Queríamos tanto a Glenda Jackson: la actriz elegante y audaz amada por Julio Cortázar que en su mejor momento se volcó a la política
Glenda Jackson siempre lamentó no haberse dado tiempo para aprender español. Decía que desconocer esa lengua le impidió, entre otras cosas, leer en su idioma los dos cuentos que Julio Cortázar escribió pensando en ella. “Realmente era difícil saber, por encima de la publicidad, de las colas interminables, de los carteles y las críticas, que éramos tantos los que queríamos a Glenda”, dice uno de ellos.
De esas palabras nace la primera evocación hacia la figura de una de las más grandes actrices británicas de todos los tiempos, que falleció en la mañana de este jueves a los 87 años, tras una breve enfermedad, en su casa, ubicada en la tranquila y residencial zona de Blackheat, al sudeste de Londres, según informó su familia.
Jackson será recordada sobre todo por sus notables aportes al teatro y al cine, que entre otros reconocimientos le otorgó dos veces el triunfo en el Oscar como mejor actriz protagónica en 1971, por Mujeres apasionadas (Women in Love), y en 1974, por Un toque de distinción (A Touch of Class). En ninguno de los dos casos participó de la ceremonia para recoger personalmente esos premios. A ellos se suman otras dos nominaciones de la Academia de Hollywood, la primera en 1972 como actriz de reparto por Dos amores en conflicto (Sunday Bloody Sunday), y la segunda, en 1976, de nuevo como protagonista por Hedda, una muestra del permanente vínculo que unió a Jackson con la obra de Henrik Ibsen y sus adaptaciones al cine, y la restante, como actriz de reparto.
Fue sobre todo esa portentosa década, la más destacada de una brillante carrera artística, la que llevó a Jackson a ocupar en 2009 un lugar destacado en la lista de las 10 mejores intérpretes de todos los tiempos nacidas en el Reino Unido que armó el diario londinense The Times. Pero en 1992, cuando todos imaginaban que se abrían para ella muchos más éxitos y reconocimientos sobre las tablas y en la pantalla, Jackson anunció que dejaba la actuación para dedicarse de lleno a la política dentro del Partido Laborista.
Ese nuevo compromiso fue para ella absoluto, a tiempo completo. Allí permaneció hasta 2018, cuando decidió jubilarse como parlamentaria tras ocupar durante casi un cuarto de siglo un escaño en la Cámara de los Comunes, sucesivamente elegida por varios períodos representando a los electores de las circunscripciones londinenses de Hampstead y Highgate.
También manejó durante dos años las políticas de transporte del gobierno de Tony Blair. Como secretaria del área visitó la Argentina en 1998 para explorar posibles inversiones británicas en el área ferroviaria. Un año antes, al recibir en su despacho de Londres al entonces jefe de Gobierno Fernando de la Rúa con el mismo propósito, le contó a él y a su secretario de Hacienda Adalberto Rodríguez Giavarini (un fervoroso admirador de Jackson como actriz) su frustración por no haber podido leer en su idioma original los relatos escritos por Cortázar que la mencionaban. “Nunca sé si las traducciones al inglés son buenas”, comentó antes de las conversaciones y las fotos de rigor.
Queríamos tanto a Glenda, título de uno de los libros de cuentos de Cortázar, publicado en 1980, alude a un grupo de fanáticos del cine que se encuentra para compartir y profesar una ferviente admiración por la obra de la actriz Glenda Garson, nombre de fantasía que explícitamente alude a Jackson. Ese mismo año, nuestro compatriota escribió en forma de carta, ahora dirigida a la verdadera Jackson, un epílogo para ese cuento que tituló Botella al mar.
“El relato es muy simple: los amigos quieren tanto a Glenda que no pueden tolerar el escándalo de que algunas de sus películas estén por debajo de la perfección que todo gran amor postula y necesita, y que la mediocridad de ciertos directores enturbie lo que sin duda usted había buscado mientras los filmaba”, dice Cortázar en este último relato.
En otro tramo de Botella al mar, Cortázar menciona explícitamente uno de los grandes éxitos de taquilla de la carrera de Jackson, Hopscotch (1980), la misma palabra que al traducirse literalmente a nuestra lengua se convierte en el título del libro más conocido del autor argentino. “Aunque no es mi novela deberá llamarse obligadamente Rayuela cuando algún editor de best sellers la publique en español”, escribe. La película, una festejada comedia de espionaje en la que Jackson comparte el papel central con Walter Matthau (uno de sus mejores partenaires), se estrenó en la Argentina como El espía más peligroso del mundo.
Jackson había nacido el 9 de mayo de 1936 en un hogar de clase obrera de Birkenhead, cerca de Liverpool. Hija de un albañil, dejó la escuela a los 16 años para sumarse a una compañía de teatro amateur mientras trataba de ganarse la vida como camarera, recepcionista y empleada en una farmacia. La vida le cambió por completo en 1964 cuando fue descubierta por Peter Brook, que de inmediato la sumó al elenco de su Theater for Cruelty.
El debut de Jackson en esa compañía, interpretando a Charlotte Corday en la puesta que Brook hizo en el West End y en Broadway de su obra Marat-Sade, no pudo ser mejor. Muy poco tiempo después, en 1966, repetiría ese papel en la versión cinematográfica también dirigida por Brook. Fue su primera aparición en la pantalla grande, el comienzo de un camino que no tardaría casi nada en cosechar nuevos logros, sobre todo a partir de Mujeres apasionadas, su verdadera consagración como actriz de la mano de Ken Russell.
Desde allí, Jackson fue el gran rostro de toda una época del cine británico. Su enorme talento como actriz se reflejaba en historias provocativas en las que jugaba con audacia inédita para los parámetros tradicionales del Reino Unido personajes capaces de seducir más que nada con el intelecto, aunque nunca se privó de mostrarse sin pudores en escenas muy jugadas, llamativas en esa época. Así lo hizo de nuevo con Russell en otra película muy comentada, La otra cara del amor (The Music Lovers), interpretando a Nina, la esposa del torturado músico Piotr Ilich Tchaikovsky, y un poco más tarde con la revulsiva Dos amores en conflicto, de John Schlesinger, metida en el medio de un triángulo bisexual junto a Peter Finch y Murray Head.
De inmediato llamó la atención de Hollywood, que poco después aprovechó a la perfección su talento junto a George Segal en Un toque de distinción, la elegante comedia romántica de Melvin Frank coronada por el Oscar tras convertirse en uno de los grandes éxitos de taquilla de su tiempo. En los cines argentinos esta película de 1973 permaneció largos meses en cartel siempre a sala llena. En 1979 el mismo equipo repetiría el éxito con otra comedia brillante, Yo mando, tú obedeces (Lost and Found).
Fue la de los 70 la época dorada de Jackson, protagonista en esa década también de grandes dramas de época (fue la reina Isabel I en María Estuardo, reina de Escocia, y Sarah Bernhardt en La increíble Sarah) y de magníficos relatos amorosos con sutiles detalles de drama y comedia, como la citada Un toque de distinción y sobre todo La inglesa romántica (The Romantic English-Woman, 1975), de Joseph Losey, en una memorable pareja compartida con Michael Caine. Volvería en esos años a personificar a Isabel I en una aplaudida miniserie para la BBC que le dio un Emmy en 1972.
Mantuvo su vigencia en el cine en los años 80 con títulos recordados como El regreso del soldado y Terapia de grupo, esta última dirigida por Robert Altman, y algunas películas hechas para la TV, pero en esos años se dedicó mucho más al teatro, convirtiéndose en una de las intérpretes predilectas de la obra de Edward Albee. El teatro clásico siempre fue su hogar y la obra de Shakespeare (sobre todo Rey Lear) convocó su atención durante muchísimo tiempo. Hasta que sintió que había llegado para ella el momento de cambiar de vocación e inclinarse hacia la política, compromiso impulsado por su deseo de revertir desde posiciones de izquierda todo lo que en su momento representó Margaret Thatcher.
“Estaba preparada para intentar cualquier cosa que fuera legal para sacar a Thatcher y a su gobierno. ¡Mi país había sido destruido! Cada puerta de una tienda era un dormitorio, un baño y una sala de estar para una persona sin hogar, que en muchos casos también se convertían en enfermos mentales. Todo acababa de fracturarse ante mis ojos. Lo que me habían enseñado como vicios, ella decía que eran virtudes. Por ejemplo, la codicia. Y decía que no existía tal cosa como la sociedad. ¡Eso me enfureció tanto que un día caminé hacia mis ventanas cerradas y casi me rompo la nariz!”, contó en una oportunidad.
Recuerda The Hollywood Reporter en su obituario que Jackson recurrió más de una vez a su capacidad como actriz para aniquilar con sus intervenciones en el Parlamento las políticas conservadoras del thatcherismo. La más resonante se produjo inmediatamente después de la muerte de Thatcher, cuando se refirió a ella con palabras tan irónicas e incendiarias que llegaron a avergonzar a algunos de sus compañeros de bancada.
Durante las dos décadas y media que le dedicó full time a la política, Jackson nunca dejó de recibir propuestas para volver al mundo del espectáculo. La más importante fue una invitación de los productores de las películas de James Bond para convertirse en M, la jefa de 007. “No lo acepté porque me parecía muy aburrido”, reveló hace unos años sobre el papel que finalmente quedó en manos de Judi Dench en ocho de los títulos de la serie, entre 1995 y 2012. En 2006, Dench aceptó otro papel que originalmente había declinado Jackson, en este caso como protagonista de la película Notas de un escándalo.
Tras su retiro de la política decidió volver a su primer amor y reapareció con todo éxito en los escenarios teatrales con una versión de Tres mujeres altas, de su amado Albee, estrenada en Broadway en 2018. “La mandíbula proyectada hacia adelante como una proa, los ojos de duende que desmienten su porte imperial, la boca panorámica envolviendo esas consonantes tajantes e implacables: todo tal cual uno lo recordaba y como quería que fuera”, dice sobre el regreso a las tablas de Jackson la crónica publicada en ese momento por LA NACION.
También retornó al cine con un par de títulos todavía inéditos en nuestro país y un proyecto póstumo, actualmente en posproducción, que significó su reencuentro con Caine, 48 años después de La inglesa romántica. Ambos protagonizaron The Great Escaper, basada en la historia real de un veterano de las fuerzas británicas en la Segunda Guerra Mundial que decide escaparse del geriátrico y viajar a Francia para participar de las ceremonias por el 70° aniversario del Día D.
Glenda Jackson se despidió de la actuación y de la vida de un modo bastante parecido al que imaginó poéticamente Cortázar en el final de Botella al mar: “Allí, en ese territorio fuera de toda brújula usted y yo estamos mirándonos, Glenda, mientras yo aquí termino esta carta y usted en algún lado, pienso que en Londres, se maquilla para entrar en escena o estudia el papel de su próxima película”.