Todo sobre 'Los ricos también lloran', el remake de la inolvidable telenovela protagonizada por Verónica Castro
Acaba de aterrizar en las tardes de Nova una de las telenovelas por excelencia: Los ricos también lloran, uno de los grandes culebrones clásicos latinos que llegaba a las pantallas de TVE en 1986 causando un gran impacto en la audiencia al ser la primera novela emitida en la recién estrenada franja matinal del canal. La serie protagonizada por la inolvidable Verónica Castro y Rogelio Castro, que revolucionó el género y se emitió en más de 120 países, se presenta de nuevo en nuestro país, casi cuatro décadas después,, pero con un nuevo elenco y adaptaciones contemporáneas de la trama.
En esta ocasión, la ficción está encabezada por dos auténticos ídolos en Latinoamérica: Sebastián Rulli y la actriz mexicana Claudia Martín, en los papeles de Mariana, una joven de origen humilde y un gran corazón, y Luis Alberto, el primogénito y único heredero de una millonaria familia; ellos son los dos grandes protagonistas de este apasionado romance envuelto en mentiras, ambiciones y traiciones, a los que se unen Fabiola Guajardo, Azela Robinson y Víctor González en los roles antagónicos.
El remake sigue la misma esencia que la versión original, con sus giros dramáticos y sus personajes, pero adaptados a la época actual. Eso sí, sin perder nunca de vista la clásica historia de amor con la que nos conquistó.
La trama gira en torno a Mariana Villarreal, una joven hermosa, auténtica e inteligente, con un gran instinto de superación, pero con pocas oportunidades para salir adelante. Huérfana de padre y madre, la joven se queda sola en el mundo al morir su madrina, lo que complica su vida más aún de lo que podría haber llegado a imaginar.
Sin embargo, su destino cambia de manera radical cuando conoce a Alberto Salvatierra (Guillermo García Cantú), el magnate de la industria alimenticia “Consorcio Salvatierra”. Todo comienza cuando, durante una junta de la compañía, Don Alberto, tiene un fuerte enfrentamiento con su hijo Luis Alberto. El vínculo entre ambos está muy deteriorado por un trágico episodio que sucedió en el pasado y que acabó con la muerte de Matías, segundo hijo del empresario y único hermano del joven.
El padre sale de la reunión muy nervioso y acaba sufriendo un ataque al corazón. Mariana, a quien ha conocido a través del padre Damián, será su ángel de la guarda ya que es quien lo encuentra y le salva la vida.
Cuando el hombre se recupera decide buscar a la joven, en quien se ve reflejado puesto que también proviene de un origen humilde. Para ayudarla a salir de la precaria situación que traviesa, la rescata después de que la echen de casa por deber dinero, le ofrece un trabajo mejor y se la lleva a vivir a la mansión Salvatierra, donde también vive Daniela (Alejandra Barros), segunda esposa del patriarca, Luis Alberto y Santiago (Diego Klein), hijo del primer matrimonio de la mujer.
En su nuevo hogar, la chica conocerá a su único amor, pero también vivirá entre las mentiras, ambiciones y traiciones al involucrarse en este nuevo mundo de ricos. Su reto será no olvidar sus raíces y el amor será su arma más poderosa para salir victoriosa. La llegada de la joven, cambiará por completo la realidad de Luis Alberto, aunque al principio no se llevan bien por todo su pasado, el joven no tarda en ver su sencillez y simpatía, enamorándose perdidamente de ella.
La relación de los dos protagonistas se va construyendo desde las diferencias, pero ambos consiguen entenderse, ella lo lleva a su mundo y él la transporta al suyo. Esas complicidades y deseos terminan en un amor apasionado y bello. Sin embargo, sus enemigos harán lo posible por separarlos.
A lo largo de la trama, Mariana no solo deberá luchar por el amor de Luis Alberto, sino también descubrir verdades sobre su origen, con inesperadas consecuencias. La historia explora temas como el amor, las diferencias de clases sociales, la ambición y el poder del perdón, mientras demuestra que el dinero no da la felicidad, que las apariencias engañan y que, en ocasiones, los ricos también sufren, y no nos engañemos, también lloran.