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Vannes (Francia), 4 mar (EFE).- El tono monocorde, casi de letanía, con el que el excirujano Joël Le Scouarnec testificó este martes en el tribunal que le juzga por casi 300 abusos y violaciones, la mayor parte de ellas pederastas, contrastó con la violencia de los hechos que fue reconociendo, un catálogo de horrores que incluyen escatología, exhibicionismo, zoofilia o sadismo. En pie, con la mirada serena, el médico que ejerció durante más de tres décadas en diferentes clínicas y hospitales del este de Francia fue desenmarañando cómo abusó de centenares de pacientes y la manera en la que iba consignando en sus diarios sus perversiones. Un catálogo que delitos que, cuando fue descubierto en 2017, abrió la mayor investigación por pederastia de Francia y que constituye la base de la acusación por la que Le Scouarnec, ahora de 74 años, se enfrenta a 20 años de reclusión. El tribunal se centró en la lectura de algunos de aquellos horrores que el médico fue reconociendo, sin apenas emoción. Aseguró que todo empezó en Loches con una niña que su esposa cuidaba en los 80, la puerta de entrada en la pedofilia que después marcó el descenso a las otras perversiones. A lo largo de los años, Le Scouarnec fue acumulando víctimas y alimentando sus obsesiones perversas, relató sus juegos con muñecas que identificaba con niñas, con maniquís a los que hablaba de sexo o con sus masoctas. Reconoció que empezó a coleccionar fotografías de niños desnudos que encontraba en revistas y a partir de ahí se abrió la caja de Pandora de lo más escabroso, vídeos de decapitaciones, de judíos entrando en cámaras de gas. En paralelo, fue afinando su método para abusar y violar a sus pacientes, para someterlos a tocamientos que iba escribiendo de forma minuciosa en sus diarios. Diarios "sin censura" El excirujano confesó que contaba "sin censura" todo en sus relatos, que pocas veces releía, pero reconoció que algunas veces pudo no considerar como violación algunos de sus actos. La presidenta del Tribunal de lo Criminal de Morbihan, en Vannes, Aude Buresi, le preguntó si reconocía como violación las penetraciones digitales que cometió en las vaginas de decenas niñas, a lo que él respondió afirmativamente, tras reconocer que hasta ahora no fue capaz de asumir esos hechos, porque esa palabra le parece "terrible". Tampoco negó que puedan existir más víctimas -que ellas mismas ignoran que lo son- que las que aparecen en el sumario, las 299 que los gendarmes fueron identificando a partir de los relatos de sus diarios en un trabajo que dejó secuelas en los investigadores. El pasado viernes ya añadió una más, su propia nieta, de la que reconoció, tan solo unos instantes después de la declaración de su hijo, el padre de la pequeña, haber abusado. Le Scouarnec repasó también la forma en la que evitaba que sus colegas le sorprendieran en sus actos criminales, pese a que en ocasiones levantó sospechas, como cuando en 2004 fue condenado a cuatro meses de cárcel exentos de cumplimiento por tenencia de material pedófilo. A pesar de ello, siguió trabajando en contacto con menores hasta su jubilación, en 2017, poco antes de su detención. "Mi actividad pedófila no tuvo ninguna incidencia en mi actividad profesional", aseguró el acusado, detenido en una casa insalubre en 2017 y que reconoció que apenas se duchaba, lo que contrasta con la exigencia de desinfección que exige un quirófano. "Aprovechaba las ocasiones que se me presentaban, cuando me quedaba a solas con los pacientes",confesó el acusado, que reconoció que solo en una ocasión sedó a una de las pacientes para abusar de ella. Edgar Sapiña Manchado (c) Agencia EFE