Una película de los 90 nos enseñó que el deseo no tiene género

Hay películas que nos definen, mientras que otras nos redefinen. Nunca olvidaré la primera vez que vi El talento de Mr. Ripley y mis ojos se abrieron ante un paradigma de sensualidad diferente. La película de Anthony Minghella basada en el popular personaje de las novelas de Patricia Highsmith llevó al cine una historia de deseo contenido y homoerotismo que dejó huella en muchas personas y, además, encumbró a lo más alto del cine a un nuevo tipo de galán en la piel de Jude Law, el hombre de moda a comienzos del nuevo milenio.

La delicadeza perversa de la película, su elegancia cargada de magnetismo sexual y sobre todo sus protagonistas masculinos la llevaron a aportar cierta reescritura de la masculinidad en la gran pantalla. Rompió las barreras entre géneros para dirigirse a todo el mundo con sus atractivos y deliciosos dulces envenenados que nos hicieron vivir un verano inolvidable en Italia años antes de Call Me by Your Name.

Póster de 'El talento de Mr. Ripley' (Paramount Pictures)
Póster de 'El talento de Mr. Ripley' (Paramount Pictures)

Para muchos, 1999 es el mejor año en la historia del cine (aunque yo ya defendí el 2001 como serio competidor para dicho título). Matrix, Magnolia, American Beauty, Cómo ser John Malkovich, El club de la lucha, El proyecto de la bruja de Blair o El sexto sentido son algunos de los títulos que pasaron a la posteridad aquel año, en el que también se estrenó El talento de Mr. Ripley (para ser exactos, a España nos llegó a comienzos de 2000). Un lujoso drama de suspense que fue nominado a 5 premios Oscar, entre ellos uno a Mejor actor de reparto para Jude Law, que sellaba así su estratosférico ascenso a la fama para acabar apareciendo en casi todas las películas de los 6 o 7 años posteriores.

La película conquistó a la crítica y la audiencia gracias a la visión con la que el tristemente fallecido Anthony Minghella adaptaba la novela homónima de Highsmith (la primera de cinco dentro de la saga del personaje), acentuando su erotismo para embriagar al espectador. Recién salido del éxito de El paciente inglés, que le valió 9 estatuillas doradas, Minghella recuperaba un emblemático y oscuro personaje que ya había sido adaptado varias veces en la ficción, siendo A pleno sol (1960), protagonizada por Alain Delon y dirigida por René Clément, la adaptación más conocida hasta ese momento del misterioso Tom Ripley, el antihéroe creado por la autora estadounidense; a quien, por cierto, volveremos a ver próximamente encarnado por Andrew Scott (Fleabag) en la serie Ripley.

Ambientada a finales de los 50, El talento de Mr. Ripley nos cuenta la historia de orígenes de Tom Ripley, interpretado por Matt Damon, un joven neoyorquino que es enviado a Italia por el padre de Dickie Greenleaf (Jude Law), un playboy rico y malcriado, con la misión de convencerlo de que regrese a su país para dirigir la empresa familiar y despedirse de su madre enferma. Al llegar allí, Tom queda completamente embelesado por Dickie, un hombre radiantemente bello y carismático, pero también difícil, que vive la vida como le da la gana, así como por el estilo de vida lujoso que lleva junto a su novia, Marge (Gwyneth Paltrow). Mientras vive una vida de engaño y mentiras, la fascinación de Tom por Dickie se transforma en un irrefrenable deseo que va más allá de la amistad y la admiración. Pero antes de revelar sus sentimientos, un incidente da un vuelco a la historia, desvelando su verdadera naturaleza y obligándole a huir.

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La muerte de Dickie a manos de Tom da un violento giro de 180 grados a la película. Tanto que, para muchos, en el momento en que Jude Law deja de aparecer, el interés por la película decrece considerablemente. No es justo para Damon, que con su sobresaliente interpretación demostraba potencial para ser un actor más versátil e interesante de lo que creíamos (otra cosa es que con el tiempo lo haya aprovechado), pero lo cierto es que la estrella indiscutible de la película es, y siempre fue Law.

Despuntando a mediados de los 90 en su Reino Unido natal con una productora independiente formada junto a su exmujer, Sadie Frost, Ewan McGregor y Jonny Lee Miller, y con títulos como Wilde, Gattaca, Medianoche en el jardín del bien y del mal o eXistenZ, Law empezó a labrarse un nombre como it boy en su país natal. Su atractivo lo convirtió en uno de los hombres más solicitados por las revistas de moda, y pronto, Hollywood y el mundo se obsesionó con su imagen y su talento. El talento de Mr. Ripley fue el trabajo que selló su salto definitivo a la fama, iniciando una temporada en lo más alto en la que encadenó un proyecto detrás de otro y trabajó con algunos de los mejores directores (Enemigo a las puertas, A.I. Inteligencia Artificial, Camino a la perdición, Closer, El aviador, The Holiday…).

Law es la clave por la que El talento de Mr. Ripley marcó tanto a muchos espectadores, entre los que me incluyo. La película nos sumergía en un mundo nostálgico y evocador perfectamente diseñado que nos trasladaba a una época que nunca vivimos, y lo hacía a través de la mirada de Ripley, un protagonista atípico, un hombre retorcido, débil y moralmente ambiguo que se alejaba del canon del galán de Hollywood. Acompañando a este extraño don nadie, la elegancia en la puesta en escena, su energía hedonista y sus hermosos compañeros de reparto (Cate Blanchett entre ellos) nos proporcionaban una válvula de escape de la realidad hacia un mundo pasado de glamur y placer que nos invitaba a formar parte de él.

Y a través de Tom vivíamos en primera persona ese poderoso y casi inaguantable anhelo por Dickie. Y por Law. Un personaje irresistiblemente canalla que tira de nosotros como un imán, al que hay que entregarse aun sabiendo que vas a sufrir con él, tan seductor y encantador como narcisista y volátil (“Con Dickie es como si el sol brillara sobre ti y es glorioso. Pero entonces se olvida de ti y se vuelve muy frío. Cuando tienes su atención, sientes que eres la única persona en el mundo, por eso lo quiere todo el mundo”, dice Marge, el personaje de Paltrow). Y guapo, por supuesto, muy guapo, con su penetrante mirada verde, sus cabellos dorados que parecen cincelados por Miguel Ángel y una anatomía que no tenía ningún reparo en exhibir para todo el mundo. Perdón, ¿por dónde íbamos?

La elección de Law como Dickie Greenleaf respondía a un plan deliberado por parte de Minghella. Y es que el director no quería a una estrella cualquiera para el rol, sino que quería dar con un perfil específico para el papel alrededor del que iba a girar toda la película y sus personajes. Según explicó Minghella, “buscaba a alguien que fuera el carisma en persona, alguien que pudieras imaginar a hombres y mujeres sintiéndose atraídos por él” (E! Online). El por aquel entonces semidesconocido Law cumplió a la perfección estos requisitos, personificando casi matemáticamente lo que el realizador necesitaba. Y lo que Dickie representaba: “Dickie Greenleaf es una llama alrededor de la que circulan todas esas polillas. Pero [Jude] también era capaz de expresar la dureza de Dickie. No solo se trata de ser un príncipe, sino también de tener una cualidad metálica, que a él le sale muy fácilmente”.

Aunque ahora todo está cambiando, Hollywood y el cine en general suele definir claramente cuándo sus películas se dirigen al público masculino o al femenino. Con El talento de Mr. Ripley, Minghella rompió con los estereotipos comerciales y se negó a apelar a un género concreto, buscando la atracción fuera de los confines de las reglas de género o los cánones de Hollywood construyendo un relato en torno a un hombre que se convirtió en el objeto de deseo de mujeres y hombres por igual.

Cada vez que Law aparece en pantalla, una energía ineludible emana de ella. Suyas son las escenas más memorables del film, con una en concreto subiendo la temperatura de las salas de cine en medio mundo: Tom y Dickie jugando al ajedrez mientras el segundo se da un baño. Un intenso juego de miradas que llevaba el homoerotismo a su máxima expresión, despertando en más de uno sentimientos que quizá no había afrontado hasta ese momento. En otras palabras, ver a Jude Law en la bañera, y más tarde emergiendo de ella desnudo mientras Matt Damon lo miraba con insoportable deseo provocó el despertar sexual de muchos espectadores.

Así es como El talento de Mr. Ripley se convirtió en algo más que una buena película (porque aunque no me he centrado en su calidad cinematográfica, hay que dejar constancia de que es una de las grandes joyas de finales de los 90). Revisándola más de 20 años después, personalmente la considero un punto de inflexión en el cine por su representación del deseo (hay que tener en cuenta que fue producida por Miramax, la compañía de Harvey Weinstein que un año antes había censurado todo atisbo de homosexualidad en 54), y también por convertir a Jude Law en un icono de la belleza masculina que no se ajustaba al estereotipo del héroe hipermasculino que veíamos en otras películas comerciales de la época -algo que encuentra su origen, claro está, en la obra de Highsmith, llena de subversión y elementos queer.

Desde entonces, tanto los cánones de belleza masculinos como la forma en la que el cine aborda la sexualidad han seguido transformándose para demostrar que no hay reglas fijas para la expresión y la atracción. Pero hace dos décadas, una película como El talento de Mr. Ripley podía suponer una pequeña revolución hormonal para el espectador joven, un rito de paso compartido por hombres y mujeres que a día de hoy siguen recordando a Dickie Greenleaf como uno de sus primeros grandes amores cinematográficos.

El talento de Mr. Ripley está disponible en el catálogo de HBO Max y en venta y alquiler digital a través de Rakuten, Google Play, Apple TV y Amazon.

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