Robert Towne: adiós al guionista de Barrio chino, Bonnie y Clyde y de otros grandes éxitos de Hollywood
Es posible que Hollywood nunca termine de agradecerle a Robert Towne todo lo que le brindó con palabras en uno de los más extraordinarios períodos de su historia. Pocos guionistas llegaron más lejos que él en la configuración definitiva del estilo que se impuso en el cine estadounidense durante una década que muchos hasta hoy consideran insuperable: los años 70. Pero la recompensa que obtuvo, más allá de haber ganado un Oscar y recibir otras tres nominaciones y varios reconocimientos más, nunca estuvo a la verdadera altura de esa fundamental contribución.
Fueron tiempos difíciles los que Towne vivió en el apogeo de su creatividad como autor de películas. Le tocó atravesar una época en la que Hollywood vivió más de una compleja transición en medio de grandes transformaciones creativas y económicas. Su personalidad (esquiva, solitaria, silenciosa) entró varias veces en colisión con la mentalidad que tenían los estudios y los productores de aquel tiempo lleno de cambios, vaivenes y dudas.
Con el tiempo, ese choque terminó construyendo un gigantesco e irremediable malentendido. Eso explica, como escribió alguna vez el gran ensayista e historiador del cine David Thomson, gran amigo de Towne, que el guionista que acaba de morir a los 89 años en su casa de Los Angeles empezara cualquier relato sobre sí mismo hablando de sus fracasos.
Como ocurre con muchos creadores largamente subestimados por el entorno que se nutrió de su talento, la mirada póstuma que Hollywood le dedique a Towne se concentre más en sus méritos. Su presencia en la historia del Oscar es una manera de reconocerlos. Ganó el premio al mejor guion original en 1975 por Barrio chino, el texto con el que más se sintió identificado. Había sumado en esa gran década del cine de Hollywood nada menos que tres nominaciones consecutivas. Un año antes, por El último deber. Y un año después, por Shampoo, en este caso compartido con Warren Beatty, otro gran compinche con quien llegó a identificarse en más de una faceta.
Thomson también dijo de Towne que su discreción fue la virtud más valorada por los muchos amigos que hizo en Hollywood. Sobre todo supo ganarse la confianza de varios actores de gran nombre, seguramente porque se sentía uno más entre ellos. Había tomado clases de actuación en la Pepperdine University, un centro de altos estudios que tenía para su acaudalada familia (su padre era un rico empresario inmobiliario) un valor inferior a la educación que podía recibir. Había optado por anotarse allí porque podía moverse a sus anchas entre los cursos de guion y de actuación que se dictaban en esas aulas. En ese lugar, por ejemplo, conoció a Jack Nicholson, futuro protagonista de Barrio chino.
Towne nació como Bertram Schwartz el 23 de noviembre de 1934 en San Pedro, el puerto de Los Angeles, y se crió en Brentwood. Era un angelino de pura cepa, nacido y criado en la ciudad que le dio su nombre y un lugar definitivo en la industria que identifica a esa ciudad en todo el mundo. Solía decir que su éxito se explicaba a partir de dos cosas: haber ganado un Oscar y haberse comprado una mansión en Pacific Palisades, la lujosa zona residencial de imponente geografía en la que viven hoy muchas de las más cotizadas estrellas de Hollywood.
Como tantos, Towne aprendió los secretos de su oficio escribiendo películas baratas para Roger Corman. Su primer aporte importante fue el crédito de “consultor especial” que recibió por su trabajo en Bonnie y Clyde, muestra inicial de su conexión estrecha con Beatty, uno de sus protagonistas.
Con su talento y perspicacia para escribir fue ganándose un lugar en Hollywood, donde era cada vez más apreciado su trabajo como ajustador y perfeccionador de guiones que requerían mejoras para funcionar correctamente. Fuera de los créditos oficiales todos los que lo conocieron destacan que hizo más que nadie para que un par de escenas clave del El padrino: el último acto de la vida de Vito Corleone (Marlon Brando) y el traspaso de su poder como jefe de la famiglia a su hijo Michael (Al Pacino).
Por este trabajo y su posterior (y mucho más exigente) compromiso con el guion de Barrio chino estuvo muy cerca de Paramount y dos de las grandes apuestas de ese tiempo que hizo su productor estrella, Robert Evans. Pero su relación con los estudios casi nunca funcionó de manera armónica. Por eso siempre prefería trabajar al margen de esa maquinaria como una suerte de tranquilo lobo solitario.
Le gustaba describir con ironía cómo actúan los ejecutivos de los principales estudios. Decía que antes de elegir un buen guion siempre piensan en la fecha de estreno, en la secuela y en asegurarse a la estrella juvenil del momento. “Antes de que la reunión termine se escucha una voz que dice: ¡Esperen, nos falta escribir la película! Y en ese momento, el ejecutivo que tiene la última palabra interviene y les dice a todos: ¿para qué preocuparnos por ese detalle minúsculo? Ya habrá tiempo para pensar en ello”, relataba.
Había aceptado escribir el final de Barrio chino con el toque amargo y trágico que eligió su director, Roman Polanski, todavía afectado por el asesinato de Sharon Tate pocos años antes. Y sufrió la desilusión de no poder convertir en palabras todo lo que imaginó para la fallida secuela de esa película, Barrio chino II (The Two Jakes), que dirigió y protagonizó Nicholson en 1990. Tuvo su crédito en el guion, pero la película no se estrenó con todas las palabras que originalmente escribió.
Towne logró una cuarta nominación al Oscar en 1984 por Greystoke, la leyenda de Tarzán, y dos años antes debutó como director con Personal Best, una película inspirada en hechos reales sobre el competitivo mundo del atletismo protagonizada por Mariel Hemingway. De ese tiempo también merece recordarse el thriller Traición al amanecer (Tequila Sunrise, 1988), que escribió y dirigió, con un trío protagónico excelente (Mel Gibson, Michelle Pfeiffer y Kurt Russell).
Fue la gran estrella de otro muy buen thriller, Fachada (The Firm, 1990), quien logró hacer realidad el máximo sueño que tuvo Towne en toda su vida. Gracias al aporte como productor de Tom Cruise, Towne pudo escribir y dirigir en 2006 Pregúntale al viento (Ask the Dusk), inspirada en una novela de John Fante que narra en tiempos de la Gran Depresión la llegada a Los Angeles de un joven escritor (Colin Farrell) que transforma su frustración en esperanza cuando se enamora de una camarera mexicana (Salma Hayek).
Así contó el propio Towne ese proyecto: “Me comuniqué con Colin y con Salma y les dije que no tenía ni un dólar, que Tom Cruise iba a producirla, pero sin pagar salario a los actores y que yo tampoco podía pagarles, y que tenía 15 millones para ambientar una historia que transcurre en Los Angeles, pero no me alcanzaban para filmar en California”.
Como si fuese una gran broma del destino, la película soñada por el guionista y director que mejor conocía a Los Angeles terminó filmándose en Ciudad del Cabo (Sudáfrica) en medio de enormes medidas de seguridad para evitar el frío, los tiburones y los fotógrafos indiscretos en el rodaje de la escena clave, con Farrell y Hayek metiéndose desnudos al mar. Finalmente se hizo en un parque temático con olas artificiales surfeadas por turistas, cerrado especialmente para la ocasión.
La película que cumplió aquel sueño fue un regalo de Cruise en agradecimiento por los magníficos guiones que Towne escribió para las dos primeras películas de Misión imposible en 1996 y 2000. Fue el mejor dinero ganado en su vida por un guionista de excepción que nunca sintió haber recibido en vida todo el reconocimiento que merecía.