RESEÑA | Aquaman y el Reino Perdido: El arte de bajar el telón
Aquaman y El Reino Perdido (42%), la secuela de Aquaman (73%), protagonizada por Jason Momoa, es una prueba más de la enfermedad que aqueja a la industria desde hace ya más de medio siglo en Warner Bros.: los ejecutivos no dejan trabajar a los creadores en los riesgos, sino en lo “probado” y en la producción de epígonos — posiblemente argumentando la “reproducción del éxito”. Un exceso de protocolo que imita a la burocracia más espesa se impone. Mucha mercadotecnia, fórmulas derivativas y clichés vacuos se colocan como premisa central. Y no, no es algo exclusivo de DC Comics. Lo mismo comienza a pesarle, poco a poco, a Marvel.
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La película llega mientras el Universo Extendido de DC lucha por mantenerse a flote, con James Gunn, el nuevo CEO de DC Studios, reinventando el universo con Superman: Legacy (2025). El estreno se retrasó de 2022 a 2023, apareciendo como una ocurrencia tardía, a pesar de los rumores de conflictos y regrabaciones en el set. Dirigida por James Wan, no es el desastre que pronosticaban los tumbos previos, aunque tampoco una despedida memorable de este universo.
Dejamos en Aquaman (73%) a Arthur Curry (Arthur Curry/Aquaman) que había derrotado a su medio hermano Orm (Patrick Wilson ), quien sufría de delirios de grandeza y un poco de síndrome del impostor —con soberano resentimiento a su madre. Ahora, Arthur es el Rey de Atlantis. A pesar de las nociones anticuadas de la primera película, como el por qué la madre de Arthur, la Reina Atlanna (Nicole Kidman), no puede gobernar, el filme presenta a Arthur, un tipo corriente con habilidades especiales, como un rey apto. Apuesta digna para el temperamento de estas películas y cierto tono clásico en la mitología superheroica en el cine.
¿De qué trata Aquaman y el Reino Perdido?
Aquaman y El Reino Perdido (42%) comienza con una introducción cómica de Aquaman, ahora padre de un niño con Mera (Amber Heard, muy sobria y enfocada en su papel, aunque con pocos diálogos). La trama se centra en la vida dividida de Arthur entre la tierra y el mar, mostrando su frustración con la burocracia de Atlantis y un TDAH no disimulado que lo torna en un personaje más ridículo y patético que digno de respeto. Es decir, pasamos del Aquaman que se descubre soberano en la película previa, a un Forrest Gump con superpoderes —es decir, un estúpido que es buena persona.
La trama gira en torno a David Kane/Black Manta (Yahya Abdul-Mateen II, quien hace un excelente papel en esta película) en busca de venganza contra Arthur y desenterrando un tridente maligno. Se enfrenta a monstruos antiguos y busca el oricalco, un elemento energético legendario de Atlantis, que eleva las temperaturas globales. Aquaman se une a su medio hermano encarcelado, Orm (Wilson), para enfrentar esta amenaza.
Los mundos submarinos están bien representados, aunque la falta de física en las acciones CGI resta peso dramático —y, en ocasiones, se evidencia editado al vapor, pese al perfeccionismo de James Wan. Como secuela es más ligera y mejora al reducir la interacción sin química entre Arthur y Mera, enfocándose en la idea del superhéroe como padre de familia y en el de ella como guardaespaldas y mamá histérica. En muchos sentidos, esta es la película más misógina hasta el momento de todo el DCEU.
Momoa, activista honesto de la sostenibilidad, incorpora el tema del cambio climático, aunque la narrativa lo minimiza en favor de la fantasía, de manera torpe y sincera, tan gringamente moralino. Aunque resulta extraño escuchar a personajes de una antigua civilización submarina hablar de gases de efecto invernadero en el modo que lo hacen.
Visualmente es bellísima en muchos sentidos, con un empleo de los colores altamente estetizante. La película brilla bajo el agua, con considerable creatividad visual de Wan y su equipo, incluyendo una escena inspirada en Jabba en Star Wars: Episodio VI - El Regreso del Jedi (80%) y otras lindezas que remiten, en algún momento (nótese el último gesto de Black Manta hacia el final de la película) a Thor.
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La actuación del villano es destacada al inicio, aunque el guion está lo suficientemente meh. Hasta cierto punto, imponente el actor, mediano su diálogo. El único problema es que no logran afincar suficiente tensión y terror porque dedican más tiempo a la acción y la bobería, como si buscaran igualar a Marvel en sus errores, no en sus aciertos. Las escenas con Black Manta pasan de reveladoras a tediosas, y las amenazas a los seres queridos de Aquaman apenas impactan porque parecen más una pataleta.
El abuso de tópicos torna predecible a la película. Por ejemplo, el humor. Aquaman y El Reino Perdido (42%) ofrece carcajadas de improviso, no todas deliberadas. Buenos chistes, buenas puntadas, sketches y otras pantomimas trazadas con inteligencia. Un puñado de juegos de palabras, algunas bromas originales. Cierto histrionismo bien aplicado. Pero sólo como instrumento de entretenimiento, no cómo inteligencia crítica, irónica o reflexiva.
Se nota, eso sí, que el único interés del estudio fue terminar ya con años de producciones que no acababan de cuajar un universo, ni siquiera borronearlo con gracia. Es una lástima. Momoa como Aquaman estaba fenomenal. James Wan alcanzó varias cumbres dibujando el mundo submarino. ¡Shazam! (88%) trajo frescura al entorno.
Lo cierto, aunque le pese a los más fans, es que ni Zack Snyder ni ninguno de los que vino después, terminó de comprender cuál era la línea argumental central que permitiría dibujar un universo que no girara alrededor de un enemigo que pudiera destruirlos y un personaje que tuviera la calidad de un dios. Y, al final, esta despedida es lo más ligero que se les ocurrió para recibir a una nueva era. A ver qué hace James Gunn.
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