La historia del hombre que ganó un Óscar tras pasar por el mismísimo infierno

Haing Ngor (Photo by ABC Photo Archives/Disney General Entertainment Content via Getty Images)
Haing Ngor (Photo by ABC Photo Archives/Disney General Entertainment Content via Getty Images)

En 2019 la Romamanía sacudió a Hollywood con la película mexicana de Netflix escalando posiciones en las quinielas de los Oscars. La cinta de Alfonso Cuarón obtuvo 10 nominaciones, ganando tres estatuillas a mejor fotografía, director y película de lengua extranjera. Sin embargo, si hubo un nombre que dio la nota aquel año más que nadie, esa fue su protagonista Yalitza Aparicio.

Aquella maestra rural de raíces indígenas conmovió al mundo entero con su papel de Cleo, la sirvienta inocente que reflejaba parte de la historia de su país. Y que a pesar de perder el Óscar contra la todopoderosa Olivia Colman (por La favorita) se convirtió en un símbolo de representación social en plena era de muros y Donald Trump. Yalitza había llegado al casting por casualidad y sin haber soñado con ser actriz. Sin embargo, no fue la primer persona nominada por la Academia sin ser actriz. Hubo otro hombre, también ajeno a Hollywood, que a diferencia de Yalitza sí ganó la estatuilla como actor de reparto. Un hombre con una historia de supervivencia que hiela el alma.

Me refiero a Haing Ngor, un médico camboyano que tras pasar por el mismísimo infierno, fue elegido para un papel en Los gritos del silencio (1984). Ngor fue un sobreviviente del régimen de Pol Pot y su partido de los jemeres rojos que se cobró la vida de más de 3 millones de personas en Camboya, entre 1975 y 1979. Tenía 28 años y no quiso abandonar su país, escondiendo su profesión de médico trabajando en un taxi, ya que su condición de intelectual podía llevarlo a una muerte segura. Fue denunciado, perseguido, capturado, liberado y capturado de nuevo. Lo llevaron a un campo de concentración en 1975, en donde pasó cuatro años haciendo trabajos forzosos y fue torturado en tres ocasiones ante la sospecha de que estaba practicando medicina en el campo.

Sobrevivió comiendo una cuchara de arroz al día, raíces y ratas crudas. Le mutilaron parte de un dedo y tuvo que ver a su esposa morir de hambre en sus brazos. Pero en 1979 logró escapar junto a una sobrina y un amigo, caminando durante cuatro días a través de una jungla poblada de minas hasta llegar a Tailandia. Un año más tarde emigró a EEUU junto a su sobrina para estar cerca de su hermano en California. Y fue allí donde su vida dio un giro de nuevo.

El director Roland Joffé estaba trabajando en una película que contaría la historia del régimen, con Sam Waterson como un periodista que cubría el genocidio. Pero necesitaba un actor camboyano para el papel secundario más importante, el de Dith Prath, un local que servía de intérprete a los periodistas. Al igual que Yalitza, la historia de su fichaje parece salida de una película.

Óscar
Haing S Ngor sostiene a sus hijos en una escena de Los gritos del silencio, 1984. (Photo by Warner Brothers/Getty Images)

Ngor fue fotografiado por un cazatalentos cuando estaba en una boda, ya viviendo en Los Angeles, quien le pidió que hiciera un casting. Jamás había actuado en su vida. Su profesión era la medicina. Pero lo hizo de todas formas y consiguió el papel. Pero para cumplir su contrato debía regresar a Tailandia y rodar escenas que recordaban el infierno que vivió en sus propias carnes. La experiencia fue tan traumática que un día huyó del set. Es más, él mismo dijo que no pudo ver la película más de una vez.

Sin embargo, revivir aquella pesadilla hizo que dejara para el recuerdo una interpretación genuina, dolorosa y cautivante, tanto que la Academia tomó nota y lo premió con el Óscar a mejor actor de reparto en 1985, siendo uno de los tres premios que ganó el filme (también ganó a mejor fotografía y mejor montaje).

Ngor siguió trabajando en cine, haciendo otras 16 películas más. Fue el Sr. Ho en Mi vida (1993) junto a Michael Keaton y Papa en El cielo y la tierra (1993) de Oliver Stone. Pero lamentabemente el destino le guardaba un desenlace trágico.

Después de rehacer su vida tras sobrevivir uno de los grandes genocidios del siglo XX, Ngor murió en Los Angeles en febrero de 1996 a los 55 años. Fue asesinado de un tiro en el pecho a la salida de su casa por un grupo de pandilleros. En el juicio se declaró que le dispararon cuando no quiso entregar un relicario con la foto de su esposa fallecida. Pero los abogados de la defensa afirmaron que su muerte fue una ejecución. Una venganza personal de Pol Pot, el genocida líder de los Jemeres Rojos, pero no hubo evidencias para demostrar la acusación.

Ya en 2009, un exoficial del régimen aseguró que Ngor había sido asesinado por órdenes de Pol Pot, pero los investigadores americanos no le dieron credibilidad. Actualmente, los tres asesinos cumplen condena en EEUU tras ser sentenciados a cumplir de 56 y 26 años a cadena perpetua. Uno de ellos sin posibilidad de libertad condicional.

El dictador rojo ya se había cobrado la vida de unas tres millones de personas, y tras ganar el Óscar, Ngor montó una campaña internacional denunciando al régimen de Kampuchea Democrática, recaudó fondos y construyó clínicas, hospicios y centros de acogida para refugiados. Escribió un libro contando su experiencia y, además, era presidente de la asociación camboyana en Estados Unidos y había organizado dos asociaciones de ayuda a sus conciudadanos. Es por ello que muchos camboyanos aun creen que su Óscar y su labor humanitaria en contra del régimen hizo que el líder dictador lo pusiera en su mira.

Esto es increíble, pero así lo ha sido toda mi vida” dijo en su discurso de aceptación del Óscar.

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