Paradise: algo de humor y un intento de asumir desde la ficción algunos temas álgidos del presente
Paradise (Estados Unidos, 2025). Creador: Dan Fogelman. Elenco: Sterling K. Brown, James Mardsen, Julianne Nicholson, Sarah Shahi, Jon Beavers, Krys Marshall, Nicole Brydon Bloom. Disponible en: Disney+. Nuestra opinión: buena.
“Think twice. It’s just another day, for you and me, in Paradise”. El presidente de los Estados Unidos (James Mardsen) tararea la canción de Phil Collins sin saber que ese día será, no solo otro día en el Paraíso (¿La residencia de los mandatarios? ¿El mundo en el que viven los poderosos?), sino también el último de su vida. Luego de esa noche será asesinado. A quien le canta -o le confiesa sus penas algo beodas-, con quien fanfarronea un poco sobre sus responsabilidades públicas, y también exige un trato de amistad mezclado con una secreta sumisión, no es a Phil sino a otro Collins. Al agente especial Xavier Collins (Sterling K. Brown), jefe de su custodia, quien será el que lo encuentre en la mañana siguiente tirado sobre la alfombra de su dormitorio. ¿Qué ha sucedido en esa noche? Eso es lo que el protagonista de Paradise, la nueva serie de ciencia ficción y conspiraciones globales que estrenó en Disney+, deberá descubrir.
Sin embargo, ese no es el enfoque de Dan Fogelman, el creador de This Is Us que ahora despunta su vicio de intrigas y enredos sentimentales en un terreno diferente del de su primer éxito. De acuerdo a lo que vemos en el primer episodio, parece ser un thriller de espías, con un agente del servicio secreto acusado de magnicidio y una cofradía de millonarios con mucho que ocultar. Pero en el cierre de ese episodio descubrimos que en realidad el mundo que vemos no es el real, sino una prolija réplica al estilo de ‘The Stepford Wives’ creada por Samantha Redmond (Julianne Nicholson), una empresaria del rubro tecnológico en Silicon Valley. Entonces estamos en las coordenadas de la ciencia ficción. Pero también hay secretos de familia, romances prohibidos, y una puesta en escena melosa y algo telenovelesca que Fogelman importa de su máxima creación. ¿Dónde estamos entonces?
En el presente, Xavier Collins es un viudo de ética intachable, hijo orgulloso de un piloto condecorado y padre de dos hijos. Lo vemos en su ejercicio matutino, luego en el desayuno con sus hijos, después en su llegada a la casa del mandatario, y por fin ante el descubrimiento del asesinato. En apenas unos minutos decide dilatar la revelación del crimen, recoger algunas pruebas de la escena, y recién ahí anunciar a sus superiores la catástrofe. Lo que fragmenta ese tiempo presente son flashes del pasado entre Collins y su jefe, un presidente joven y millonario, pedante y racista, que paradójicamente desarrolla cierta dependencia con su subordinado. Sin embargo, Collins podría tener motivos para odiarlo y quizás ser el secreto responsable de su muerte.
Pero en este juego de idas y vueltas, de géneros que se cruzan y una puesta en escena que se edulcora demasiado, asoma lo mejor: detrás del presidente, de los agentes secretos que intenta dilucidar lo ocurrido, y de toda esa ciudad enterrada en las profundidades de un mundo desaparecido, está la poderosa Samantha, interpretada por Julianne Nicholson con más matices que cualquiera de los otros personajes. En ella se conjugan el duelo por una pérdida, la soberbia del dinero, la desmesura del poder. Y también, en tanto epicentro del clan que gobierna, como Sinatra daba sentido al Rat Pack, ella vela por su preciada creación siempre al límite, severa e implacable. Eso es Paradise, la ciudad sumergida y la ficción como guiño y evocación.
Fogelman ha salido airoso del pasado experimento de This is Us. Una especie de telenovela prolija y bien actuada, capaz de amalgamar la intriga -el 36 como santo y seña de los cumpleaños; la muerte del padre escondida en el tiempo- con un sentimentalismo que no escatimaba en lágrimas. Si bien Paradise se decanta en el policial y usa apenas la ciencia ficción como un desfile de pequeños gadgets, consigue cierta profundidad en la línea que sostiene al personaje de Nicholson, sus complejas motivaciones, su lugar como verdadera maestra de ceremonias de todo lo que vemos. Es ella y su cuestionable moral, su disipada ambición, la llaga en su pasado, lo que mejor justifica seguir avanzando en el relato, meternos en los entresijos de esa ciudad y saber quién puede estar detrás de la muerte del presidente.
Es cierto, también están las canciones, algo de humor y un intento de asumir desde la ficción algunos temas álgidos del presente -agenda climática, beligerancia global, sociedades de la vigilancia-, y sobre todo la decisión de no ponerse demasiado seria para dejar el aspecto humano como atractivo definitivo. En esa lúdica superficialidad están sus pros y sus contras, y deberemos esperar que Fogelman acomode sus cartas como lo ha hecho otras veces. Será cuestión de confiar.