Quería desearlo, no tenerlo
NUESTRA INTENSA CONEXIÓN NO ENCAJABA EN NINGUNA CATEGORÍA. ¿SE NOS PERMITIRÍA MANTENERLA?
Una de las relaciones más íntimas de la cultura china se conoce como “zhiji”, el “yo conocido”, alguien que te conoce tanto como tú te conoces. Se trata de una conexión fuera de cualquier función social, algo más allá incluso de la mejor amistad, como un alma gemela platónica. Los chinos afirman que el sentimiento que inspira un “yo conocido” es diferente de los sentimientos amistosos, románticos o familiares: se considera un cuarto tipo de sentimiento.
Es una amistad con cierta chispa, pero sin llegar al romance: la relación espiritual ideal.
En una canción cuyo título se traduce como “Azul yo conocido”, la cantante china Chen Rui canta sobre un sentimiento que no es “el apego de un amante, sino persistente como el vino”. No la pasión del océano, sino “un sutil anhelo, como un pequeño río azul con olas diminutas”.
Mi “yo conocido” y yo nos conocimos en un campamento de escritura de verano en el que pasamos cuatro horas al día, cinco días a la semana, durante seis semanas, leyendo y comentando los escritos del otro. Todos los integrantes de nuestro taller sabían que él y yo amábamos las historias que el otro escribía, lo que significaba que amábamos el alma del otro.
Yo sabía desde el principio que él tenía una pareja desde hace tiempo y que no era posible que pasara algo entre nosotros, en el sentido tradicional. Pero nos volvimos muy cercanos. No es común encontrar a un “yo conocido”: los antiguos chinos creían que encontrar siquiera uno en el mundo era más difícil que encontrar 10.000 piezas de oro.
Nos prometimos ser amigos para siempre. Él no le ocultó a su pareja lo cercanos que éramos. Yo no necesitaba ocultárselo a nadie y, sin embargo, nuestro afecto mutuo me resultaba extraño: no sabía qué hacer con su magnitud. Quería apoyar su relación amorosa y monógama de 15 años, de la que él solo decía cosas buenas, no amenazarla. Pero, aun así, nuestra cercanía se sentía precaria.
Ya he perdido amigos platónicos luego de que se casan, y esto se sentía más que platónico, aunque menos que romántico. Quería encontrar un precedente, pero ni siquiera entre mis amigos poco convencionales pude encontrar un modelo del tipo de intimidad que yo quería, que no implicara sexo, citas o poliamor.
El origen del amor platónico no estaba definido por la ausencia de sexo, sino más bien por el amor. Lo que ahora llamamos platónico era en realidad el peldaño más alto de la escalera del amor de Platón, que iba desde el humilde amor terrenal hasta el amor celestial, el amor en su forma más espiritual.
Mi “yo conocido” y yo queríamos este amor celestial, sublimar nuestros sentimientos de enamoramiento de verano en algo puro. Después de todo, según C.S. Lewis en “Los cuatro amores”, donde describe las nociones griegas tradicionales de “storge”, “philia”, “eros” y “agape” (amor familiar, de amistad, erótico y divino), no es tan impresionante amar a alguien que ya te gusta. Es más impresionante, incluso divino, resistirse a la antipatía por alguien y amarlo de todos modos. De ser cierto, ¿no sería extremadamente impresionante resistirse al romance con alguien que despierta sentimientos románticos y amarlo de una manera más divina?
Los campamentos de verano para adultos suelen hacer que todo el mundo vuelva a sentir que tiene 14 años: hubo muchos enamoramientos ese verano. Él y yo no queríamos ningún drama, solo mantener nuestra preciada conexión. Cuando terminó el campamento, queríamos enviarnos mensajes de texto todos los días, y lo hicimos, aunque nunca nos llamamos.
Queríamos echarnos de menos y vernos de vez en cuando en las ocasiones en que yo visitaba a mi mejor amiga, que convenientemente se había mudado a una ciudad cercana a donde vivía él. Lo que yo quería era algo intermedio que pudiera permanecer intermedio. Siempre me ha gustado más el anhelo que el tener, la Nochebuena más que la mañana de Navidad.
Y después de todo, en medio de todas las advertencias sobre cómo el romance muere después de dos años, cómo la pasión en los matrimonios decae, tal parece que la amistad, sobre todo la amistad que conlleva un anhelo insatisfecho, es la relación ideal. Tengo otro amigo con quien los demás creen que salgo por lo que hacemos en las fiestas: nos abrazamos, nos miramos a los ojos. “Nunca nos juntemos”, decimos. “Esto es mejor”, afirmamos. Porque es mejor que ser pareja.
Un episodio reciente del pódcast de Ezra Klein titulado, “¿Qué relaciones querrías tener si creyeras que son posibles?”, planteó la idea de personas que son invariables en tu vida. A menudo, esto incluye a las familias y, especialmente, a los cónyuges, las constantes con quienes, o en torno a quienes, se toman las decisiones más importantes de la vida. Pero, ¿por qué los amigos han de ser meras variables dispersas?
Rhaina Cohen, autora de “The Other Significant Others: Reimagining Life with Friendship at the Center”, habló en el pódcast sobre cómo no existe un término para una relación que trascienda el lenguaje convencional de la amistad (“zhiji”, quiero decirle, aunque incluso “zhiji” es más un reconocimiento del alma que una priorización de las circunstancias). Cohen describió a un amigo que vive en una comunidad de convivencia intencional que reconocía las complicaciones de una vida así, pero elige “los problemas de la conexión en lugar de los problemas de cómo encontrar esa conexión”.
Yo quería estar entre sus invariables. Pero su mujer ya era su invariable y, después de unos meses de mensajes de texto diarios (meses en los que éramos amigos de verdad, pero hacíamos planes para vernos brevemente durante las vacaciones), ella se sintió herida por nuestra cercanía y él no quería lastimarla.
Yo quería enfrentar los problemas de encontrar una forma de mantener nuestra conexión —¿quizás podría conocer a su esposa e incluso hacerme amiga de ella?— pero él no creía que esos problemas fueran una opción. Ahora ya no nos contactamos para nada. Y entiendo que fue una buena decisión de su parte: mantener los límites, honrar las necesidades de su pareja. Veo que esto es un regalo para ella, no un sacrificio. Pero también veo cómo este regalo podría formar parte de los prejuicios de una cultura que prioriza la elección de una relación sobre todas las demás. Y cuando todo se reduce solo a lo que uno debe hacer, el regalo puede convertirse en el mero pago de una deuda.
Claro que mi postura es irremediablemente parcial: conflicto de intereses y todo eso. Es difícil separar mis creencias ideológicas de mis deseos personales. Todas las relaciones se basan en límites que permiten entrar y salir. Yo había querido un punto intermedio, pero quizá solo porque no podíamos ni queríamos cruzar los límites tradicionales.
Si no fuera por las circunstancias, podríamos haber caído en un romance convencional. Temo que me esfuerzo tanto por encontrar una cuarta categoría ambigua para nosotros porque no quiero que esta sea la típica historia de amor frustrado. En esa historia, yo simplemente sería la tercera en discordia, que suspira y anhela.
Una vez abrí una relación monógama de larga duración después de oficiar una boda en Shanghái para dos amigos que habían sido poliamorosos juntos durante siete años. Yo llevaba tiempo queriendo explorar la no monogamia, pero mi pareja en aquel entonces creía que el amor verdadero significaba no necesitar a nadie más. La boda, sin embargo, dejó claro lo mucho que esta pareja se amaba, incluso cuando sus damas de honor y sus padrinos, sin que sus padres chinos tradicionales lo supieran, eran en su mayoría personas que habían conocido en Tinder.
Cuando mi pareja aceptó probar la apertura, me dijo: “No te amo por lo que quiero que seas. Te amo por lo que eres”. Pero para alguien que creía que el amor significaba no necesitar a nadie más, procedió a tener muchas más citas que yo. En lo personal, no quería conexiones frecuentes, nuevas y emocionantes; solo quería acercarme a las extraordinarias.
Mi mejor amiga tiene un ex de hace 10 años que es como un miembro de su familia. Ya no quiere estar con nadie que no acepte su presencia en su vida. No le interesa tener más de una conexión romántica a la vez —ella y su ex ya no tienen una relación romántica—, pero quiere conservar este vínculo poco convencional. Él es su yo conocido; es invariable.
Todavía no sé si soy monógama o poliamorosa; depende de la persona y de las circunstancias. Me imagino en una relación sexualmente exclusiva con una persona, pero no me imagino siendo emocionalmente exclusiva. Lo que sé es que estoy cansada de ser variable. Me encantaría tener un compañero de vida, pero me pregunto cómo le explicaría mi “relación ideal” y que quiero vivir algún día en una comuna con mis amigos y ayudar a criar a los hijos de mi mejor amiga, sin importar los problemas que eso implique.
Y si mi yo conocido y yo alguna vez encontramos la forma de ser amigos, también tendría que explicarle a mi pareja qué es él, esta persona con la que siento anhelo mutuo aunque no necesito que ese anhelo se convierta en algo más. Este más-que-nada pero menos-que-algo-más. ¿Cómo se le llama a eso? Tal vez sea mejor no nombrarlo.
Lo único que sé es que quiero una conexión que pueda contener todo eso.
c.2024 The New York Times Company