Reseña de ‘Avatar: The Way of Water’: aunque siga sin importarte, al menos es muy bonita
¿A quién le importa Avatar? Nadie parece saberlo. El gigante de 2009 de James Cameron, la película más taquillera del mundo hasta Avengers: Endgame una década después, ha estado en el centro de una pequeña pelea cultural en el periodo previo a su secuela retrasada por covid-19. Una mitad de Internet ha defendido con fervor la película ante las afirmaciones de la otra mitad de que, como dijo una vez el actor y presentador de pódcasts Griffin Newman, solo es “memorable por no ser nada memorable”. ¿Dónde está su marca en el mundo? ¿Dónde están las legiones de fanáticos que se pavonean con pintura azul en el cuerpo y orejas de gato serpenteantes? ¿Dónde están los imitadores? ¿No debería haber habido un millón más de películas similares sobre extraterrestres que se defienden de la colonización?
No soy la persona más calificada para responder a estas preguntas. Pero, al sentarme 13 años después para ver Avatar: The Way of Water, tras años de Cameron prometiendo que su secuela nos haría “cag**nos con la boca bien abierta”, comencé a preguntarme si hemos estado mirando las cosas desde un ángulo completamente equivocado. Estas películas, que son en gran medida idénticas en tono, no se sienten como actos de amor, sino como un logro material. Existen más para ser respetadas que para ser adoradas; son señales en el camino de la historia del cine, que marcan el final de una era y el comienzo de otra. Avatar redefinió la noción del espectáculo con CGI. Hollywood ha pasado los años desde entonces produciendo universos cinematográficos extendidos solo para tratar de igualar su sentido de grandiosa importancia.
Avatar: The Way of Water, una vez más, reta a la industria. No puedo decir que me importó mucho la historia, los temas o los personajes, pero el impecable trabajo de efectos especiales me hizo sentir como si hubiera mirado fijamente al futuro. Es un logro de tal claridad tecnológica que compraría instantáneamente cualquier televisor de pantalla plana que la mostrara en una tienda de electrodomésticos. La trama, en todo caso, es una distracción inconveniente del verdadero placer de mirar y reír a carcajadas. En la primera película, el infante de marina humano Jake Sully (Sam Worthington) cambia de bando y traiciona a sus compañeros colonizadores en la luna de Pandora para unirse a los alienígenas Na’vi. En la escena final de Avatar, transfirió de forma definitiva su conciencia a un cuerpo Na’vi. Una década más tarde, nos reencontramos con él y su compañera de vida Neytiri (Zoe Saldaña), quienes ya formaron su propia familia. Tienen tres hijos y adoptaron a la adolescente Kiri (Sigourney Weaver), que nació, como Jesús, del “avatar” de la Dra. Grace Augustine (también Weaver) de la primera película. Luego está “Spider” (Jack Champion), un niño humano blanco con rastas que anda por ahí como un vagabundo y nos ofrece un avance sólido de cómo será la inevitable adaptación de Tarzán en vivo de Disney.
Su dicha paradisíaca es efímera, ya que (dale con que va a llover) los humanos muy malos regresan para volver a intentar colonizar Pandora. Y lo hacen durante más de tres horas. El guion nos ofrece tres razones separadas: la Tierra está en su lecho de muerte y la humanidad necesita un nuevo hogar; hay una sustancia nueva, extremadamente rara y costosa en Pandora además del mineral conductor de energía “unobtanium”; y de alguna manera todavía están enojados con Jake por traicionarlos. Esta vez, el anteriormente muerto Coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) clonó su consciencia en un avatar Na’vi. Jake y su familia se ven obligados a huir, en busca de refugio entre los Metkayina que habitan en el agua, también Na’vi pero con un tono diferente de azul, y sus líderes Tonowari (Cliff Curtis) y Ronal (Kate Winslet).
De ahí viene “el camino del agua”, que en realidad es la excusa de Cameron para aturdir a la audiencia con secuencias submarinas que son tan indistinguibles de la realidad que los eventos de The Matrix parecen aún más una aterradora plausibilidad. Si Avatar generó el fenómeno documentado de la “depresión de Pandora” —un malestar derivado de la decepcionante comprensión de que el mundo de Cameron es pura ilusión— quién sabe qué podría despertar The Way of Water en los espectadores. El controvertido uso en la película de una mayor velocidad de fotogramas, que pasa de los habituales 24 fotogramas por segundo a 48, resulta ciertamente desconcertante en algunos momentos, pero también elimina la típica falta de nitidez de las superproducciones cargadas de CGI de los últimos tiempos. Siempre ha habido una barrera que impide la inmersión total en los mundos creados con CGI, pero Pandora parece tan tangible que aquí los humanos son los que parecen falsos.
Sin embargo, ahí termina la belleza de The Way of Water. Es difícil encontrar mucho ingenio en sus composiciones, que parecen tomar prestado en su mayoría de la técnica básica de los videojuegos, con todo y tomas POV (punto de vista) excesivas. Y hay poco corazón en su historia, que complica los problemas narrativos de la primera película al dejar una vez más la gloria de la resistencia anticolonial a los pies de un hombre blanco que “se volvió nativo”. Los Na’vi no son más que una mezcla vaga y exotizada de culturas indígenas reales, con algunos tintes superficiales de las tradiciones polinesias por parte de los Metkayina. Esto último resulta especialmente extraño a cargo de Kate Winslet.
La Neytiri de Saldaña, curiosamente, queda completamente al margen. La mayoría de las veces llora, y luego su corpulento amor de héroe de acción le indica que deje de llorar y se recupere. El diálogo está lleno de falso espiritismo o bromas típicas de Cameron como “se llama puñetazo, p*rra”. Los dos extremos nunca se mezclan de una manera que se siente convincente. Pero estas son exactamente las mismas críticas que recibió la primera de Avatar y, con frecuencia, el resto de la filmografía del director. Cameron, en este punto, parece estar más interesado en ser un pionero del cine que un artista. Ese es el punto de The Way of Water: no se trata de lo que la película tiene para ofrecernos ahora, sino de lo que nos dice sobre el futuro.
Dirección: James Cameron. Protagonistas: Sam Worthington, Zoe Saldaña, Sigourney Weaver, Stephen Lang, Kate Winslet, Cliff Curtis, Giovanni Ribisi, Edie Falco. Clasificación 12A, 192 minutos
Avatar: The Way of Water se estrena en cines el 16 de diciembre