Película sin diálogos: Venganza silenciosa está muy lejos de lo mejor de John Woo
Venganza silenciosa (Silent Night, Estados Unidos/2023). Dirección: John Woo. Guion: Robert Archer Lynn. Fotografía: Sharone Meir. Edición: Zach Staenberg. Música: Marco Beltrami. Elenco: Joel Kinnaman, Catalina Sandino Moreno, Kid Cudi y Harold Torres. Duración: 104 minutos. Calificación: apta para mayores de 16 años. Nuestra opinión: regular.
Se puede argumentar que la conquista china del mundo empezó por Hollywood en los años 90. Si bien el proselitismo de Quentin Tarantino a favor del cine de acción hongkonés (y lo mucho le pidió prestado para sus propias películas) hizo que Occidente prestara más atención a la cinematografía oriental, no fue otro que Jean Claude Van Damme quien importó hacia Estados Unidos a los auteurs chinos John Woo, Tsui Hark y Ringo Lam. Woo fue más rápidamente asimilado y produjo el mayor impacto de los tres, acaso porque en su obra es palpable la influencia de artistas occidentales canónicos como Sam Peckinpah, Martin Scorsese o Jean Pierre Melville. La poesía visual de sus ballets de pistoleros ultraviolentos terminó cambiando al cine de acción y sin su influencia no hubieran sido posible Matrix (1999), ni la actual renovación del rubro encabezada por los ex coordinadores de dobles pasados a la realización Chad Stahelski (John Wick) y David Leitch (Atómica). Tras éxitos como Código Flecha Rota (1996) o Contracara (1997), el estilo de Woo empezó a parecer una parodia de sí mismo y el fracaso de la millonaria adaptación de Philip Dick El pago (2003), lo devolvió a sus orígenes: a las historias románticas de espadachines medievales rodadas en Hong Kong. Tras 20 años de ausencia, el realizador regresa a Hollywood con este nuevo film.
Venganza silenciosa es, inconfundiblemente, una película de Woo. Como sus obras emblemáticas, tiene su centro de gravedad en el vínculo de dos varones ubicados en lados opuestos de la ley que sin embargo preservan en común una perspectiva moral y su oposición al mal. La característica figura del antihéroe estoico y sacrificial, tomada en buena parte de El samurái de Melville, aquí está representada por Brian Godlock (Joel Kinnaman), un hombre felizmente casado y padre reciente que, al comienzo del film, sufre la muerte de su hijo por una bala perdida durante un tiroteo entre gánsteres. Fuera de sí, persigue a los agresores desarmado y solo logra recibir un disparo en el cuello que destruye sus cuerdas vocales y lo deja sin habla. El film, que siempre preserva su punto de vista, hace propio este impedimento y es contado enteramente sin diálogos. Hay que decir que esto no supone una gran diferencia, ya que los héroes de Woo no se caracterizan por su verborragia. Se trata apenas de un artilugio promocional para pretender que estamos ante “cine puro”, una narrativa enteramente visual comandada por un reconocido esteta de la acción.
Sin embargo, la ausencia de palabras limita lo que se puede contar: es difícil transmitir conceptos complejos con las cejas y, en este caso, al escasa expresividad de Kinnaman complica hasta la transmisión de ideas como “sí” o “no”. En consecuencia, la trama de vigilantes y justicia por mano propia resulta tan cruda que hace que El vengador anónimo parezca Crimen y castigo: tras la muerte de su hijo, Godlock empieza un programa de entrenamiento en combate y armas de fuego para vengarse de los asesinos. Un año más tarde, como una suerte de Batman ensamblado en Tierra del Fuego, sale con un Ford Mustang, una escopeta y una campera de cuero a enfrentar a la banda de narcos latinos responsable de su tragedia. Un policía culposo por no haber capturado a los malhechores le brinda ayuda ocasional.
El arsenal cinético de Woo es tan vasto como el bélico de sus villanos pero la ausencia de historia hace que la película sea una acumulación de escenas de acción. Si esto es “cine puro” es enteramente debatible, en especial porque Woo no regresa a Hollywood con una galería de innovaciones comparable a la que lo hizo célebre, sino exactamente con lo mismo: aquí está la edición crispada, la alternancia de la cámara lenta que estira la temporalidad de las balaceras casi como en “El milagro secreto” de Borges y los duelos hiperestilizados que terminan con todos apuntándose mutuamente, es decir, todo lo que ya conocíamos desde hace tres décadas.
Esta película nos reencuentra con un viejo maestro convertido en apenas un competente imitador de sus alumnos.