El efecto trampa de la pastilla a la que media España está enganchada
“Doctor, necesito una pastillita para dormir”.
Esa frase se repite sistemáticamente en los centros de salud de España.
Generalmente son personas que llevan años durmiendo mal, pero cuyo insomnio ha empeorado en los últimos meses. A veces se debe a una situación traumática como la pérdida de un ser querido, otras veces a la acumulación de tensiones y preocupaciones de la vida cotidiana.
La falta de un descanso reparador termina pasándoles factura. Al día siguiente se sienten cansadas, embotadas e irritadas. Las tareas más sencillas parecen una misión imposible. Aunque lo peor de todo ni siquiera suele ser el agotamiento diurno sino las mil vueltas en la cama, las vueltas de una mente que no descansa en la soledad de la noche.
Cuando ese patrón se repite un día tras otro, las pastillas para dormir parecen ser la única solución. Se convierten en la panacea para disfrutar de ese ansiado sueño reparador. Y cumplen su prometido. El problema es que resulta difícil desengancharse de ellas y terminan provocando adicción, de manera que los dulces sueños pueden convertirse en una pesadilla.
Un país enganchado a los tranquilizantes
España es líder mundial en el consumo de benzodiazepinas, según reveló un informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes. Este grupo de medicamentos tiene una acción ansiolítica, sedante, hipnótica y relajante muscular, por lo que se utiliza para tratar trastornos como la ansiedad y el insomnio. En síntesis: te relajan.
Si las benzodiazepinas no te dicen nada, es probable que sus denominaciones específicas te resulten más familiares, como el diazepam, el lorazepam o el clordiazepoxido. O quizá conozcas sus nombres comerciales, desde Trankimazin, Orfidal y Valium hasta Xanax, Noctamid o Lexatin. La lista es bastante extensa y en España se hace uso de ella sin demasiados reparos.
Exactamente, en España se consumen casi 110 dosis diarias de benzodiazepinas por cada 1.000 habitantes, una cifra bastante alejada del segundo consumidor, Bélgica, donde se recurre a 84 dosis al día y a una distancia enorme de las 0,04 dosis diarias por cada mil personas que se consumen en países como Alemania.
No obstante, el problema no es reciente, sino que viene de largo. La última Encuesta Nacional de Salud que hizo el Ministerio de Sanidad en 2017 reveló que en España 1 de cada 10 personas ya consumía tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir.
La gran mayoría de los tranquilizantes son prescritos por un médico, pero aproximadamente el 4% de los hombres y el 2,5% en mujeres se automedica. De hecho, se estima que menos de un tercio de las personas que sufre algún trastorno del sueño consulta a un profesional.
El problema empeora según se avanza en el calendario
Los somníferos son fáciles de prescribir, pero difíciles de dejar. Este tipo de tratamiento suele estar indicado para 8 o 12 semanas, como máximo, pero a menudo las personas desarrollan una dependencia y los consumen durante años.
De hecho, una de cada cuatro personas de más de 65 años consume tranquilizantes, relajantes o pastillas para dormir. En las mujeres, el consumo se dispara llegando a triplicarse respecto a los 50 años vida. Curiosamente, las consultas al psicólogo disminuyen conforme se avanza en la edad.
Los motivos por los cuales se consumen más ansiolíticos y somníferos son múltiples. Ante todo, es importante notar que en la tercera edad suele producirse un deterioro de la calidad del sueño. Se estima que el tiempo total de sueño disminuye alrededor de 8 minutos por década en los hombres y 10 minutos en las mujeres. Como resultado, a las personas mayores les cuesta más mantener el sueño, se despiertan más a mitad de la noche y durante más tiempo, además de tener un sueño más ligero.
En otros casos, el problema es de larga data. Muchas personas comienzan a consumir benzodiazepinas a raíz de una situación traumática que les impide dormir, ya sea un conflicto con los hijos, la pérdida de la pareja, una jubilación anticipada no deseada o una enfermedad. De hecho, no es casual que la pandemia haya disparado aún más el consumo de tranquilizantes, según la Agencia Española de Medicamentos.
El problema es que debido a la “adicción” que generan, su consumo suele extenderse durante años. Aunque la persona haya superado el hecho traumático, está convencida de que ya no puede llevar una vida “normal” sin el psicofármaco, de manera que se aferra a este como a una tabla de salvación.
Los efectos adversos de la “pastillita para dormir” que todos deben conocer
Existen diferentes medicamentos para mejorar la calidad del sueño, pero las benzodiacepinas suelen ser la primera opción por su versatilidad y baja toxicidad. De hecho, su aparición hace unos 60 años representó un gran avance farmacoterapéutico porque son más seguras que los barbitúricos.
Sin embargo, su uso está recomendado durante un corto periodo de tiempo. Cuando este medicamento se consume de manera ininterrumpida durante meses o incluso años se produce una tolerancia, lo cual significa que el organismo se acostumbra y es necesario aumentar la dosis para obtener el mismo efecto.
La eficacia de las pastillas para dormir va disminuyendo progresivamente y a las 4 semanas puede haber desaparecido, aunque sus efectos adversos pueden persistir e incluso intensificarse a largo plazo, según reveló un estudio publicado en JAMA Psychiatry. De hecho, es posible desarrollar una dependencia incluso tras un tratamiento relativamente corto.
Las benzodiacepinas también pueden causar un efecto rebote; o sea, hacen que los síntomas de la ansiedad o el insomnio reaparezcan con más intensidad que antes de tomar la pastilla, lo cual conduce a su vez un empeoramiento del cuadro general que sume a la persona en un círculo vicioso en el que resulta muy fácil pasarse con la cantidad y sufrir una sobredosis.
Además, cuando la persona intenta suspender por completo las benzodiazepinas puede comenzar a padecer síntomas de abstinencia, como hipersensibilidad sensorial, molestias músculo-esqueléticos y problemas gastrointestinales. Eso refuerza su idea de que no puede vivir sin la pastilla para dormir.
Más allá de su efecto “adictivo”, es importante tener en cuenta que las benzodiazepinas ejercen una acción depresora sobre el Sistema Nervioso Central, de manera que pueden provocar cierta descoordinación motora. Eso aumenta el riesgo de sufrir accidentes, caídas, lesiones y fracturas, unos efectos que se vuelven más graves en las personas mayores de 65 años.
Estos psicofármacos también alteran la memoria, sobre todo en la fase de consolidación y almacenamiento de la información, por lo que la persona puede tener lagunas mentales; o sea, recordará muy poco de lo que sucedió durante el tiempo en que tuvo la concentración máxima de medicamento en el organismo.
Quienes consumen dosis elevadas pueden presentar además un deterioro cognitivo leve, aunque suele ser reversible tras la suspensión del fármaco. También pueden experimentar lo que se conoce como reacciones paradójicas de desinhibición. En práctica, aparecen sentimientos de irritabilidad y hostilidad acompañados de una mayor impulsividad, lo cual puede desembocar en ataques de ira contra los demás o autoagresiones.
Y si el consumo se alarga en el tiempo, las benzodiacepinas terminan alterando la arquitectura del sueño. Inducen un sueño no fisiológico y poco reparador ya que reducen las fases de sueño profundo, según indicó la Sociedad Científica Española de Estudios sobre el Alcohol, el Alcoholismo y las otras Toxicomanías. Por tanto, a la larga el tiro sale por la culata.
Dormir sin pastillas, ¿qué alternativas hay?
España es el segundo país con más trastornos de salud mental y el tercero donde esos problemas se arrastran durante más tiempo sin tratamiento, según el Headway 2023 – Mental Health Index. No es extraño si se tiene en cuenta que se destinan muy pocos recursos a la salud mental: España se sitúa muy por debajo de la media europea, a más de 6 puntos porcentuales de Alemania y 3 puntos de Francia.
Eurostat señaló que en España solo hay 10,9 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, menos de la mitad de los que tienen Grecia o Finlandia. Sin duda, la falta de especialistas de salud mental en la sanidad pública y el colapso sanitario en Atención Primaria han hecho que se priorice la pastillita para dormir frente a la terapia pues se considera una “solución fácil” y rápida.
Cabe aclarar que los psicofármacos son seguros bajo prescripción médica y durante un tiempo limitado e incluso son imprescindibles para estabilizar determinados trastornos psicológicos y ayudar a las personas a lidiar con ciertas situaciones que superan su capacidad de repuesta, pero el consumo de somníferos no es una solución a largo plazo para dormir.
Recurrir a las benzodiacepinas puede ser la forma más rápida y barata de tratar el insomnio, pero lo más rápido y barato no siempre es lo mejor y ni siquiera lo más adecuado. Esos fármacos pueden ayudarte a reducir la ansiedad momentáneamente, pero no la curan. Pueden ayudarte a conciliar el sueño durante unos días, pero no por toda la vida. Si tienes problemas para dormir, es necesario buscar la causa.
Un estudio realizado en la Universidad de Pensilvania, por ejemplo, reveló que “muchos de los cambios sociales y en el estilo de vida vinculados al envejecimiento contribuyen a los problemas de sueño”. Las personas mayores tienen horarios de sueño más flexibles que pueden volverse irregulares con más oportunidades de tomar siestas durante el día. También suelen llevar una vida más sedentaria y se involucran menos en actividades sociales, lo cual termina afectando su ritmo circadiano y la homeostasis del sueño, provocando o agravando el insomnio.
Por tanto, si quieres dormir mejor es fundamental mejorar la higiene del sueño. Intenta levantarte y acostarte todos los días más o menos en el mismo horario, sincronizándote con las horas de luz. No tomes siestas de más de 30 minutos y evita la luz azul de las pantallas dos horas antes de irte a la cama.
Procura mantenerte más activo físicamente durante el día y evita el consumo de sustancias estimulantes, así como el tabaco y el alcohol. Cena ligero para que la digestión no afecte el sueño y asegúrate de que tu habitación propicie el descanso. Lo ideal es que el dormitorio esté en orden, tenga una temperatura agradable y sea silencioso y oscuro.
Si el insomnio es un problema de larga data, es conveniente que acudas a un psicólogo para que valore tu caso y te ofrezca un tratamiento personalizado. De hecho, a menudo el insomnio está relacionado con síntomas concomitantes de depresión o ansiedad.
Un metaanálisis realizado en la Universidad Laval reveló que “los medicamentos hipnóticos no se recomiendan como única intervención. Los enfoques combinados han producido resultados a corto plazo más favorables que la terapia farmacológica sola, aunque no necesariamente mejores que el tratamiento conductual solo”. Eso significa que la terapia psicológica puede ayudarte a dormir mejor.
Existen diferentes tratamientos para el insomnio, desde la terapia de control de estímulos que se enfoca en restaurar el vínculo entre el sueño y el dormitorio hasta el entrenamiento en técnicas de relajación para facilitar que el cerebro se desconecte de las preocupaciones y descanse. También puedes probar la terapia cognitiva para descubrir las creencias subyacentes inadecuadas respecto al sueño y sustituirlas con interpretaciones alternativas que te ayuden a afrontar mejor el insomnio.
Por supuesto, los tratamientos psicológicos no tienen una acción inmediata como las pastillas para dormir, pero carecen de efectos adversos y sus resultados son más estables a largo plazo porque te proporcionan las herramientas para conocerte mejor y promueven un sueño más natural.
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