Ringo Starr, “el chico country” de The Beatles y el gran lujo que se dio con Look Up
“Bueno, yo era el chico country de The Beatles” lanzó como muletilla Ringo Starr meses atrás, cuando dio a conocer las primeras canciones de Look Up, el álbum de música country que acaba de publicar. Quizá lo ha dicho sin faltar a la verdad pero como excusa por semejante atrevimiento. Aunque al baterista de The Beatles todo (o casi todo) le estaría permitido. Nunca tuvo el alto perfil de sus socios como para que, ante un desacierto, la condena fuera grave.
Por otra parte, la arrogancia que pudiera tener (después de todo es un beatle) no le impidió encontrar los lugares que lo hicieran sentir cómodo. Uno de ellos fue el eterno saludo pacifista de los dos dedos en ve para que nadie olvide que su actitud será siempre optimista; otro gesto es cuando media su gran inteligencia para convocar a artistas famosos del rock, el pop y otros géneros para los colectivos musicales que ha regenteado durante décadas (Ringo Starr and His All Starr Band) y con los que ha grabado discos y hecho giras, prácticamente sin salir de su puesto de baterista. Luego están sus álbumes en solitario, con otros matices, claro. Y éste es uno de ellos.
Esta causa no surgió como una idea original sino a partir de un encuentro que tuvo con T-Bone Burnett en un evento social, en 2022. Ringo le pidió una canción y el blondo guitarrista y productor de Misuri le trajo casi una decena. Eso motivó al inglés para volver a aquél viejo amor que había dejado al otro lado del Atlántico, tan lejos, pero, a la vez, tan cerca de su Reino Unido natal. Ringo dice que era el más “country de The Beatles”. Y probablemente así haya sido. Por supuesto que hay mucho de esto en el disco que grabó en 1970 en Nashville, Beaucoups of Blues, o en temas posteriores de su carrera solista, como “Photograph”, que escribió junto a George Harrison, aunque aquí no aparezca más que de modo sugerido. Después de todo, la música country de los Estados Unidos no nació por generación espontánea. Sin dudas cuenta con elementos que llegaron del otro lado del océano.
El asunto es que, con ese puñado de canciones y con el nombre de T-Bone Burnett al frente de la producción, todo sonaba a garantía suficiente para que el guiso se cocinara un poco en estudios de Nashville y otro tanto en salas de Los Ángeles. Ringo puso la voz y la batería y la pluma a modo de colaboración en algunas piezas.
Con todo el decoro, el baterista entregó el 10 de enero pasado un álbum clásico, respetuoso. Y de ese modo cumplió, seguramente, con un gusto que se quería dar a más de medio siglo de su disco de 1970. En primera, segunda o en siguientes escuchas (si alguien siente el entusiasmo suficiente) se puede comenzar a pensar en el tipo de abordaje que Starr hace de estas canciones. ¿Qué sería lo usual con músicas tradicionales? ¿Tomar los elementos (partituras e instrumentos) y dirigirse a su contexto o traer todo eso al universo propio?
Lo curioso de este álbum es que hay un poco de las dos cosas. T-Bone seguramente se encargó de proveer a la producción con sesionistas de primer nivel, que conocen a la perfección el metier de la música country. Por otro lado, lo tuvo a Ringo sentado a la batería, con un toque que no es el habitual, pero que no deja de tener una influencia pesada en la música popular de varios continentes. Y es por eso por lo que en las primeras canciones se puede encontrar el toque Ringo y hasta el toque beatle, sobre todo en la manera de resolver algunos planos sonoros. Punto para T-Bone en ese aspecto.
Más allá del sonido metálico de ciertas guitarras o el efecto slide en la mayoría de las canciones que le dan todo ese aire tan característico de la música folk norteamericana, los mejores detalles se encuentran en las segundas voces que a Ringo le aportan Alison Krauss, en “Thankul”; las hermanas Lovell, en “String theory” y especialmente la cantante y guitarrista angelina Molly Tuttle, en “I Live For You Love” y “Can You Hear Me Call”, más allá de la extrema simpleza de las letras. Y “Come Back”, a pesar de lo clásico de su sonido, termina siendo, en compañía de Lucius, la rareza (y perlita) del álbum.
Ringo no ha sido pretencioso con este disco. Simplemente, a juzgar por los resultados, ha querido volver a ponerse en sintonía con esa música que ha cultivado poco, pero, evidentemente, lo ha apasionado durante toda su vida.