Palito Ortega: el chico asustadizo convertido en gobernador, el vicio que no puede abandonar y por qué envidia a Juanse
Absoluto e indiscutido ícono de la canción popular tanto en la Argentina como en toda América Latina, Estados Unidos y gran parte de Europa, a los 83 años Palito Ortega se encuentra disfrutando de un excelente y auspicioso presente, pleno de actividad y de merecidos homenajes a su celebrada y dilatada trayectoria.
Tras recibir el premio Protagonistas en reconocimiento a su vida y obra durante una emotiva ceremonia celebrada el último mes en el teatro Metropolitan y en la que estuvo acompañado por su familia, sus amigos más cercanos y varios colegas como Las Trillizas de Oro, Nito Mestre y Juanse, el creador de “La felicidad”, “Yo tengo fe”, “Un muchacho como yo”, “Sabor a nada” y tantos otros éxitos inoxidables se apresta a coronar un gran 2024 con dos shows previstos para esta noche y mañana en el teatro Colonial (Avellaneda) y en el Gran Ituzaingó, respectivamente.
Distendido, cordial, amable y luciendo un prolijo e impecable look elegante sport, Ramón Bautista Ortega recibió a LA NACIÓN en uno de los amplios salones de un hotel ubicado en la zona de Monserrat. Luego de la sesión fotográfica a la que se brindó con total predisposición y sin dejar nunca de tararear alguna melodía aleatoria, el “Rey” dialogó extensamente sobre distintos momentos de su carrera, la relación de amistad con los rockeros después de superar ciertos falsos prejuicios, la eterna e indestructible hermandad que lo une a Charly García, los múltiples y sorpresivos gestos desinteresados de Frank Sinatra hacia su persona durante su estadía en los Estados Unidos así como también de sus variadas experiencias como director de cine y en su rol de gobernador y senador por Tucumán a lo largo de los años 90.
Con más de 28 millones de discos vendidos, 33 películas en su haber y conservando siempre su habitual tono calmo y pausado, Palito comenzó la charla haciendo un balance del año que se va y con un agradecimiento especial. “Ante todo debo agradecer a Dios el estar todavía de pie y con la fuerza para subir a un escenario. Pero fundamentalmente agradezco a la gente que después de más de cincuenta años de carrera aún se sigue acercando a mis conciertos para recibirme con un cariño y un amor que considero algo maravilloso y por demás importante”, expresa Ortega para luego detallar las características del llamado “Gracias Tour Despedida”, una gira que cerrará este año con los dos conciertos ya citados y que a juzgar por su entusiasmo, sus ganas y por lo que continúa generando en el público parece desconocer su final: “El sentido real de esta gira es tocar por última vez en distintos lugares para ya no volver. Siempre me pareció un tanto injusto e insuficiente despedirse de una carrera tan extensa como la mía ofreciendo uno o varios shows únicamente en Buenos Aires o en una ciudad determinada. Hay que ir a cada lugar y decirle personalmente a la gente ‘muchas gracias’. Mis canciones han sido escuchadas y bailadas en infinidad de pueblos, provincias y países. Por eso, me parece muy bueno poder ir a México, Colombia, Ecuador y a tantas otras tierras que uno ha visitado para mirar a la gente a los ojos, decirle adiós y agradecerle en vivo. Es lo menos que debo hacer y en eso andamos”.
–¿Imaginabas cuando a los 14 años partiste a Buenos Aires desde tu Lules natal, en Tucumán, que cumplirías el sueño de convertirte en uno de los artistas más populares de la Argentina y Latinoamérica?
–La realidad superó en gran medida todos mis sueños. Desde muy chico me imaginé cantando sobre un escenario. La música siempre fue mi pasión y me dediqué por completo a ella. Primero aprendí a tocar la batería y después la guitarra. Pero cuando empecé a escribir mis propias canciones descubrí que ahí había un valor agregado fundamental, que me permitió grabarlas y darme a conocer y además que comenzaran a despertar el interés y a ser interpretadas por otros grandes artistas, como la orquesta de Ray Conniff en Estados Unidos o la de Frank Pourcel en Europa. Melodías como “La felicidad” se fueron por el mundo y volvieron grabadas en alemán, francés, italiano y en un montón de idiomas que jamás imaginé. Me parece que lo más importante en la carrera de un cantante es la faz autoral, para no tener que andar dependiendo de otros compositores a la hora de grabar un disco. Reconocer mis limitaciones, mi tesitura y hasta dónde podía llegar me permitió escribir melodías a mi medida y en función de mis posibilidades, más allá de que también compuse temas para Raphael, Julio Iglesias y muchos otros cantantes. Sinceramente logré muchas cosas que no esperaba aunque siempre estuve convencido y con una firme actitud de que era posible subir a un escenario, cantar mis canciones y llegarle a la gente. Ese es el motor para encarar cualquier profesión en la vida.
–A comienzos de los 70, en la Argentina solía hablarse de “progresivos” y “complacientes” para diferenciar a los rockeros de los cantantes populares, ¿existió en verdad esa grieta?
–Por ahí hubo quizás ciertos gestos de alguna gente que venía del palo del rock y que te miraba distinto por hacer música popular. En aquel momento estaba ese prejuicio, o mejor dicho falso prejuicio, de que una cosa era mejor que la otra o que el rock era superior al resto. Pero en definitiva, no hay nada más popular que el rock. Puede haber un compositor excelente que escribe una canción muy sencilla que se hace famosa en el mundo, como “Ob-La-Di, Ob-La-Da” por ejemplo. Es un tema de una simpleza total. Sin embargo, fue compuesto por dos genios como John Lennon y Paul McCartney y se convirtió en uno de los más grandes éxitos de Los Beatles hasta el día de hoy. Después, por supuesto, fueron evolucionando musicalmente. Es decir, se puede hacer mejor o peor, más simple o más sofisticada pero la canción popular es eso: lo que suena en las calles y lo que silba una persona mientras va o viene de su trabajo a bordo de un tren o viajando en colectivo. Ningún músico debería sentirse superior a otro. Cada cual hace lo que puede hacer y lo pone a consideración de la gente. Y más allá del estilo que sea, al final siempre es la gente la que dice sí o no.
–En la actualidad son varios los músicos del rock argentino que no solo te admiran y te respetan sino que incluso suelen acompañarte en vivo, como David Lebón y Juanse. Algo que debe provocarte una enorme satisfacción…
–Por supuesto. En el rock hay gente muy talentosa y que respeto mucho. Yo lo escucho tocar la guitarra a Juanse y me muero de envidia ¡¡¡Cómo toca ese muchacho!!! (se ríe). Y lo mismo me pasa con la voz de Nito Mestre. Lo llamo para que me dé una mano con un tema y el tipo te hace una segunda o una tercera voz con una perfección profesional increíble. Es gente que cuánto más la conocés, más la querés. Disfruto mucho de su amistad, de charlar con ellos y de compartir estudios de grabación y escenarios.
–Aún se te pondera mucho tu estrecha y directa colaboración en la recuperación física de Charly García en 2008 ¿Qué recordás de su prolongada estadía en tu casa de Luján y en particular de aquellas veladas junto al piano en tu estudio de grabación?
–Yo tuve la oportunidad de convivir con él durante un año y pude conocerlo en profundidad. Nunca escuché tanta música clásica en mi vida como en aquella ocasión. Quizás eran las dos de la mañana y Charly me decía que quería tocar el piano. Entonces íbamos los dos solos al estudio, yo me ubicaba en un rincón, él se sentaba frente al piano y comenzaba a tocar conciertos completos de música clásica uno detrás del otro. ¡Yo no lo podía creer! A veces tocaba algo suyo pero preferentemente se dedicaba a lo clásico. Hasta ese momento yo no tenía una dimensión real de su tamaño como músico. Por eso, después entendí por qué a los 12 años se lo querían llevar a Europa para ofrecer conciertos de piano. Fue un tiempo muy valioso que compartimos allá en Luján y que sirvió para forjar una hermandad que durará para toda la vida.
–Dejando a un lado las deudas que debiste afrontar luego de traer a Frank Sinatra al país en 1981, probablemente seas el argentino que más cerca estuvo de su figura. ¿Qué rescatás de tu contacto mano a mano con él desde el punto de vista artístico pero sobre todo desde lo humano y personal?
–Después de sus shows en la Argentina, yo lo acompañé al aeropuerto para tomar un vuelo privado hacia Brasil. Antes de subir al avión, se acercó, me dio un abrazo y me dijo: “Sé todo lo que te pasó. Lo único que quiero que tengas presente es que cuando necesites un garante en los Estados Unidos no dejes de llamarme”. Dos años después, una vez que pude solucionar todos mis problemas económicos en el país, me fui a los Estados Unidos y lo llamé simplemente por cortesía y para avisarle que me encontraba allí. En esa conversación volvió a repetirme que en caso de necesitar algo me comunicara con él. Yo le agradecí y todo quedó ahí. Curiosamente, al poco tiempo empezó a aparecer gente de distintos bancos que no me conocían y en los cuales no tenía cuenta ofreciéndome créditos importantes. Así fue como empecé a hacerme mi casa, a comprarme el auto que quería y a tener la posibilidad de volver a montar mi productora. Al principio fue todo una sorpresa pero luego descubrí que detrás de esas maniobras estaba la mano de él. Inclusive, una vez el alcalde de Miami envió a su secretario privado para preguntarme si necesitaba algo por pedido de Sinatra. La verdad es que me dio una mano muy grande y eso me dio la pauta del poder que tiene cierta gente en el mundo para solucionarte un problema de un día para el otro con solo levantar un teléfono. Recuerdo también la vez que me envió una invitación para ver el debut de su gira junto a Liza Minnelli en Las Vegas. Yo no fui porque no me gusta mucho poner la carita en esos eventos y decir “Aquí estoy”. Pero cada vez que se presentaba en vivo nunca dejó de invitarme. Eso habla de una conducta general en los Estados Unidos que se traduciría así: si vos te portás bien, te abren todas las puertas; si te portás mal, te cierran absolutamente todo. No hay término medio. Fue un gesto que agradecí eternamente.
–¿Por qué decidiste abandonar tu carrera como director de cine tras el estreno de ¡Qué linda es mi familia! en 1980 teniendo en cuenta el enorme impacto popular que tus películas despertaban, especialmente en el público familiar e infantil?
–Eso coincidió con todo lo sucedido alrededor de Sinatra y mi posterior viaje a los Estados Unidos. Por otro lado, al poco tiempo mi hijo Sebastián empezó a producir ficción mientras que Luis, otro de mis hijos, se dedicó de lleno a la dirección cinematográfica. Ahí comprendí que había llegado el momento de ellos, el tiempo de las nuevas generaciones y que había que darles su propio espacio sin dejar de apoyarlos y respaldarlos. A lo largo de mi carrera yo hice todo lo que quise. Y en el caso particular del cine me di lujos impensados. Pasar de ver los afiches de las películas de Libertad Lamarque y Luis Sandrini en la cartelera del cine de mi pueblo a después no solo conocerlos en persona sino además tener la posibilidad de dirigirlos fue algo así como un sueño fantástico y la materialización de un viejo anhelo.
–¿Qué enseñanzas te dejó haber sido gobernador de Tucumán durante la década del 90 y posteriormente senador por tu provincia?
–Lo más importante de esa etapa fue que no había ningún candidato con posibilidades de ganarle a Antonio Domingo Bussi. Además, él no era tucumano, sino entrerriano. Bussi había llegado a Tucumán como interventor militar y estuvo ahí en el momento más duro y difícil de la provincia. Sin embargo, a mí me parecía que una cosa era ser interventor y otra muy distinta gobernador. La verdad es que no tenía sentido que él fuera electo y decidí disputarle la gobernación. Él se reía porque me veía como un inexperto y como alguien que no había tenido ninguna gestión política. De todos modos, empecé la campaña y me di cuenta que la gente no estaba apoyando a un político sino a una persona que había salido de un pueblo pequeño de la provincia, que le fue muy bien en la vida y que ahora volvía para ponerse a disposición de todos. Gané las elecciones y allí estuve durante cuatro años. Creo que todo es parte de la historia de un chico que trabajando de cadete en un negocio, pasaba todos los días por la casa de gobierno de Tucumán y se asustaba por la imponente estructura de un edificio que, por otro lado, es hermoso (se ríe). ¿Quién podía haber dicho que ese chico un día iba a volver para ser gobernador de la provincia?
–En estos últimos años lanzaste varios álbumes con clásicos del rock y de la música melódica y romántica. ¿Tenés planes de grabar un nuevo disco con material propio? ¿Estás componiendo?
–Sí, siempre estoy componiendo. Es casi como un vicio muy difícil de abandonar. En cualquier momento me surge la necesidad de quedarme solo con la guitarra y escribir. En realidad, no lo hago pensando en que voy a sacar un disco con esas canciones. Simplemente escribo como un ejercicio y también me gusta mucho la pintura. Es lo que más hago en este momento: componer y pintar. Seguramente un día me voy a meter en el estudio y terminaré grabando todos esos temas con la guitarra para que quede un registro y no se pierdan. Pero por ahora no tengo el propósito de hacer un nuevo álbum ni es mi prioridad.
–¿Existe alguna asignatura pendiente en la carrera de Palito Ortega?
–Si yo le pidiera más a la vida, en verdad sería un egoísta. De chico siempre soñé con la música y me imaginé muchas cosas pero la realidad superó enormemente a todos mis sueños. Yo le agradezco a Dios y a la gente porque ya recibí mucho más de lo que anhelaba. No puedo pedir nada más. Sería injusto de mi parte.