RESEÑA | Enferma de mí: La metamorfosis del ego

RESEÑA | Enferma de mí: La metamorfosis del ego
RESEÑA | Enferma de mí: La metamorfosis del ego

¿Qué estarías dispuesto a sacrificar con tal de obtener aquello que más deseas? Podrías darme cientos de respuestas a este cuestionamiento, desde las más razonables hasta las más descabelladas, y te puedo asegurar que ninguna de ellas alcanzaría el nivel de barbaridad que Enferma de mí (80%) propone en su planteamiento. Lo cierto es que, a lo largo de las décadas, hemos visto este tipo de relato en el cine incontables veces, con el típico personaje underdog que llega hasta los extremos más irracionales con tal de alcanzar un sueño, conseguir algún bien material e incluso quedarse con una persona, cosas tangibles con las cuales en mayor o menor medida podemos identificarnos. ¿Pero qué sucede cuando aquello que busca nuestro protagonista se escapa de los deseos convencionales? En esta era que vivimos, regida completamente por la imagen que confeccionamos de nosotros mismos a través de las redes sociales y las interacciones del día a día, hemos visto casos de personas que llegan a cometer todo tipo de atrocidades con tal de tener 15 minutos de fama, mismos que terminan evaporándose tan rápido como llegaron debido al ritmo frenético de la vida que llevamos, y justamente ese es el eje por el que se mueve el segundo largometraje de Kristoffer Borgli, que con una mezcla embriagante de sátira y horror consigue reflejar la superficialidad patológica que caracteriza al siglo XXI.

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Escrita y dirigida en su totalidad por Borgli, Enferma de mí sigue la vida de Signe y Thomas, una pareja que mantiene una relación competitiva poco saludable que da un giro repentino cuando él obtiene un enorme éxito como artista contemporáneo. En respuesta, Signe intentará crear una nueva personalidad para atraer desesperadamente la atención y simpatía de los demás. Pero a medida que la psicopatía y el narcisismo de Signe van en aumento, descenderemos lentamente a los recovecos más oscuros de su mente. La cinta ha sido descrita por la crítica como una divertida y grotesca comedia negra sobre la creciente obsesión de la sociedad por uno mismo, el victimismo performativo en las redes sociales y la autodestructiva fijación contemporánea por hacerse viral. En el elenco podemos encontrar a Kristine Kujath Thorp, Eirik Sæther, Fanny Vaager, Sarah Francesca Brænne, Fredrik Stenberg Ditlev-Simonsen, Andrea Bræin Hovig, entre otros.

La secuencia de apertura del filme es perfecta para establecer el tipo de personas que son Signe y Thomas, dos protagonistas imperfectos y en ocasiones completamente desagradables, movidos únicamente por el deseo de ser el foco de atención a dónde quiera que van. El problema es que, aunque esto debería ser un match perfecto de un roto para un descosido, no lo es: Thomas (y su enorme ego) invalida completamente a Signe, ignora constantemente sus necesidades y no le da el lugar que merece. Esta dinámica tóxica entre ambos no solamente es un detonante para todo lo que está por venir, sino que también sirve como un comentario para las relaciones modernas en la que existe una desconexión total entre ambas partes, muchas veces siendo más una herramienta para mantener una fachada de “vida perfecta” que un vínculo sincero. Pero incluso si estos personajes parecen desconectados de su propia realidad, el espectador puede conectarse en mayor o menor medida con ellos o las situaciones que atraviesan gracias a que están minuciosamente perfilados, con ambos caminando a través de una línea moral ambigua que no los coloca necesariamente en una posición de antagonista ni de santo, son seres humanos complejos que se equivocan, se lamentan, engañan a los demás pero también muestran pequeños destellos de bondad, y eso al final es lo que hace que te preocupes por su destino.

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Se podría decir que la película está dividida en dos, la primera parte es una comedia ácida y descarada que arrebata carcajadas burlándose del narcicismo, la superficialidad y el egoísmo. Después de querer robarse el protagonismo en un accidente ajeno, Signe comienza a notar que el reflector se pone sobre ella al colocarse en situaciones de riesgo, y protagoniza una escena verdaderamente hilarante cuando finge ser alérgica a las nueces en una cena importante para su novio. La dirección en esta secuencia es brillante, todo se ejecuta de manera sutil, sembrando pequeños detalles aquí y allá para que conozcamos más acerca de las motivaciones de Signe sin caer en la sobreexposición: la mesa está repleta de platillos exquisitos, pero ella está hambrienta de otro aperitivo que no está en el menú, una grande y jugosa porción de atención. A través de los gestos altamente expresivos de Kristine Kujath Thorp y una cámara que se coloca en los lugares correctos, somos testigos de esta sed casi maníaca que puede llegar a tener alguien por querer ser notado, y una vez que estos personajes le dan a nuestra protagonista lo que quiere, no hay marcha atrás, el personaje comienza su descenso por una espiral de locura al cual tenemos un asiento reservado en primera fila. Sin embargo, el tono sarcástico de la narrativa todavía prevalece unos minutos después de este punto, regalándonos un par de instantes más de tranquilidad antes de que la bomba de tiempo explote.

Como es lógico, ese efímero instante de interés no es suficiente para una persona tan enamorada de sí misma, y esto orilla a Signe a buscar otras alternativas para mantener satisfecho a su ego, llegando a dar con un medicamento investigado a nivel mundial por provocar reacciones cutáneas graves a aquellos que lo consumen, y el resto es historia. Aquí es donde tanto el personaje como la historia comienzan a fragmentarse, el tono cómico y ligero que abrazaba la cinta durante su primer acto comienza a mostrar matices sombríos, las cosas que ocurren se sienten más dramáticas que ocurrentes y nuestra protagonista medianamente agradable y simpáticamente mentirosa comienza su metamorfosis a una esclava de sus impulsos que no tiene reparo en perderlo todo con tal de seguir siendo el tema de conversación en su círculo social. Es después de que Signe consigue ilegalmente las pastillas y comienza a consumirlas a diestra y siniestra, que la narrativa da un giro de 360 grados y adopta el estilo de una película de horror, pero aquí no hay criaturas ni jumpscares esperando el momento adecuado para sacudirte, lo inquietante proviene del retrato contundente y desgarrador que Borgli hace de las ansiedades banales que aquejan a la sociedad contemporánea.

Profundizando un poco en la dirección de Borgli, considero que el cineasta logra un buen equilibrio entre las dos cosas indispensables para hacer una buena película: estilo y sustancia. No solamente el filme luce visualmente atractivo y lleno de vida en cada encuadre, también se nota que hay una intención detrás de cada cosa que se muestra en la pantalla y se percibe algo de propuesta en la narrativa, que a lo largo de todo el metraje llega a jugar en repetidas ocasiones con nuestra percepción de la realidad, confundiéndonos sobre aquello que es real y lo que no, una decisión creativa acertada que nos transporta de la mano a la mente fracturada de Signe para darnos una idea de cómo luce el mundo a través de sus ojos vanidosos. En cuanto a la sustancia, hay grandes ideas en el núcleo de esta historia que van a lugares convencionales pero apasionantes, y el abanico de temas sociales que presenta se siente relevante y urgente, grabando su mensaje como un tatuaje en el cerebro de la audiencia cuando los créditos comienzan a rodar. Al final, este es un título que le da la misma prioridad al “qué” y al “cómo”, con un fondo y forma bien cuidado que hacen de esto una experiencia satisfactoria.

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Es en la escritura donde hay algunos sentimientos encontrados, pues aunque Borgli se siente como una maestro para manipular emociones a su antojo y la historia se siente tan original como refrescante, lo cierto es que en ocasiones su película puede llegar a sentirse gratuitamente cruel, explotando a su protagonista hasta llegar al grado de sentirse cansina. Por otra parte, hay algunos elementos que se plantean como relevantes y al final no terminan de desarrollarse por completo, como la introducción del padre ausente de Signe a la trama: se nos hace pensar que este personaje podría llegar a tener cierta responsabilidad con respecto a la condición mental de su hija, sin embargo la información que se nos da a cuentagotas es demasiado pobre como para poder llegar a una conclusión 100% certera, quedando al final como una semilla que se topa con pared. Y hay que decirlo, la narrativa hacia el tercer acto comienza a perder el pulso y el final no remata con la fuerza que debería, se siente como si hubieran tenido miles de opciones para concluirlo todo y optaran por la más insípida. No obstante, estos baches en el camino no le restan crédito al delicioso humor negro que caracteriza al filme, su crítica filosa a aspectos que va desde la ya mencionada superficialidad de la sociedad hasta el snobismo en el mundo del arte, la ilusión de la inclusión y el amarillismo. Con ese estilo desvergonzado e irreverente, es imposible que Enferma de mí no se sienta como un rotundo jonrón que siembra duros golpes de realidad en la cara.

Dejando lo mejor para el final, no podemos dejar de hablar de la interpretación colosal de Kristine Kujath Thorp, la actriz es el pilar que sostiene este trabajo y sin ella simplemente no hay Enferma de mí. Incluso cuando quieres apartar la vista de la pantalla por lo grotesco de la trama, es imposible debido a la presencia magnética que resulta Thorp, aterrizando cada latido emocional que le exige su director y construyendo un personaje complejo, tan digno de análisis como Pearl de Pearl (83%) o Patrick Bateman de Psicópata Americano (67%). Ayudando a elevar su actuación llena de matices y cicatrices, está el trabajo de maquillaje protésico, que como se puede ver en el póster, deja su rostro irreconocible como reflejo de su personalidad . Es complicado hablar de este punto sin revelar spoilers, así que solamente mencionaré que la primera escena donde se hace uso de este maquillaje me hizo saltar de mi asiento más que cualquier otra película de terror moderna.

Concluyendo, Enferma de mí (80%) es un espejo satírico y retorcido a algunas de las ansiedades de la sociedad moderna, uno que nos devuelve un reflejo incómodo y un duro golpe de realidad gracias al uso de un humor mordaz, un balance perfecto de estilo-sustancia y una actuación reveladora. Sí, por momentos llega a sentirse exagerada hasta que la cinta frena las risas en seco para recordarte que todos conocemos a alguien como a Signe o, incluso, podríamos ser nosotros mismos.

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