Pablo de Grecia, feliz tras el hallazgo de las joyas de la corona: estos son los tesoros recuperados de la dinastía helena
Para los ciudadanos griegos era una de las grandes incógnitas de su historia reciente. ¿Dónde estaban los símbolos reales de su antigua monarquía? Según el periodista heleno Andreas Megos, había todo tipo de leyendas al respecto como que la propia familia real se los había llevado al extranjero. Ahora, al fin, el ministerio de Cultura ha encontrado en el Palacio de Tatoi, antigua residencia del Rey que ahora el Gobierno está rehabilitando para convertirlo en un museo, la corona, el cetro y la espada de Otón I, el primer monarca heleno. "Felicidades al ministerio de Cultura", escribió Pablo de Grecia, actual jefe de esta casa real no reinante, al conocer la noticia.
Según el Ejecutivo griego, estas insignias se han hallado en "en buenas condiciones, bien conservadas y adecuadamente empaquetadas". La última vez que se habían visto en público fue en los funerales de Pablo y Federica de Grecia, padres de la reina Sofía. Se crearon por orden de Luis I de Baviera, padre de Otón, en 1835 con el objetivo de que se le hiciera entrega de las joyas a su hijo en su coronación. La corona y el cetro se fabricaron en el taller de orfebrería Fossin et Fills de París, mientras que la espada fue encargada a un fabricante de armas llamado Jules Manciaux. Aunque el barco que las transportaba no llegó a tiempo para la ceremonia de abdicación, Otón I se llevó consigo las joyas cuando se exilió a Alemania en 1862.
Recorremos los rincones del Palacio de Tatoi, un lugar lleno de historia para la Familia Real griega
La corona, el cetro y la espada permanecieron en en el castillo de Hohenschwangau de Munich hasta 1959, cuando la dinastía reinante en Baviera, la casa de Wittelsbach, devolvió las joyas a los reyes de Grecia, Pablo y Federica. La entrega se realizó en una solemne ceremonia celebrada en el Palacio de Tatoi el 21 de diciembre, aniversario de la llegada de Otón a Atenas en 1834. En ella estaban presentes los príncipes Constantino, Sofía e Irena. El nieto de aquellos monarcas, Pablo de Grecia, ha compartido precisamente una imagen del histórico momento para agradecer al ministerio de Cultura la recuperación de las joyas de la Corona.
Después de que Constantino, el último rey de los helenos, se exiliase junto a su familia en 1967, el palacio real quedó vacio y nunca más se supo del paradero de los símbolos reales. Durante décadas, la otrora residencia real fue objeto de saqueos, sufrió amenazas de incendio y acabó en la más absoluta ruina. Sin embargo, las históricas insignias sobrevivieron al abandono y ahora, la corona, el cetro y la espada, todos ellos elaborados con oro y metal dorado, pasarán a pertenecer al pueblo griego y serán expuestos en el Salón de Trofeos del Parlamento.
Otro valioso hallazgo: la tiara desaparecida
Los vaivenes históricos de la monarquía helena no siempre han ayudado a mantener en buen recaudo un joyero tan valioso. Hace 11 años la aparición de Marie-Chantal de Grecia con una tiara que se había dado por desaparecida causó una enorme sorpresa. No formaba parte de las joyas de la Corona, sino que procedía del joyero personal de la reina Federica, y su destino era un misterio. Unos pensaban que se había vendido, otros que se había desmontado y reciclado en otras piezas de joyería y otros que se había arrinconado con los años. Por eso, cuando la esposa de Pablo de Grecia llegó al Palacio de Christianborg en Copenhague donde se celebraban los 40 años de Margarita de Dinamarca en el trono, todas las miradas se posaron en su impactante tiara.
Su primera aparición se remonta a finales del siglo XIXI a la época en la que el príncipe heredero, Constantino de Grecia, se casó con Sofía de Prusia, hermana del emperador Guillermo II, que se convirtió en reina de Grecia en 1913. Ella la llevó toda su vida y la combinó de mil y una maneras. A su muerte se la legó a su hijo el príncipe Pablo, quien a su vez se la ofreció como regalo de boda a su esposa, la princesa Federica. Ella la lució por última vez en el enlace de su hijo Constantino de Grecia con la princesa Ana María de Dinamarca. En el exilio no tuvo ocasión de volver a ponerse su joya favorita y tras su fallecimiento en 1981 nadie volvió a llevarla hasta el año 2012.