El regreso del Fausto de Gounod y por qué la ópera es “la última salvación que nos queda”, según el director Stefano Poda
“La ópera es el único refugio para la poesía y la fantasía —escribió en el siglo XIX el novelista francés Théophile Gautier, contemporáneo de Charles Gounod—. Es el único lugar donde los versos son percibidos como el santuario de dioses, príncipes y princesas trágicas. Es el lugar donde la burda realidad no es admitida”.
Hoy, a casi doscientos años de esa cita, un director como Stefano Poda, un artista de la escena lírica en todos sus dominios, que afirma haber encontrado en el drama musical el lenguaje más completo y estilizado para abstraerse de aquello que Gautier llamaba “la burda realidad”, le agregaría que la ópera ya no solo es el único refugio: es el último.
Así de extrema es la visión con que define el género este director de escena italiano, que es a su vez escenógrafo, coreógrafo, vestuarista e iluminador, una suerte de “hombre del Renacimiento” que, tras el Nabucco deslumbrante que ofreció en la anterior temporada, llega esta vez a Buenos Aires para presentar uno de sus trabajos más icónicos: su versión del Fausto de Gounod, un paradigma de la grand-opéra francesa basado en el drama del poeta clásico Wolfgang von Goethe, el libro más célebre de la lengua alemana.
Y nada mejor para la abstracción que propone el regisseur, a través de la música como vehículo de todo (como componente “onírico” según la visión de Poda), que una temática tan universal como el Fausto, figura que representa tanto a la Humanidad como al hombre común en su búsqueda infinita del sentido de la vida, de los límites de la fe y la razón, del bien y del mal. La leyenda del arquetipo de Fausto, el anciano sabio e insatisfecho que, para recuperar el tiempo de lo que no ha vivido, el del amor, la belleza, el deseo y la pasión que encontrará en Marguerite, sella un pacto con Mefistófeles, el diablo a quien le vende su alma a cambio de la juventud, tras rechazar la riqueza, la gloria y el poder. “Quiero un tesoro que contiene todos los demás — dice Fausto—. Quiero la juventud”. Y allí comienza la tragedia. “¡Pues atrévete a mirarla!” —lo desafía Satanás.
Sobre los temas del Fausto, la reprise de esta puesta y su lenguaje escénico, sobre la ópera como expresión artística y el público en general en el mundo de hoy, Stefano Poda dialogó con LA NACION.
–¿Qué vamos a ver en esta apertura de temporada del Teatro Colón?
— La historia de nosotros mismos. Fausto y Goethe. Goethe y Gounod. La grand-opéra y “el” libro, “el” poema. Con mayúsculas. Vamos a ver la historia del Hombre, pero no la de un hombre excepcional sino la de un hombre cotidiano que pueda sentarse aquí, ante la última posibilidad de estar solo consigo mismo, sin un teléfono y sin la necesidad de ninguna racionalidad porque la música lo llevará más allá de todo, lo liberará de las cadenas del cuerpo. La música, que habla de todo sin nombrar nada, es la que nos permite un viaje. Y eso es lo que vamos a ver: el viaje de alguien que piensa que cuánto más sabe, menos sabe; alguien que enfrenta el espectro de la depresión, que pierde las motivaciones en la vida, que busca una razón al final de todo.
— Mencionamos la fuente (Goethe), el gran poema de la lengua germana y una de las glorias de la literatura mundial, y con ella la recepción de la obra lírica (Gounod) por parte de la cultura alemana que históricamente la consideró poco digna de las profundidades del Fausto literario y su monumental estatura poética; de hecho, en alemán, la ópera se titula Margarethe en lugar de Faust.
— Para no ofenderlo a Goethe…
–¿Qué reflexión le merece? ¿Es algo superficial el romanticismo de la ópera?
— Tengo que seguir en alemán [continúa en un alemán tan fluido como el castellano perfecto que adquirió a lo largo de tres décadas visitando el Río de la Plata, la Argentina y Uruguay]. Aquí vamos a ver un Werdegang [un proceso] pero por favor no traduzcas esa palabra. Hay que dejarla para entender lo que está sintetizado en el piso del escenario [se ve una escritura con versos del Fausto original en alemán pintado con letras negras sobre un fondo blanco que resume ideas fundamentales como “El tiempo es breve. El arte es largo”]. Hay un punto en esto: cuando se habla del Fausto de Gounod y de Margarethe en Alemania, se abre una dialéctica insensata entre la grand-opéra francesa y Goethe ¿Qué es entonces esta ópera? Yo lo resuelvo diciendo que el Fausto no es solamente un roble gigantesco que tiene unas raíces profundísimas que llegan hasta el centro de la Tierra. Es también esa pequeña hojita que con tanta belleza ha brotado allá arriba, en una rama del gran árbol. Brotó algo que me hace agradecer aún más esa raíz profunda que lo sustenta todo ¿Por qué decidir si uno es más válido que el otro? Yo aprovecho el poder de la música, en la cual creo fervientemente. Lo digo y lo repito siempre: la música habla de todo sin nombrar nada porque tiene un poder de abstracción y de invocación a otro nivel. Funciona como el sueño cuando nos dormimos en una fase profunda y nos soltamos de las cadenas del cuerpo. Escucho la música, me concentro en ella, viajo con ella y descubro una realidad mucho más honda y reveladora.
— Hablando de la música, hay un punto al que los cantantes hacen referencia respecto de los directores de escena…
— Pero yo no soy un director de escena (risas)…
— Menos director musical, usted hace todo: director de escena, escenógrafo, coreógrafo, vestuarista, iluminador, ¿tiene también una formación musical?
— Tengo una formación desesperada. Me pasé la vida estudiando y, salvando la distancia remota, “cuanto más sé, menos sé”. Tengo una formación plástica y musical, pero sobre todo literaria. Y es la ópera la que nos da la oportunidad de encontrar un lenguaje que, entre todas las disciplinas, nos permite evadirnos a través de la abstracción.
— Volviendo a los cantantes y su reclamo respecto de directores cuyo discurso visual compite con sus necesidades vocales (posturas, ubicaciones en escena, exigencias físicas en detrimento de la voz, etc.) ¿Qué diría sobre esto?
— La ópera es Gesamtkunstwerk [la obra de arte total] y como tal ofrece la posibilidad de que el escenario se convierta en un momento mágico en el que todas las fuerzas producen un encuentro profundo y natural. Es como la belleza en las personas. No es solo física o espiritual. La belleza es un aura. Y esa es mi tarea: encontrar el equilibrio entre todos los elementos, hacer que el artista pueda liberar una fuerza que lo supera todo y va más allá del tema técnico y práctico. Para llegar a eso he recorrido un camino de treinta años. Yo elaboré mi técnica, mi manera de trabajar y de ayudar al cantante a encontrar la alquimia entre el texto y la línea vocal, que ya es mucho. Por eso, lo que hago es una película fuera de concurso.
–¿Cómo describiría su técnica?
— Mi guía es y siempre será la música y la conexión profunda con el texto porque vengo de la escuela del Lied [la canción alemana]. Cuando el cuerpo, o sea el físico, encuentra el espíritu, ahí nace el arte. Y mi tarea es hacer brotar el arte. Para eso necesito tiempo porque es un trabajo en el que no se pueden aplicar las leyes del teatro de prosa ni del cine, ni de ninguna otra disciplina. Los movimientos de la música estiran los tiempos y las emociones, los profundizan, entonces hay que encontrar un código para transmitir esos movimientos. Yo encontré el mío y la ley que aplico sobre el escenario es una sola: la única cosa que llega al público no es mi idea ni es mi técnica, no es mi descubrimiento, sino la verdad.
— Que es…
— Es una vibración, un momento especial por el cual el artista alcanza el alma profunda y secreta.
–¿Podríamos revelar alguno de esos momentos dentro del Fausto?
— Es un estado de gracia en el que concurren muchos factores, por lo que puede suceder siempre o nunca. Este Fausto tiene momentos que han conmovido, a diferencia del Nabucco que era una puesta muy estática y como no sé qué palabra decir — porque las palabras son siempre un malentendido — quiero que escribas esta frase en alemán: Ich suche nach einer Ausstrahlung. “Busco el aura de las cosas”, una especie de emanación, algo que brota y no se puede traducir. Tampoco otra cosa importante como lo es la Weltanschauung, e “la concepción del mundo” que cada uno trae al teatro. Eso me fascina de la ópera, que a través de la música y sin el texto, solo con la evocación, permite que cada uno la disfrute a su manera.
— Una personalidad artística que se expresa mediante un conjunto de elementos, lo que se llama un “lenguaje”, una estética propia y reconocible ¿Qué riesgo hay de escenificarse a sí mismo cuando el lenguaje es tan fuerte?
— En la vida cuesta mucho tener una personalidad, un sello. Hay un recorrido de sinceridad y coherencia que cuesta realmente mucho y lo importante para mí es que cuando desarrollo intimidad con el público, alcanzo pequeños grandes pasos de descubrimiento. En un libro, en un cuadro, el autor se reconoce, pero es siempre tan extremo el camino que se hizo… Y sí, aquí todo el mundo va a reconocer mi marca.
— De hecho está muy presente la imagen del Nabucco en la anterior temporada ¿Qué distingue un trabajo del otro?
— En mí hay una representación obsesiva del “andamiento” de la música y lo que me fascina es el viaje que la música permite. Eso es lo que distingue un trabajo del otro. ¡Este Fausto es tan opuesto a las dimensiones abstractas del Nabucco! Aquí vemos un viaje por etapas en el que tenemos todo lo que el libreto nos pide: el estudio, el gabinete de Fausto con la obsesión del tiempo, la kermesse que es el viaje al pequeño mundo, a lo burgués, hoy equivalente al Instagram que es la pura superficialidad, el fashion, lo perecedero representado en una Ferrari. ¡Es la vanitas! La vanidad y todo lo que se marchita. Después, el jardín de Margarita, un jardín interior que se resuelve en un abrigo de flores que se marchitan. Está la Iglesia y la opresión que también es un universo interior. Y al final, el Walpurgis, que acá se verá fortísimo en un trabajo donde el cuerpo viene cancelado, en un gesto extremo donde todo se cancela: cuarenta bailarines con el cuerpo “borrado”, pintado de negro. Es realmente una migración de un mundo concreto a un mundo sublimado. Lo que me facilita entonces tener un lenguaje reconocible es el poder establecer una intimidad con el público que me sigue porque puedo llevarlo de la mano al discurso de algo más importante, porque creo en la ópera como un derrumbe entre las disciplinas ¿Qué quiere decir eso? Que a través de la música se logra descubrir las conexiones entre las artes. Hoy vivimos una época tremenda y dolorosamente especializada, todo lo contrario del Humanismo y el Renacimiento. Entonces hay buscar la manera de entender que todo tiene que ver con todo ¡Dichtung. Seelengeist. Mensch sein! Hay que escucharlo en alemán: la poesía, el espíritu del alma, la humanidad. Eso es lo que todavía nos permite la ópera. Pero entonces ¿al final cuento la historia reducida? Claro que sí. La cuento, pero de una manera abstracta que me posibilita volver al secreto del Fausto.
–¿Y cuál es el secreto?
— Ich hab nur gerannt! La última frase que también hay que decirla en alemán: “He corrido toda la vida”. Eso es lo que le toca al hombre contemporáneo. Correr, correr, correr ¿detrás de qué? Nunca lo sabremos, pero es el gesto heroico de todo ser humano. Correr hasta el final de los días.
— Viniendo de Europa y con una trayectoria de trabajo en todo el mundo, ¿cómo es su experiencia frente a los distintos públicos buscando otras lecturas para “llevarlo de la mano hacia ese discurso de algo más importante”?
— Estoy acostumbrado a los públicos más heterogéneos y es increíble cómo las reacciones son siempre las mismas. Cuando el público me acepta unánimemente, me preocupo, no me siento bien, pienso que en algo he fallado porque en el fondo —y a pesar de que discrepo de las operaciones que tienen como finalidad una mera provocación—, mi oficio es llegar a las personas para tocar esquemas que son delicados. Eso es lo que me hace ir para adelante. El público que me resiste es aquel que es demasiado racional, el que no tiene la desfachatez de liberarse de lo racional porque se requiere de un cierto coraje para dejarla de lado y solo las personas libres son capaces de ese gesto. Mi estética funciona con el público virgen y con el público muy culto, pero me cuesta seducir a la franja del medio. Y hay algo importante que quiero decir: que hay una enfermedad en nuestra civilización que es como un cáncer que lo invade todo. Se llama “hiperrealismo”. Hoy, la tecnología, en lugar de darnos vuelo, nos ha empobrecido, nos ha barbarizado, nos ha arruinado. ¡Por eso yo amo la ópera! Amo la ópera porque es última salvación que nos queda.
Para agendar
Fausto, ópera en cinco actos de Charles Gounod. Coproducción del Teatro Regio di Torino, la Ópera de Israel y la Ópera de Lausanne. Dirección musical: Jan Latham-Koenig. Dirección de escena, escenografía, vestuario, iluminación y coreografía: Stefano Poda. Intérpretes: Liparit Avetisyan (Fausto), Aleksei Tikhomirov (Mefistófeles), Anita Hartig (Margarita) y elenco. Orquesta Estable, Coro Estable y Ballet del Teatro Colón. Funciones: martes 14, miércoles 15, jueves 16, sábado 18 y martes 21, a las 20; domingo 19, a las 17. Teatro Colón, Libertad