Paul McCartney: por qué lo asusta Donald Trump, la última vez que lloró mientras cantaba y cómo se convirtió en el mayor fan de The Beatles
Paul McCartney está comiendo. Son las tres de la tarde en Los Ángeles y mientras lo escucho masticar las respuestas, empiezo a sospechar que estoy interrumpiendo la hora del almuerzo. Un minuto después se ahoga, se disculpa, pide un poco de agua, dice: “¿Sabés por qué pasó eso? Por estar comiendo un chocolate. Y no debería hacerlo mientras hago una entrevista, ¿no? Debería ser más profesional”.
Sentada en el piso de moquete de una habitación, frente a la pantalla de un celular por la que corre un número desconocido, balbuceo algún comentario pero no sé qué contesto. Paul McCartney, el músico vivo más importante y uno de los más grandes de todos los tiempos, atiende a El País en medio de un descanso de los ensayos para la gira que lo traerá una vez más tanto a Uruguay como a la Argentina.
McCartney, de 82 años, el hombre que redefinió la música y algo parecido a un dios, todavía ensaya, se exige, piensa que “debería ser más profesional”. Se toma todo muy en serio. Si hay que promocionar los conciertos, que serán este martes 1 de octubre en el Estadio Centenario de Montevideo, el sábado 5 y domingo 6 en el Monumental de Buenos Aires y el 23 en el Mario Kempes de Córdoba, McCartney no delega. La vida, dice, debería ser como lo que pasa en sus shows: la gente junta, cantando unida, como si no hubiera problemas ni discusiones y como si verdaderamente pudiéramos convencernos de que no hay diferencias, de que todos somos lo mismo, de que algo mejor es posible.
Ya en la entrevista, Paul se atora con su chocolate, se disculpa, habla sobre la magia de la música y al final le dice “Adiós, amiga” a esta cronista. McCartney asegura que emociones de ese estilo son las que, a esta altura, lo hacen seguir de gira. En 2023 tocó en Australia y México y, en diciembre, dio nueve conciertos en Brasil, donde cerró en el mismo Maracaná en el que batió un récord en 1991 al reunir a 184 mil personas. “La cosa es que mirás al público y ves a los abuelos, luego a los padres, luego ves a sus hijos y por último a los hijos de sus hijos. Así que es increíble, hay como una, dos, tres, cuatro, tal vez cinco generaciones que vienen al show”, dice. “Y en un momento, como cuando hacemos ‘Hey Jude’, todos se unen. Y es hermoso, ¿sabes? Es como debería ser la vida, en lugar de que la gente se esté peleando o estén discutiendo. Es estar todos en el mismo lugar, haciendo lo mismo, con alegría. Y eso es muy especial para mí”.
En el Maracaná, en 2023, los fanáticos organizaron dos acciones. Para una, repartieron globos que hubo que inflar, levantar e iluminar durante “Ob-La-Di Ob-La-Da”, lo que convirtió el estadio en un campo florido de lucecitas de colores (nunca un instante se sintió tan feliz). Para otra, entregaron hojas en blanco con las sílabas “nana” impresas en negro, que se levantaron de manera uniforme durante el coro de “Hey Jude”. Mientras casi 80.000 personas lo entonaban, McCartney soltó: “Saben, amo ese sonido”.
Este martes, ese coro sonará en el Estadio Centenario, donde McCartney tocará por tercera vez. Debutó en 2012, repitió en 2014 y volverá este 1 de octubre con un repertorio de tres horas que abarca toda una vida: Beatles, Wings, su carrera solista, un pedazo de la música esencial del siglo XX.
–¿Recordás el momento en que sentiste que te enamoraste de la música?
–Mi papá solía tocar el piano en casa. Era un pianista amateur y esa fue la primera música que escuché que me gustó, porque era bastante bueno tocando el piano. Él no lo creía, pero yo pensaba que era muy bueno, así que mi primera música vino de él, de simplemente escucharlo. Era un niño, me tiraba en el suelo y él tocaba. Y lo otro fue la radio. Me encantaba, escuchaba todo tipo de música muy diferente. Pero no había nada de rock and roll cuando era niño, eso vino después. ¿Te puedes imaginar un mundo sin rock and roll?
–En absoluto...
–¿Verdad? Pero era así. Y tengo esta suerte de que escucho cosas y las absorbo como una esponja. Algo entra y realmente se queda conmigo. Pero recuerdo escuchar en la radio la canción “Bésame mucho” (de Consuelito Velázquez y que grabó en 1962 con los Beatles). ¿La conoces?
–Por supuesto.
–Bueno, empieza en un tono menor, la melodía está en un tono menor, y de repente a mitad de la canción pasa a un tono mayor, y me pareció tan emocionante escuchar cómo eso ocurría. La mayoría de la gente ni siquiera lo habrá notado, pero yo sabía que algo había pasado. Y no supe qué era hasta mucho después, cuando entendí sobre guitarras, acordes y tonos y cosas en el piano. Me di cuenta de que era como un Sol menor, Sol menor, Sol menor, y de repente (lo canta), ¡Sol mayor!, y eso era como la felicidad. Esas cositas se me quedan, incluso de mi niñez, y esas son las cosas que me fascinan de la música.
–¿Y recordás la última vez que lloraste por una canción?
–Sí, qué curioso que lo preguntes. Era amigo de Jimmy Buffett (músico); no lo conocía de hace mucho, pero nos hicimos amigos durante los últimos años. Y cuando murió, su esposa estaba organizando un concierto tributo en el Hollywood Bowl en Los Ángeles, y había muchos músicos muy buenos. Estaba Eagles, que era como el número principal, y me pidieron que participara de alguna manera. Porque estuve con Jimmy unos días antes de que muriera y él estaba en cama, solo le quedaban dos días de vida. Su esposa y mi esposa me pidieron que tocara un par de canciones para él. ¡Wow! Eso fue difícil. Porque estar mano a mano cantando para alguien siempre es medio difícil. Pero sabiendo que Jimmy estaba muriendo, me fue muy difícil cantar. Así que canté “Blackbird” llorando todo el tiempo y miré a mi esposa a ver si ella podía ayudarme, y era un mar de lágrimas; miré a la esposa de Jimmy y estaba igual. Y la última canción que le toqué, que la toqué en la guitarra, fue “Let It Be”. Así que cuando me pidieron que fuera al concierto, llegué al ensayo, estaba parado al costado del escenario, los Eagles estaban tocando “Take It to the Limit”, estaba cantando Vince Gill, que tiene una voz preciosa. Y me paré ahí y me puse a llorar. Así que esa fue la última vez que la música me hizo llorar.
–Tu canción “Confidante” está dedicada a tu guitarra, que ha sido tu confidente desde tu adolescencia. Ahora, a los 82, ¿cómo definirías el apoyo emocional que te ha dado la música en los momentos más difíciles?
–Si intentas analizar la música, te das cuenta de que son solo frecuencias, que no hay nada más que frecuencias; notas que se acomodan, pero algo mágico sucede cuando se juntan de una manera hermosa. Entonces, cualquier buena música, sea clásica, sea rock and roll, sean viejos standards o música sudamericana, tiene una forma de afectarte. Hace poco, por ejemplo, supe de la muerte de Sérgio Mendes y estuve escuchando un montón de su música en mi Spotify. Es que escuchar buena música siempre alivia mi alma. Ese es el poder de la música, incluso si científicamente hablando no es más que una colección de frecuencias. Y somos los únicos en el reino animal que podemos hacerlo. Las ballenas hacen sonidos, pero solo los humanos componemos canciones. Eso también es mágico.
–Los Beatles fueron ciertamente algo mágico. El año pasado se publicó el tema “Now and Then” y hay cuatro biopics de la banda en camino. Es como si fueran una caja sin fin, que nunca deja de sorprendernos. A lo largo de los años, ¿has redescubierto algo sobre lo que han hecho?
–Creo que una vez que los Beatles terminaron y cada uno hizo sus cosas, con los años aprendí a apreciar más lo que hicimos. Si ahora escucho una canción de John o de George, pienso. “Wow, esto es tan inteligente, tan genial, tan hermoso”. Creo que mi apreciación sobre todo lo que hicieron los Beatles ha crecido porque lo miro desde lejos. En el momento estaba adentro, no había tiempo para reflexionar. Solo estás ahí: compones, trabajas, tocas, grabas, haces. Pero cuando te alejas, es distinto. Ahora soy como un fan de John Lennon, George Harrison y Ringo Starr. Escucho su trabajo y pienso: “Dios, esto es increíble”. Así que ahora soy el mayor fanático de los Beatles en el mundo.
–Muchas personas adoptan “Let It Be” como filosofía de vida. ¿Cuál es la tuya?
–Creo que ser fiel a uno mismo. Es algo que Shakespeare dijo alguna vez (en Hamlet): “Sé fiel a ti mismo”. Lo estudié en la escuela y siempre pensé que era una gran enseñanza. Así que esa ha sido mi filosofía: intentar ser verdadero, ser sincero conmigo mismo. Si hay algo que no me gusta, si hago una pieza musical que realmente no me convence, debo admitirlo. Cuando salimos de gira, eso es un buen ejemplo, porque somos como cien personas trabajando y nos llevamos muy bien, como una familia. Así que, aunque estemos trabajando, seguimos pasando un buen rato. Y eso se extiende a la vida, a todas las cosas. Intento ser amable y sincero.
–¿De qué te sentís más orgulloso?
–De mi familia, de mis hijos.
–¿Hay algo del futuro que te asuste?
–Donald Trump. Es un tipo aterrador. Es una locura porque solo está ahí porque era popular en televisión. ¡Es un tipo de la tele! No me gusta, de hecho, realmente me desagrada. Sí, creo que es aterrador. Pero con suerte no ganará [las elecciones en Estados Unidos]. Y si eso es cierto, tal vez simplemente desaparezca, lo cual sería maravilloso.
–¿Creés que ya escribiste tu mejor canción?
–Probablemente. Tengo mucha suerte de haber escrito algunas canciones que creo que son... buenas. Muchos artistas, bailarines, pintores, actores, a menudo hacen su mejor trabajo cuando son jóvenes. Así que creo que probablemente ya escribí mis mejores temas, pero eso no me hace dejar de intentarlo. Hacer canciones para mí es como un pasatiempo y lo haría aún si no fuera profesional. Y tengo canciones nuevas y creo que hay una o dos que son realmente buenas; podrían ser de los Beatles. No me corresponde a mi juzgarlo, pero, ¿quién sabe?
–Entonces, si las canciones hubieran sido solo un hobby, ¿qué habrías hecho?
–Sería maestro. Esa era mi profesión ideal.