Así son las personas orgullosas

El orgullo no es malo. De hecho, tener una personalidad orgullosa nos puede ayudar a crecer, a desarrollarnos, a conseguir nuestras metas. Sin embargo, un exceso de orgullo sí puede tener consecuencias negativas. Pongamos un ejemplo: "Daniel es una persona que se siente orgullosa de sus logros en el trabajo y ello le impulsa a pedirse más y a buscar la excelencia en todo lo que hace. Sin embargo, esta personalidad orgullosa a veces le juega malas pasadas. Por ejemplo, en su relación de pareja su orgullo se interpone en una comunicación asertiva. Siempre busca demostrar que tiene razón y que sus opiniones son más certeras. Esto hace que la relación, en muchos momentos, se tambalee". Como vemos, a Daniel le ha ido bien en algunas facetas de su vida ser orgullosa. Sin embargo, en otras puede ser un obstáculo.

De la mano de Alba Ferreté, coach certificada, experta en mindfulness e inteligencia emocional, terapeuta transpersonal, creadora del podcast 'Cómo vivir con calma mental' y autora de El naufragio sereno. Una guía para comprender tu malestar en tiempos de crisis y transformarlo en calma y serenidad (Ediciones Urano, 2023), repasamos los aspectos positivos y negativos del orgullo y vemos qué pasos debemos dar para que una personalidad orgullosa no nos impida vivir felices y tener relaciones respetuosas y plenas.

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¿Cuáles son las características de una personalidad orgullosa?

Antes de nada, hay que tener en cuenta que encontramos dos tipos de orgullo: el positivo, relacionado con una buena autoestima y autoconcepto y que nos permite valorarnos y sentirnos seguros de nosotros mismos; y el negativo, que es el que está relacionado con la soberbia y que nos ciega ante nuestros propios errores.

Por ello, "ser orgulloso", desde el lado negativo está relacionado con la falta de humildad y el sentirse superior. Una emoción que, aunque pueda parecer todo lo contrario, esconde una profunda sensación de insuficiencia e inferioridad. A las personas orgullosas les cuesta reconocer sus errores, fácilmente se sienten heridas y amenazadas, son incapaces de pedir ayuda y necesitan tener el control de todo cuanto sucede en su vida.

 

¿Cuál es la diferencia entre vanidad y orgullo?

Ciertamente, la vanidad y el orgullo están íntimamente relacionados, pero no son exactamente lo mismo.

La vanidad está muy enfocada en la apariencia y la validación externa. Se relaciona especialmente con el narcisismo, la superficialidad y la falta de autoconciencia, pues una persona vanidosa no se preocupa demasiado en reflexionar sobre el impacto de sus acciones en los demás.

El orgullo, en cambio, está más enfocado en lo interno, en una autoimagen inflada, sobre todo, en lo que a las propias capacidades se refiere. No es que no haya autoconciencia, es que tienen dificultades para reconocer los propios errores y hay baja tolerancia a la crítica.

En resumen, el orgullo puede estar relacionado con un sentido de logro y autoestima, mientras que la vanidad se centra más en la apariencia y la validación externa. Es importante cultivar un sentido saludable de orgullo, basado en logros y autenticidad, y evitar caer en patrones de vanidad que puedan afectar negativamente la forma en la que nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás.

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¿Qué factores pueden llevar a una persona a desarrollar un exceso de orgullo en su personalidad?

Tenemos que imaginarnos el orgullo como una coraza, una protección que les impermeabiliza de su falta de autoestima, su complejo de inferioridad y, sobre todo, de su miedo al rechazo a través de las críticas. Detrás de todo eso suele haber la nula capacidad de regular sus emociones, por lo que las personas orgullosas viven en un estado de defensa permanente que sobrellevan a través de una sobredimensionada falsa autoestima que actúa como fachada.

En el fondo, si rascamos un poco, encontraremos un niño herido, lleno de tristeza, rabia e impotencia, que lo único que busca es el amor y la aprobación para sentirse valioso. Si durante los primeros años de nuestra vida no nos enseñaron a tolerar la frustración, reconocer nuestros errores y cultivar la humildad, es posible que, como adultos, necesitemos desarrollar el orgullo y la soberbia como mecanismos de defensa emocional.

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¿Podrías compartir ejemplos de cómo el orgullo puede ser beneficioso en ciertos contextos?

El orgullo es una emoción muy necesaria para nuestro bienestar mental cuando la sabemos gestionar correctamente. En su lado positivo, está vinculada a una buena autoestima, aquella que pone en valor nuestros talentos, fortalezas y valores, y que nos permite alcanzar nuestras metas y deseos.

Gracias a esta confianza en nuestras propias capacidades, no sentimos la necesidad de compararnos y nos enfocamos solo en nuestro camino, reconociendo nuestros logros y aprendiendo de nuestros errores.

Además, al sentirnos seguros de nosotros mismos, no tememos expresar nuestras opiniones ni mostrarnos como realmente somos, y el miedo al rechazo deja de ser un lastre. Es por ello que, normalmente, las personas orgullosas suelen sentirse más libres que las que tienen un autoconcepto más negativo.

Estas cualidades son útiles en todas las áreas de nuestra vida, pero lo que está claro es que una persona orgullosa de sí misma, será más propensa a alcanzar su ideal de éxito que una que no lo sea, por el simple hecho de que su alta autoestima la acompaña a cada paso.

 

¿Cómo nos perjudica el orgullo?

En su vertiente negativa, puede traernos muchos problemas. Por ejemplo, las personas orgullosas no suelen pedir perdón, ya que sienten que, al hacerlo, se pone en cuestión su autoimagen idealizada. Además, como se sienten rápidamente amenazadas, suelen adoptar una actitud defensiva, por lo que es muy fácil ofenderlas o herirlas sin querer. Y no solo eso, sino que su deseo inconsciente de mantener la falsa imagen proyectada les lleva a ser tremendamente controladoras, algo que, irremediablemente, les lleva muy a menudo al sufrimiento.

Sin embargo, desde mi punto de vista, una de las cualidades más perjudiciales del orgullo es que se sienten tan desconectadas de los demás por sentir constantemente el peso del juicio que nunca piden ayuda. Se aíslan y no se dan el permiso de dejarse sostener o inspirar por otros.

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¿Cómo limita nuestro desarrollo y nuestras oportunidades?

Una persona que vive el orgullo desde la soberbia no reconoce la equivocación y, por lo tanto, no se da espacio para aprender de sus propios errores. Y no solo eso, sino que, además, se cierra a la posibilidad de sanar sus heridas, restaurar su autoestima y dejarse inspirar por la perspectiva de otras personas, especialmente cuando eso implica poner en cuestión sus propias creencias.

¿Cómo nos podemos librar del orgullo dañino?

El primer paso tiene que ser, sí o sí, el reconocer que el orgullo está siendo un problema. Así que, lo primero es fomentar la autoconciencia a través de la autoobservación.

Luego, darse cuenta de en qué contextos interviene la reacción automática y uno se cierra en banda dando rienda suelta a su orgullo. Puede ayudar el preguntarse: ¿A qué apunta este orgullo? ¿Qué dice de ti? ¿A qué creencias apuntan y cuáles han sido puestas en duda? ¿Hay valores asociados?

En tercer lugar, poner el foco en tu autoestima a través del autoconocimiento. En el orgullo, hay un bloqueo de la propia sombra por considerarla inadecuada. En cambio, en la autoestima se ha iniciado el camino hacia la liberación de dicha sombra incorporando herramientas para su gestión y regulación.

A partir de ahí, también puede ayudar:

  • Practicar la empatía:tratar de ponerse en el lugar de los demás. Practicar la empatía ayuda a entender las perspectivas y sentimientos de las personas que nos rodean.

  • Aprender a pedir disculpas: aceptar la responsabilidad de nuestros errores y disculparse sinceramente muestra humildad y apertura. Reconoce que todos cometemos errores y eso no disminuye nuestra valía como persona.

  • Aprender de los demás: reconocer que no tenemos todas las respuestas y que otras personas tienen conocimientos y experiencias valiosas para compartir.

  • Y, especialmente, practicar la humildad: reconocer nuestros logros, pero también ser conscientes de que siempre hay más por aprender. La humildad implica reconocer nuestras limitaciones y estar dispuestos a aprender de los demás.

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