Regreso: Marisa Monte cautivó a sus fans con la actuación que dio en Buenos Aires
Artista: Marisa Monte. Show: Presentación del álbum Portas. Sala: Teatro Gran Rex. Músicos: Dadi (bajo), Davi Moraes (guitarra), Pupilo (batería), Pretinho da Serrinha (percusión y cavaquinho), Chico Brown (teclados y guitarra), Antonio Neves (arreglos de vientos y trombón), Eduardo Santana (trompeta), Oswaldo Lessa (saxo y flauta). Nuestra opinión: muy bueno.
Cuando el telón todavía está cerrado, se escuchan los primeros compases de una música que podría confundir a la platea. Parece la incidental de una serie original de ciencia ficción. Pero pronto toma la forma de “Portas”, y la voz de Marisa Monte crece en volumen. Es la canción que da título a su último disco y la excusa perfecta para salir de gira y para llegar esta noche al teatro Gran Rex.
Cuando el telón se abre, aparece la protagonista de la noche, vestida como si fuese una reina milenaria, llevada a un escenario de ópera: corona plateada y un vestido largo, que llega hasta sus pies, en el que el negro adquiere el brillo del plateado. Y es el color ideal que hace juego con la primera guitarra que se cuelga al hombro, para interpretar “Quanto tempo”.
De ahí en adelante habrá breves parlamentos (apenas una bienvenida y la presentación de sus músicos) y momentos que ella irá dividiendo en bloques a través de sus cambios de vestuario. Este tour por América latina implica un repertorio de casi treinta canciones en las que se alistan las nuevas, las viejas y alguna postal tribalista (”Velha infancia”), ese proyecto que encaró en dos oportunidades junto a Arnaldo Antunes y Carlinhos Brown. Y habrá una Marisa Monte expuesta al menos, en dos versiones. La de la delicadeza y el detalle, y la que apuesta a la complicidad del público con temas más simples y pegadizos , para que masivamente la gente levante sus brazos bien alto, los agite y haga los coros de las canciones, especialmente las del final del concierto.
“Es una alegría para nosotros estar otra vez acá, en esta ciudad. Perdón por mi portuñol confuso. Voy a hablar en portugués y en español. Espero que tengamos una noche maravillosa”. Esa es la primera y muy breve pausa que permite que la treintena de canciones sea una unidad compacta desarrollada en dos horas de recital.
Monte no se siente actriz, pero trabaja con la gestualidad sobre el escenario. Tampoco quiere que su show entre solo por los ojos. Tiene detrás una pantalla plana que por momentos provoca efectos de profundidad, pero no mucho más que eso. La iluminación tampoco ofrece una descarga pirotécnica. Ahí arriba son ella, sus músicos y sus canciones. Por momentos, da la sensación de que valen tanto las nuevas como aquellas con las que hace muchos años enamoró a las mujeres y a los hombres que están sentados frente al escenario. De las 16 canciones de Portas trae al menos diez en esta gira. Y hay varias que el público canta. Como es de espera, también se emociona con la delicadeza de “Vilarejo” aquella pieza de Infinito Particular, un álbum que grabó hace más de quince años.
Su banda corre los límites tímbricos. En general, se mueve por fuera de los cánones digitales. Suena algún efecto sintetizado ,pero no como regla. La mayoría de las veces el sonido se produce por músculo real. Batería, percusión, guitarra, bajo, teclados y una sección de vientos que representan el sello con el que este show hace la diferencia sonora. Son tres voces: Según el tema, suena saxo (o flauta), trompeta (o flügelhorn) y trombón. Sin duda, el rumbo que tomará, desde lo más eléctrico a lo acústico, desde ese Brasil profundo al cosmopolita, lo marca Marisa, cada vez que se desprende de algo que lleva en su vestuario y elige otra ropa. Pasa del negro al blanco y vuelve al color inicial. Pasa de esas músicas que conforman una regionalidad brasileña en torno a la universalidad de la música pop, hasta los giros folklóricos de un choro. En el medio, la canción romántica de tono retro (”Ainda Bem”), el arreglo beatle (”Totalmente seu”), el archivo recuperado (”Ainda lembro”, tema que grabó en su disco Mais, de 1991), el funk alla brasileña o una pieza de reciente cosecha, como “Vento Sardo”, que escribió y grabó con Jorge Drexler, pero no quedó en la nómina de su último disco. Y también hay música de carnaval. Hay otro cambio de ropa, por supuesto, y un poco de scola do samba, con temas que Marisa escribió junto a Pretinho Da Serrinha, un maestro del cavaquinho.
“Elegante amanecer”, “Lendas das sereidas” y “Na estrada”, son parte de ese bloque festivo, que llega antes de los bises, cuando nadie se pone de pie pero todos cantan felices y levantan sus brazos, o corean estribillos. Y Marisa Monte hace de la estridencia un gesto no estridente. Porque camina por esa cornisa, pero siempre, aun en las canciones más llanas, imponen la delicadeza de su voz sin privarse de ser extravertida. Es decir: brasileña por definición.
Todo está muy bien pensado. En cada ca
mbio de vestuario hay una vuelta de pagina musical. Claro que lo imprevisto también puede ser protagonista. Si alguien quiere llevarse el recuerdo de un recital irrepetible (porque es muy probable que ese repertorio sea casi el mismo en toda su gira latinoamericana) el destino habrá de interponer un desperfecto técnico. De ese modo, mientras se soluciona, el público podrá cantar “Olé, olé olé olé”, o seguir con un susurro cuando la cantante, sin que su micrófono aún funcione, proponga los versos de uno de sus hits, que está fuera de programa: “Amor I Love You”. Marisa Monte tiene en la Argentina una audiencia bien ganada. Y lo sabe.