Paulina Rubio se aleja de la diva arrogante para rescatar su carrera tras tocar fondo
Es verdad que de todos los Timbiriche originales la más polémica (y carismática) a lo largo de la historia ha sido Paulina Rubio.
Desde que era la pequeña de 10 años que saltaba y cantaba en los escenarios, a la adolescente rebelde —¿recuerdan cuando insistió en pintarse un mechón 'punk' en color rosa en el pelo? Lo pueden ver en la portada del disco de 1985 'Rock Show'— a ser la 'Chica Dorada' de los 90, en su época de solista, la primogénita de la primera actriz Susana Dosamantes ha sido una figura imprescindible para contar lo que ha sido la farándula mexicana en 40 años, aunque también ha sido pájara de las tempestades y eso le ha pasado factura (para su mala suerte).
Esto porque tampoco es secreto que Paulina tiene un carácter especial; lo mismo puede ser sumamente avezada y astuta en muchas cosas y tener un carisma natural que supera con creces sus carencias, que puede ser pesada como collar de papayas cuando le da la gana; es naturalmente arrogante (quién sabe de dónde lo saca: su madre y su hermano Enrique son un encanto) y si bien puede ser amable como regla general, hay veces que le gana la petulancia y eso le generó una fama horrible por años.
Si a esto le sumamos los problemas en los que se había visto envuelta desde hace algún tiempo —demandas millonarias, deudas, escasas ventas, líos sentimentales, peleas de custodia, la pandemia, etcétera—, era de esperarse que Paulina llegara a un punto de quiebre y tuviera que estacionar (tal vez ahora permanentemente, no se sabe) sus actitudes de diva, que tanto entretenían hace 20 años para tener que reinventarse ahora que se encontró con que esas poses a la larga no sirven de nada y hasta sus fans más devotos (y algunos son tan fieles y voraces como los Belifans, no lo duden) se lo habían hecho notar.
Ahora que Paulina ya es artista de Sony Music, situación que la acerca a su eterna "rival" y excompañera de grupo Thalía (esto en su momento fue la comidilla du jour), es notorio que se le leyó la cartilla para enderezar la brecha y que ante esta oportunidad, la intérprete de "Ni una sola palabra" se tuvo que cuadrar y seguir las instrucciones de su nuevo equipo (porque sí, al firmar con Sony, tuvo que renovar a toda su plantilla para arrancar de raíz viejos vicios de imagen como eso de ser intratable y hasta el extraño acento seudo español que por años la había hecho objeto de derrisión por parte de medios y público).
En suma: Paulina quiere cambiar y se ha lavado la cara. Así es como, después de varios años, regresa a México y a su casa, Televisa, para mostrarse más sencilla, más abierta, más accesible. Y ya era hora que recuperase esos rasgos, porque nunca se sabe de quién se va a necesitar para encontrar sostén a la hora de la caída, y Paulina se tuvo que comer un plato de humildad que llevaba un buen rato servido esperándola.
Su presentación en 'Hoy', que fue muy comentada porque compartió set con Andrea Legarreta, quien es la esposa de su expareja y excompañero Erik Rubín —todo el universo se sabe esa historia de Alejandra Guzmán, la puesta de cuernos, la mentada canción de 'Hey Güera' y todo lo demás, aún si ya pasaron treinta años del affair de marras—, es un primer paso que la muestra en esta intención de rehabilitar su imagen; hace unos años habría sido impensable que se sentara a charlar con una celebridad menor como Paul Stanley, sin ser condescendiente o, como se dice en México, 'mamona', que era la imagen cultivada por ella en las últimas dos décadas. Fue afable, sencilla, directa. Una figura completamente nueva.
Paulina tiene 50 años y los asume; no es lo mismo, por supuesto, tener esa edad ahora que hace 20 o 30 años: tiene la ocasión de ser una mujer nueva, madura, sin perder la audacia que en su infancia conquistó al público y sobre todo, tiene la gran oportunidad de rescatarse a sí misma. No cualquiera la tiene y seguramente hará su mejor esfuerzo para conseguirlo, porque si hay algo que siempre ha quedado claro, es que Paulina Rubio no es tonta.
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