro de las historias de terror como villanos, también son empleados como símbolos de la decadencia humana y la caída hacia sus versiones más oscuras, siendo así no más que las víctimas del mismo depredador que llevan dentro.
Su primera aparición literaria se remonta al Satiricón de Gaius Petronius en la parte tardía del siglo l, pero la figura fue repopularizados en la cultura popular con El libro de los hombres lobo de Sabine Baring-Gould en 1865.bLa tradición medieval presentaba al hombre lobo la forma elegida de un hechicero disfrazado. A la par existía la figura del devorador de cadáveres denominado loup-garou y fuente del cuento infantil Caperucita Roja. La licantropía influyó también en la historia de La bella y la bestia, y su versión popular en los cuentos de hadas francesas.
Más tarde aparecerían las historias de hombres lobo que como hibridación de la fantasía y el horror, siendo la más sobresaliente la novela de Alexandre Dumas, Capitán de lobos de 1909. Ya en nuestra era las historias de escritoras de lo fantástico han hecho uso del licantropismo como metáfora de la sexualidad femenina, como en Sangre y chocolate de Annette Curtis Klaus en 1997.
La película El Hombre Lobo (94%) de 1941 creó a la figura que hoy conocemos como tal. Más tarde con Un Hombre Lobo Americano en Londres (89%) de 1981 se le dotaría a la criatura con la característica de la inmadurez física y emocional, con la que más adelante llegaría el legado de Travesuras de un lobo adolescente para la pantalla grande y la próximo revival de la exitosa serie Teen Wolf.
El creador maldito
Este monstruo posee la característica de proceder de una sola obra de ficción, el Frankenstein o Moderno Prometeo de Mary Wollstonecraft Shelley, publicado originalmente en 1818, aunque su versión definitiva sería la de 1831.
Tal como lo mencionado anteriormente los nuevos hallazgos en la ciencia propiciaron una visión morbosa sobre el monstruo, con el deseo de modificarlo y controlarlo. Estas emociones se centran en la figura del creador del monstruo, Victor Frankenstein quien con sus actos logra poner en duda muchas de las nociones de humanidad configuradas en el contexto sociocultural de la obra.
La considerada como obra cumbre de la literatura gótica, tiene origen en una pesadilla de la autora. Durante sus vacaciones de verano en la mansión suiza de Lord Byron, el también autor propuso a sus invitados crear cuentos de terror. Durante ese año, la atmósfera terrestre se encontraba seriamente afectada por la erupción del volcán Tambora, la cual había provocado descensos en la temperatura y tormentas atípicas para la estación.
Así nació Frankenstein, contado desde la narrativa epistolar Wollstonecraft Shelley lo que dotó a la narración de un punto de partida realista, y con lo que Victor Frankenstein y su creación llegaron a ser verosímiles para los lectores en ese contexto de aceleración científica y fascinación por los cuerpos monstruosos. Este hecho causaría un gran impacto en el público, lo que volvería al monstruo de Frankenstein en una criatura particularmente escalofriante para la sociedad que lo vio nacer.Así, lo antinatura en esta historia reside en la necesidad de poder instalada en la ciencia y la hybris al intentar vencer a la naturaleza.
El ambiente de incertidumbre e irresolución, en torno al concepto del principio de vida —divina o artificial—, cuestionó al creador del monstruo y lo situó como el verdadero villano de la historia. Aunque quizá de una manera subtextual y frecuentemente pasada por alto en el análisis de la obra, Wollstonecraft Shelley también hizo eco de la obra de su madre —la precursora del feminismo moderno y autora reconocida con obras como Vindicación de los derechos de la mujer. La metáfora de un padre que no sabe qué hacer con su creación se encuentra profundamente arraigada en la figura del padre ausente que carece de un sentido mínimo de la responsabilidad afectiva.
El Frankenstein de Boris Karloff en 1931 marcaría la figura del monstruo tal cual la conocemos.
Los Caminantes
Sin duda el monstruo más moderno de su tipo, el zombie cuenta con características peculiares que lo hace pertenecer ya al panteón de los monstruos clásicos en la ficción, pese a su relativo corto tiempo de existencia. La conformidad es el elemento fundamental que contiene el cuerpo de este monstruo. Las raíces de este nueva versión del muerto viviente se encuentran asociadas con la religión vudú de Haití, lo que coloca al zombie como una criatura plenamente identificada con la esclavitud y lo posiciona como una crítica del colonialismo.
La primera aparición de este monstruo data 1932 con la película White Zombie (89%) de Victor Halperin, donde Bela Lugosi personifica a un hechicero haitiano que usa zombis para trabajar en sus campos de azúcar. La zombi blanca del título es la joven Madeline, en quien la cinta centra la zombificación, es en ella donde son sugeridas las ansiedades sobre la desindividuación.
Es justo señalar que las obras cumbres del género no son otras que los clásicos de culto de George A. Romero, La Noche de los Muertos Vivientes (96%) de 1968 y así como El Amanecer de los Muertos Vivientes (92%) de 1979. Estas historias reflejan las ansiedades relacionadas con una cultura definida por el consumo. El hecho de que este monstruo naciera de la pantalla grande lo impregna de una metaficción sin precedentes en el mundo del horror, pues la industria del entretenimiento siempre ha sido considerada como el consumo en su máxima expresión. Aunado a este hecho, el film representa velada a las tensiones raciales propias de su época de su era.
El género experimentó un nuevo giro con el estreno de la novela gráfica de Robert Kirkman y dibujada por Tony Moore en 2003 que redefiniría al zombie, misma que se conformaría definitivamente en la cultura tras el estreno de su adaptación televisiva The Walking Dead (%) en 2010. Aquí las historias ya no se limitaba a las consecuencias del consumismo y la desindividualización sino que abordaba a la misma sociedad criticando su forma de interrelacionarse y su accionar regido por el beneficio propio.
En años más recientes, las ficciones coreanas como Estación Zombie: Tren a Busan (95%) del 2016 y Estamos muertos (90%) de este mismo año comprendieron relatos igualmente crudos que reflejan el mundo de hoy dentro de contextos sociales donde el consumismo y las prisiones sociales han alcanzado realidades de tintes distópicos.
El cuerpo que se descompone mientras se pierde la voluntad propia también se convierte en un espejo de aquello a lo que le tememos y lo que estamos dispuestos a sacrificar para evitarlo a toda costa. De esta manera los monstruos continúan evolucionando y cumpliendo con su tarea de mostrar lo oculto para así desestabilizar realidades sociales a menudo incómodas. Así, el rol político y cultural del monstruo continuará acompañando a la humanidad por toda su historia.
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