Los Piojos: la banda de los apellidos comunes que pintó mejor que nadie su aldea y que protagonizó un triste y multitudinario final
No había resto para otra postergación. Cuando desde una reciente cuenta creada en Instagram publicaron un conteo con un “gran anuncio” no había forma de que esta vez no significara un “gran regreso”. Cientos de miles de personas en todo el mundo (¿millones?) atentas a su resultado, pero sabiendo que ahora sí se les tenía que dar, que la ilusión alimentada en base a tantas “señales” (breves videos aparentemente inconexos subidos a las redes sociales, comentarios enigmáticos de sus integrantes, publicaciones cómplices de cuentas seguidoras) no podía redundar esta vez en seguir tirando de la cuerda.
Y así fue: tras un “parate” de 15 años que en un momento (por manifiestas enemistades) pareció ser definitivo, se confirmó finalmente que vuelven Los Piojos con dos shows en el Estadio Único de La Plata. Y aunque todavía no se sepa cuándo, ni cómo ni con qué formación (incógnitas, sobre todo la última, bastante importantes para que el regreso esté a la altura) lo anunciado bastó para que se desate la emoción, la nostalgia y el festejo por anticipado entre el “pueblo piojoso”, pero también, como suele suceder en estos casos, entre aledaños y oportunistas que sacaron a relucir sus credenciales piojosas aprovechando la ola (y quién puede criticarlos).
Se desempolvaron banderas, se recuperaron remeras arrumbadas en el fondo del placard, ¡se cotizaron los viejos CD! El día del anuncio se vieron en las redes sociales picos de nostalgia, memorabilia y humor que marcaron no sólo lo popular que es la vuelta de Los Piojos sino también lo necesario que -para no pocos- parece ser reconectar con aquellas experiencias y aquellas épocas más tangibles, menos inciertas, más en apariencia felices.
Antes, como es un clásico también, mucha agua pasó bajo el puente. Principalmente las desavenencias entre sus integrantes, que es lo que en un inicio llevó a la separación de Los Piojos, en 2009. Primero con la partida del guitarrista Piti Fernández para darle prioridad a La Franela, su proyecto personal, y luego, al poco tiempo, con la partida del otro guitarrista, Tavo Kupinski (luego fallecido en un accidente automovilístico, en 2011), que no pudo evitar recordar a Piti durante el último show en River, dejando expuesta aún más la fractura interna del grupo. “Una mesa se compone de cuatro patas. Cuando una de las patas está floja, no tiene sentido seguir”, dijo palabras más, palabras menos, el cantante Andrés Ciro Martínez en aquel momento para graficar la situación y justificar el “parate” (así se lo anunció entonces) que terminó siendo en los hechos una separación efectiva. Hasta hoy.
Ya sabemos cómo idealiza los hechos el paso del tiempo y en este caso no hay poco para idealizar, empezando por una discografía corta pero contemporánea y personal, con mucha tela para cortar (después, que sea del agrado o no, es otra cosa); siguiendo con una presencia en vivo que desde el principio acallaron las voces que quisieron ver en el éxito de la banda un fenómeno de moda o pasajero (los shows sólidos y genuinamente festivos, mostraban lo contrario) y terminando con un alcance constante y sonante, de la mano de sus hits en las radios de éxito, que hicieron que no sólo los conocieran sus fans o sus detractores sino también tu mamá, tu tía, tu tío abuelo, que no sabían nada de rock, pero a Los Piojos los conocían.
“Los Piojos son una banda que tiene mucho de barrio, de tango. También de un montón de bandas de rock que nos gustan: los Rolling Stones, Iggy Pop, (David) Bowie, Mano Negra. Una banda bastante natural. Donde buscamos contar las cosas como las vemos, cómo nos pasan y sin disfraces. Y a veces hay posturas de callejero, y hay posturas de tipo con mucho swing, mucho estilo”, decía Andrés Ciro durante una perdida visita al extinto canal Music21 (hoy recuperable en YouTube) un año antes de que pegaran el salto masivo (1996) y condensando sin saberlo la gracia del grupo: la de haber conectado de manera profunda (o sea artística) con las demandas espirituales de su tiempo (lo que se respiraba en el aire, lo que se ansiaba y ambicionaba generacionalmente) y hacerlo combinando aparentes opuestos como ser “una banda natural” (es cierto) pero también histriónica, teatral y festiva (o sea, no tan “natural”, cierto también).
¿Cómo fue entonces? ¿Natural o no tan natural? Las respuestas, como siempre, están escritas (y grabadas). Si uno va a Chactuchac (1992), el primer disco de Los Piojos, encuentra allí una desesperanza suburbana (“Llevateló”, “Cruel”). Pero también una evocación de la desindustrialización, desempleo y viajes en el Sarmiento (“Los mocosos”, “Los cancheros”; imperdible la entrevista de Fabián Polosecki en El Otro Lado). Y una entonación filo tanguera (en todo el disco) que revaloriza el lenguaje propio y local en contraposición a las tendencia de un pop/rock más neutro y globalizable.
Entonces, sí: era una banda “natural” en el sentido de estar embebida por aquella experiencia barrial y suburbana que era lo más “real” que te podía pasar si eras joven creciendo en El Palomar o Ciudad Evita a principios de los 90; pero también “no natural” en el sentido de haber tomado la decisión de plasmar estéticamente esa dicción, esas entonaciones, ese neo lunfardo, esas raíces rítmicas en canciones que resultaron emotivas y perdurables. “Canciones que representaban una forma de vida, de juventud. Un momento social en el que era imposible conseguir un respaldo de tanta magnitud, pero lo buscamos en comunión con la gente”, diría años después el baterista Dani Buira.
Por supuesto, nada de lo anterior (que se profundizaría en los discos siguientes) hubiera sido posible sin un formación que al mismo tiempo tuviera la alquimia dispar y desigual de los grandes grupos. A saber: un cantante (Andrés Ciro) que era una especie de Mick Jagger arrabalero, un frontman plástico y teatral, conductor innato de masas, un danzarín de las mareas de energía entre público y banda, además de principal compositor. Un distinto. A su lado, los guitarristas. Uno más melódico (Piti Fernández), autor o coautor de joyas como “Muy despacito”, “Vine hasta aquí” y “Bicho de ciudad”. Un talentoso. Y el otro (Tavo Kupinski), más puntilloso, autor de gran parte de los arreglos y del riff piazzolliano de “Marado”, compositor de “Sudestada” y de “Gris”. Un virtuoso de los barrios melancólicos. Entre medio, el bajista (Micky Rodríguez), acreedor de la simpatía y el de las monerías en vivo, el más compinche de Ciro y autor de temas menores pero queridos como “Fijate” o “Un buen día”. Un sostén. Y al fondo, un baterista (el citado Dani Buira) avezado cultor del candombe y la murga, as del ritmo sincopado, pero también del golpe austero, preciso, nunca una de más. Un pulpo marcial y rioplatense.
Esta formación clásica alcanzó una cumbre sostenida de creatividad y estilo en el período que va del segundo disco, Ay Ay Ay (1994) a Azul (1998), pasando por el decisivo Tercer Arco (1996), en el que pegaron el gran salto, pasaron de Arpegios a Obras y sonaron en todos lados con “El farolito” y “Verano del 92″, y homenajearon a Diego con “Maradó”, compuesta después del mundial de Estados Unidos. Antes y después, patentaron el “rocandombe” (Jaime Ross y Rubén Rada les retribuyeron con elogios genuinos), se hicieron una banda federal girando por todo el país, se convirtieron en una de las grandes caras visibles del llamado “rock chabón” o “barrial” (y con ello se ganaron las primeras subestimaciones o estigmatizaciones, todas perimidas con el paso del tiempo) y básicamente entraron en el circuito masivo del rock argentino, habiendo partido del suburbio sin palanca, sin amiguismo, sin pauta y sin un sello grande detrás. “Si sos el hijo de un músico famoso, inevitablemente va a caer sobre vos el periodismo, te van a ofrecer mejores cosas, porque hay una expectativa. Martínez, en cambio, no genera ninguna expectativa en especial, ni Rodríguez, ni Fernández”, bromeaban al respecto en una entrevista para MTV de 1998.
Luego, con el nuevo siglo, se acrecientan las diferencias internas (en 2000 Dani Buira abandona el grupo y es reemplazado por Sebastián “Roger” Cardero, que no logró empardar nunca su gravitación estética) y aflora cierto amesetamiento creativo (no tanto por los discos y temas conseguidos, sino porque el empuje vital ya no es el mismo). Son los años (los que van de 2000 a 2007) de los recitales en las canchas de fútbol (All Boys, Huracán, Atlanta, Boca, River); de los encuentros con Maradona; de estrechar lazos con Pappo y León Gieco; de hits radiales como “Ruleta”, “Como Alí” (“tengo los dedos supersitivos, tengo los ojos de Darín”), “Amor de perros” y “Bicho de ciudad”; de agrandar la propuesta en vivo del grupo con Chucky de Ipola en teclados y Changuito Farías Gómez en percusión; y de convertirse, a fuerza de canciones, presencia en festivales y reconocimiento social, en una de las bandas grandes del rock nacional.
Un período que abarca los discos Verde paisaje del infierno (2000), Máquina de sangre (2003) y Civilización (2007). En el caso de Civilización, una nueva cumbre creativa de la mano de su producción y sonido moderno, y un indicio auspicioso de por dónde tal vez hubiesen seguido Los Piojos de no haberse separado. “Con Civilización muchos nos dijeron: ‘¡Volvieron!’”, gratificó en aquel momento Andrés Ciro, en referencia a que, tras el cansancio, los años en carrera y la ineludible pérdida de la fuerza inicial, igual se las habían arreglado para entregar un discazo que se ganó los elogios de la crítica más esquiva. Estaba todo dado para un renacimiento, pero se desató la tormenta, arreciaron aún más las diferencias internas y la aventura piojosa llegó a su fin aquel frío y lluvioso 31 de mayo de 2009, en el que quedó flotando la sensación de que la separación podía llegar a ser para siempre.
Para alegría entonces de miles, millones de piojosos repartidos en todo el mundo, los quince años de “parate” llegaron a su fin. Aunque hoy la pregunta inquietante que se mantiene es: ¿con qué formación vuelven Los Piojos? Se sabe que Piti Fernández será de la partida luego de la reconciliación pública que ofrecieron el año pasado durante un show de Ciro y Los Persas. Pero, ¿hay resto para que Micki Rodríguez y Dani Buira, que todavía no confirmaron su participación, no formen parte del regreso? ¿Qué pasará, en tanto, con Chucky de Ipola y Changuito Farías Gómez? ¿Quién ocupará la otra guitarra en reemplazo de Tavo Kupinski? Incógnitas que aún no tienen respuesta oficial pero de cuya resolución dependerá que esta festejada vuelta esté a la altura de lo que tantos esperan.