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Cómo saber si estás abusando emocionalmente de tus hijos (y qué hacer para evitarlo)

Recientemente un informe sacó a la luz una estela de casos de abusos físicos y emocionales en varios centros educativos católicos de Escocia durante más de cinco décadas.

El documento denunciaba que se había abusado emocionalmente de los menores “de diferentes modos”, y que estos habían sido “frecuentemente humillados, controlados, insultados. Se les hacía sentir inútiles, se les denigraba y se les sometía a castigos totalmente injustificados”.

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Si bien se trata de un caso extremo y prolongado, sucede que el fenómeno del abuso emocional a las personas de menor edad no se produce exclusivamente en centros educativos.

La casa, el hogar, el seno de lo que debería ser un espacio para la convivencia y la armonía, resulta en muchas ocasiones el escenario de este problema. En estos casos, los niños se convierten en víctimas de sus padres, sus abuelos e inclusos sus propios hermanos.

Debido a que muchas veces no viene acompañado de violencia física, este tipo de abuso puede ser difícil de identificar. Sin embargo, sus efectos en el menor pueden ser significativos a corto y largo plazo y tan graves como los del abuso físico.

Palabras ofensivas, insultos… pero también control extremo o exclusión, aislamiento, son varias de las maneras en que se expresa el abuso emocional contra los menores.

Un sentido inapropiado de culpabilidad

De acuerdo con la psicóloga Yusimí Sijo, especialista de Gables Psychology and Wellness Associates, “los adultos que infligen el abuso fomentan un sentido inapropiado de culpabilidad y remordimiento en los menores, los hacen sentir responsables por el abuso perpetrado y por los cambios de afecto y de ánimo del abusador, mientras ejecutan la manipulación emocional y sustentan y promueven una codependencia emocional y afectiva de modo que los niños normalicen este tipo de patrón relacional.”

“Los menores de edad víctimas de abuso emocional —recalca la Dra. Sijo—usualmente muestran comportamientos erráticos, son propensos al aislamiento social, experimentan ira incontrolable, irritabilidad, extrema pasividad o irascibilidad en su interacción con otros adultos o niños, aprensión, dificultades con la atención sostenida y la concentración, dificultades académicas, ausentismo, tristeza, ansiedad y una propensión a retraerse.”

Entre los signos que con mayor frecuencia revelan un caso de abuso emocional en un niño están también que el menor presente miedo real ante la figura del padre o que manifieste verbalmente que lo odia.

También se produce cuando el menor habla mal de sí mismo (como cuando dice “Soy estúpido”, porque ha sido inducido a esta reflexión en su propia casa); cuando parece emocionalmente inmaduro en comparación con sus compañeros y cuando presenta cambios repentinos en el habla, como el tartamudeo.

En cuanto a los progenitores o los cuidadores, estos serán los gestores de este tipo de abuso cuando muestren poco o ningún respeto por el niño, cuando se refieran a él de manera peyorativa, cuando no lo sostengan de manera cariñosa y cuando no atiendan a sus necesidades médicas.

El daño de los gritos

Hace unos meses, un reporte de The New York Times llevaba por título “Por qué deberías dejar de gritarles a tus hijos”. El texto se felicitaba por la disminución considerable de la nalgada como castigo habitual en los hogares de medio mundo, pero lanzaba al aire la pregunta sobre la violencia verbal, un mecanismo de represión y control supuestamente menos nocivo, pero con consecuencias lamentables en la psique del menor.

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“En los hogares donde los gritos son recurrentes —aclara el texto—, los niños tienden a desarrollar una baja autoestima e índices más altos de depresión. Un estudio de 2014 publicado en The Journal of Child Development comprobó que gritar produce en los niños secuelas similares al castigo físico: altos niveles de ansiedad, estrés, depresión y un aumento de los problemas de conducta.”

De ahí que sea necesario identificar al grito no como un modo de poner orden, sino como la acción de alguien que está fuera de control. “Gritar —precisa—, incluso más que dar nalgadas, es la reacción de una persona que ya no sabe qué más hacer.”

Esto se agrava cuando los padres no somos capaces de darnos cuenta de que, sin pretenderlo, le estamos haciendo daño emocional a nuestros hijos. Para casos como este, Mayo Clinic aconseja: “Si te sientes abrumado o fuera de control, tómate un descanso. No descargues tu enojo en tu hijo. Habla con el médico o terapeuta sobre las formas en que puedes afrontar el estrés e interactuar mejor con tu hijo.”

Una alternativa

Como alternativa al grito, Alan Kazdin, profesor de Psicología y Psiquiatría Infantil en Yale, propone un sistema de enfoque positivo conocido como ABC (acrónimo de los términos “antecedentes”, “conductas” y “consecuencias” en inglés), que consiste en comunicarle al niño con antelación lo que uno quiere que haga (“antecedente”), en fijar las buenas o malas “conductas” estipuladas por los padres y por la sociedad, y en definir cuáles serían las “consecuencias”, sobre todo cuando el menor realizar una acción positiva.

Esta última reacción de los progenitores pudiera consistir en un aplauso, una ovación o un gesto físico de aprobación, que por muy sobreactuado que nos parezca siempre será estimulante para el niño.

“Buscamos crear hábitos —asegura Kazdin—. Esta práctica modifica el cerebro y, en el proceso, las conductas que buscabas eliminar (toda clase de berrinches y discusiones) simplemente desaparecen”.

Pero el grito es apenas una de las manifestaciones de la violencia verbal que conduce al abuso emocional contra los niños.

Existe todo un abanico de manifestaciones en la persona abusadora que parten de una misma necesidad, la de controlar hasta límites impositivos. Pero los más significativos son el insulto, la amenaza de violencia, el permitir que el niño sea testigo de abuso físico o emocional hacia otro, así como el retiro del amor, el apoyo o la orientación.

“En la mayoría de los casos —continúa la Dra. Sijo—, los adultos que perpetran el abuso aíslan a los niños y desarrollan un ambiente de tensión y carencia de confianza con otros adultos que podrían detectar el abuso o auxiliar o defender a los menores.”

Childhelp, organización nacional sin fines de lucro dedicada a la prevención y tratamiento del abuso infantil, estima que cada año más de 6.6 millones de niños son referidos a los servicios estatales de protección infantil (CPS) en EEUU.

Según una fuente confiable en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), en 2014 más de 702,000 niños fueron confirmados por el CPS como víctimas de abuso o de negligencia.

De acuerdo con un informe sobre maltrato psicológico realizado por la Academia Estadounidense de Pediatría, “una revisión reciente de las consecuencias del abuso psicológico llegó a la conclusión de que en Estados Unidos y el Reino Unido del 8% al 9% de las mujeres, así como el 4% de los hombres informaron exposición a un grave abuso psicológico durante la infancia.”

“La alta prevalencia del abuso psicológico en las sociedades occidentales avanzadas —precisa el texto—, junto con las graves consecuencias, señalan la importancia de una gestión eficaz. Los pediatras deben estar atentos a la ocurrencia de maltrato psicológico e identificar formas de apoyar a las familias que presenten indicadores de riesgo o evidencia de este problema”.

La pobreza, factor de vulnerabilidad

Aunque el abuso emocional infantil suele producirse en todo tipo de familias, los expertos aseguran que este se hace más común en aquellas con dificultades financieras, en las que son conducidas por un padre o una madre solteros, que transitan o pasaron por un divorcio, así como allí donde es evidente un claro problema de abuso de estupefacientes.

Según la organización Prevent Child Abuse, encargada de la asistencia a más de 100,000 familias al año y del monitoreo al abuso y al abandono de los menores de edad en EEUU este fenómeno es igualmente visible cuando el adulto aísla al niño de las experiencias sociales ordinarias, evitando con ello que haga amistades e inculcándole la idea de que está solo en el mundo. También se produce cuando se le intimida, se le asusta y se le crea un clima de miedo; o cuando se le ignora ostensiblemente en todas las facetas de la vida.

En peores escenarios, el abuso emocional se produce cuando el adulto alienta al menor a participar en comportamientos destructivos y antisociales, reforzando su desviación y perjudicando su capacidad para comportarse de manera socialmente apropiada.

“Si usted sospecha que un niño es víctima de abuso emocional —advierte la Dra. Sijo—, debe llamar a las autoridades locales o realizar una denuncia a las líneas telefónicas habilitadas localmente en caso de abuso de menores. Los profesionales de salud mental están obligados legalmente a realizar esta denuncia aún con el más mínimo indicio o sospecha de abuso.”

“A modo de prevención, eduque y dialogue con los más pequeños y vulnerables de la familia acerca de cómo protegerse y apóyelos en estos casos”, concluye la especialista.