Paulina Bonaparte, la hermana pequeña de Napoleón que protagonizó numerosos escándalos
Era la hermana menor de Napoleón y la más guapa. También la que más le amó, dispuesta a acompañarle hasta el exilio cuando todos le habían abandonado. Aunque la relación entre ambos nunca fue fácil: díscola, frívola y terriblemente sensual, protagonizó un sinfín de escándalos y coleccionó amoríos entre generales, artistas y aristócratas. Casada en primeras nupcias con el mariscal Leclerc y viuda desde muy joven, contrajo un segundo matrimonio con un príncipe italiano que la llevó a Roma, rodeada de lujos y palacios que nunca resultaron suficientes para satisfacerla.
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Paulina nació en Ajaccio en octubre de 1780. Era la sexta de los ocho hijos de un matrimonio de la pequeña aristocracia corsa que, hasta esa fecha, había mostrado simpatías por la independencia de la isla y se mostraban muy críticos con el dominio que el Reino de Francia ejercía sobre Córcega. Sin embargo, los cambios políticos que se vivieron en Europa en el último tercio del siglo XVIII, el estallido de la Revolución Francesa y sobre todo, la inmensa popularidad que su hermano Napoleón adquirió como soldado de la República tras el heroico asedio de Tolón, les llevó a una posición prominente en la sociedad.
Con su familia, se trasladaron a Marsella, donde fueron adquiriendo una importante fortuna aderezada con los éxitos militares y políticos de José, Luciano, Jerónimo y, sobre todo, Napoleón. En 1799, el ya General Bonaparte –que había deslumbrado al mundo con su campaña en Italia y Egipto- lideraba el Golpe de Brumario con el que liquidaba el Directorio y daba comienzo el Consulado. Los Buonaparte –ya Bonaparte- pasaban a convertirse en la primera familia de Francia.
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Paulina era una joven de gran belleza. También lo era su hermana Carolina, aunque ella tenía además un carácter impetuoso y atrevido que deslumbraba al público masculino. Tuvo un romance con Junot y una relación apasionada con el veterano revolucionario Fréron, que disgustó mucho a Napoleón quien, para alejarla de aquel idilio, la reclamó con él a Milán. Paulina se movía con soltura en los salones parisinos y pronto enamoró a uno de los mariscales de confianza de Napoleón, Charles Leclerc, que le había acompañado en su triunfo en Rivoli.
La unión parecía adecuada para los aires de grandeza de aquella nueva aristocracia y se casaron el 14 de junio de 1797. Pero los intereses de Francia primaban sobre la comodidad del amor y la pareja tuvo que embarcar hacia Haití, donde él había sido designado general en Santo Domingo para hacer frente a una revuelta en las islas. Parece que fueron felices y tuvieron un hijo, Dermide, pero la fiebre amarilla causaba estragos entre la población y el propio Leclerc cayó víctima de la enfermedad en 1802.
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Paulina regresó a Francia. Habían llegado los días de poder y gloria con la proclamación del Imperio y todos los miembros de la familia se habían convertido, por decreto de Napoleón, en Altezas Imperiales. Paulina, viuda y aún de extraordinaria belleza, se lanzó a una vida de lujos y frivolidad que distaba, bastante, de la imagen que el flamante Emperador quería dar de los suyos, aunque él también anduviese enredado en diferentes cortejos. Era, en palabras de su hermano, "la mujer más hermosa de su tiempo y la mejor de las criaturas vivientes".
El candidato elegido por Napoleón para frenar los excesos pasionales de Paulina no fue otro que un príncipe italiano, de la estirpe de los Borghese, adinerados y de regio pedigrée. Ella no parecía muy conforme con el carácter apocado de su prometido, aunque sí con la enorme fortuna que el nuevo título acarreaba y, aún a disgusto, accedió a la orden de su hermano.
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Camillo Borghese y Paulina se casaron y ella, a regañadientes, se trasladó a Roma. Fue él quien encargó al famoso escultor, Antonio Canova, una de las figuras más extraordinarias de su flamante nueva esposa, desnuda y sobre un diván. Vivía en un fastuoso palacio de estilo renacentista, pero fue incapaz de dejar de lado las fiestas y el erotismo; su número de amantes resultaba escandaloso hasta el punto que la familia tuvo que intervenir.
Fue de las pocas mujeres capaces de desafiar al Emperador, aunque terminó plegándose a sus requerimientos. "Procura vivir como corresponde a mi nombre y a tu alcurnia", le espetó ahora su hermano. Pero Paulina sufrió, también, la muerte repentina de su único hijo en 1806.
Sin embargo, cuando la desdicha empezó a acechar a los Bonaparte tras la fallida campaña de Rusia y la derrota en España, su hermana Paulina fue de las pocas que se ofreció a acompañarle al exilio a Elba y hasta puso a su disposición sus joyas, los fabulosos diamantes Borghese, para financiar la campaña de Waterloo. Pero en 1815 todo había terminado: Napoleón fue deportado a la isla de Santa Elena. Paulina se quedó en Roma pero jamás dejó de escribirle. Tras la muerte de Napoleón en 1821, Paulina consiguió la mediación del Papa para que su enfadado esposo, le concediese el perdón.
Paulina Bonaparte, la más guapa y fiel de las hermanas de Napoleón, falleció de cáncer de útero en Florencia en junio de 1825. Pese a su deseo de ser enterrada con su primer marido y su hijo en París, su cuerpo descansa en la Basílica romana de Santa María Maggiore.