Patti Smith: el viaje inspirador e inclasificable que la trajo de vuelta a Buenos Aires
Es muy difícil definir lo que hizo Patti Smith con el Soundwalk Collective en el Teatro Ópera. Ciertamente no fue un concierto, porque la música estuvo pero no fue protagonista. Decirle “show” o “espectáculo” parece no hacerle justicia, por la vinculación de esas palabras con el entretenimiento: si bien lo que se vivió fue ciertamente entretenido, muy lejos estuvo de ser un pretexto montado para matar el aburrimiento. Se le podría decir “performance experimental” pero tampoco termina de cuajar, porque excedió el disfrute cerebral, intelectual, de galería. O “experiencia inmersiva”, acaso, aunque se usó en tanto contexto mediocre esa expresión (recitales de covers a la luz de las velas, alguna pantalla colorida con sistema surround) que a uno le cuesta entender esto que pasó en estos términos: sería como decirle “partido de fútbol” a la final del último mundial. Como el tao: si lo nombro, lo pierdo. También como el tao: solo existe en el presente. Así como la palabra “árbol” no es un árbol, cualquier etiqueta que le peguemos a lo que se respiró en el teatro de la calle Corrientes es una jaula que lo encierra y un recuerdo que no lo honra.
Limitándonos a describir sin floreos: Smith recitó poemas (sin rima) sobre una base de sonidos diversos, a la luz de una gran pantalla, durante una hora y unos minutos. Después cantó a capella dos canciones suyas y terminó todo. Al público (aforo pleno) le costó un rato entender que gritar “¡te amo Patti!” ante el más mínimo silencio no era lo adecuado en este caso, hasta que al fin quedó atrapado en la red de la propuesta y se limitó a aplaudir cuando había que aplaudir, vivar cuando había que vivar y callar cuando había que callar, que era casi siempre. Proliferaban los celulares grabando pero esta vez con permiso: los miembros de la ¿banda? pedían en un texto proyectado sobre el telón antes de empezar que se registrara todo lo posible y que después se les envíe el material, para colaborar en un proyecto grupal de video en vivo. Pero este punteo formal, decíamos, se queda corto: para rozar la comprensión de lo vivido habría que hablar de sensaciones.
Se repite que el proyecto “Correspondences” (que Smith y el Soundwalk Collective ya habían presentado en vivo en Colombia y Chile unos días antes, y en forma parcial como single de dos caras en 2024) es como ver una película pero no: es más bien como protagonizar un sueño. Con cuatro largas piezas audiovisuales, los artistas reflexionan sobre el vínculo del hombre con el planeta y el proceso creativo, pero no ponen esa reflexión en una vidriera para que la audiencia lo presencie: hurgan en nuestro acervo de emociones, miedos y taras arcaicas para pararnos en el medio del relato. Importa poco si no se habla inglés y no se entiende qué dice Smith en su recitado: su actuación, sustentada por un marco sonoro y visual apabullante en lo artístico y en lo técnico, igual nos rodea y nos involucra.
Stephan Crasneanscki, el cerebro del Soundwalk Collective, descubrió que la mejor (¿la única?) manera de que nosotros pudiéramos asimilar -por ejemplo- la desolación de un chico de Chernobyl caminando perdido en la madrugada por la estepa helada, era construir un entorno que nos hiciera aflorar nuestra propia desolación. Alguna, la que fuese: enormes o insignificantes, todos tenemos nuestras tragedias, y en el dolor uno empatiza. Esto lo hace, más que nada, con el monólogo de Patti Smith, sabia en su dicción y justa en sus gestos, aun con una tos que la molestó de principio a fin. Pero también lo hace con estímulos calculados: un colchón atonal sintético, un cello que deshilacha melodías que no van a ningún lado, una percusión que oscila entre lo subliminal y lo violento, una puesta de audio envolvente, unas visuales que incluyen paisajes yermos, lluvias de fuego, océanos manchados, fragmentos de Medea de Pier Paolo Pasolini (1969) con Maria Callas, rutas flojas de luces, Pasolini otra vez pero encarnado por Willem Dafoe en la biopic que dirigió Abel Ferrara en 2014.
La interpretación (si se quiere) teatral termina en ovación, y Patti se va y vuelve a escena de la mano de Crasneanscki, y después se queda sola para pedir perdón varias veces por la garganta averiada, cantar sin acompañamiento “Wing” (de Gone Again, 1996) y “Because the Night”, ayudada por el público que, ahora sí, se desboca para bien. Es frágil y poderosa a la vez: de nuevo, difícil no sentirla cerca.
Nick Hornby destaca “Pissing in a River” de Patti Smith en su ensayo 31 canciones porque, al verla en vivo, le dieron ganas de “leer, escribir, pintar, ir a una galería o correr rápido”. El efecto de Correspondences es similar: uno sale del teatro sacudido e inspirado. Motivación, conmoción, impulso: se podrá discutir la etiqueta, pero la esencia es el arte.