La reina Victoria marcó un antes y un después en la tradición de parir con dolor
Los nacimientos de los hijos de las reinas han estado marcados por un protocolo muy férreo, hasta hace muy poco. Durante siglos las condiciones que se imponían en los nacimientos reales han sido muy estrictas y de obligado cumplimiento. Desde la imposición de testigos en el momento de dar a luz que confirmasen que el bebé era el parido por la reina, hasta la prohibición de elementos médicos que pudieran mitigar el dolor del parto. Pero, a mediados del siglo XIX, la reina Victoria del Reino Unido consiguió romper con una tradición de siglos. La monarca británica marcó un antes y un después con lo que se conocería como: “Cloroformo a la reina”.
Durante siglos, creencias médicas y teológicas obligaban a “parir con dolor”. Los médicos pensaban que si se evitaba el dolor en el parto, este se haría más lento y más peligroso. Por otra parte, muchos dirigentes de la Iglesia defendían que Dios quería que las mujeres pariesen con dolor, creían que era una ley divina que la mujer sufriera durante el parto. Y en este contexto nos encontramos con la reina Victoria Adelaide Mary Louisa del Reino Unido. Una reina que tuvo nueve hijos. Cuando en 1853 la monarca inglesa estaba a punto de dar a luz a su octavo hijo, harta de los dolores que había sufrido en los siete partos anteriores, la reina se empeñó en que le permitiesen inhalar cloroformo. El cloroformo se había descubierto poco tiempo antes y la reina había oído que este nuevo medicamento era muy eficaz contra el dolor. La reina Victoria insistió. La reina quería cloroformo antes de parir sí o sí. Los médicos reales se negaron, pero la reina fue más tozuda que sus propios médicos y consejeros. Finalmente impregnaron un pañuelo con cloroformo y le permitieron a la reina inhalar la sustancia durante algo menos de 1 minuto de tiempo.
Según las crónicas de la época, la reina Victoria reseñó después con ahínco los beneficios del cloroformo y llegó a denominarlo como “el bendito cloroformo”. Victoria de Inglaterra alabó los efectos del cloroformo diciendo que tenía unos resultados muy agradables y muy calmantes. A partir de ese momento, y tras el parto sin problemas de la reina, se despertó un debate médico y teológico que se denominó: “El cloroformo de la reina”. Hay que imaginar que esta expresión vendría, seguramente, de lo que se habría oído por los pasillos de palacio: ¡Que traigan cloroformo a la reina, que traigan ya cloroformo a la reina!, o algo parecido. Pero la anécdota no se quedó en mera anécdota, ni mucho menos.
Esta fue una importante contribución de la reina Victoria del Reino Unido para empezar tumbar algunas de las barreras que han existido durante siglos en torno a los partos de las reinas. La reina Victoria dio un paso adelante para lograr que traer un hijo al mundo resultase menos doloroso. La monarca británica rompió con las normas de los partos obligatoriamente dolorosos. Un gran avance para las reinas, que seguro han agradecido sus sucesoras como la reina Isabel II, y el resto de reinas del mundo.