El rock de luto: murió Javier Martínez, baterista y cantante del legendario grupo Manal

Javier Martínez, uno de los fundadores del blues argentino, como parte de Manal
Javier Martínez, uno de los fundadores del blues argentino, como parte de Manal - Créditos: @Theo Lafleur

En la tarde de hoy murió Javier Martínez, el baterista y cantante del legendario grupo Manal. Tenía 78 años. El músico estaba internado por diferentes afecciones y en los últimos días había sido trasladado al Instituto Médico de Alta Complejidad (IMAC) porque su cuadro se había agravado.

Fue su familia la que días atrás había dado a conocer a través de las redes el delicado estado de salud del baterista y la que hoy comunicó su partida: “Soy Dora Alicia Martínez Suárez hermana de Javier. Lamento informarles que mi hermano ha fallecido hoy. Mañana, domingo 5 de mayo, entre las 16 y 19, en la Casa Guerrieri, de avenida Forest al 900, lo acompañaremos en su viaje a la Eternidad por siempre y para siempre. ‘Cuando uno no tiene más nada que decir, comienza el viaje de callar’ Javier dixit, 1/5/2024″, escribió su hermana.

Soy Dora Alicia Martínez Suárez hermana de Javier. Lamento informarles que mi hermano ha fallecido hoy. Mañana Domingo...

Publicada por Manal Javier Martinez en Sábado, 4 de mayo de 2024

Uno de los primeros que expresó dolor por la noticia y su cariño hacia el músico fue Antonio Birabent, hijo de Moris, quien fue uno de los artistas que junto a Javier Martínez compartió la gestación del rock argentino, a mediados de la década del sesenta. “Javier Martínez. Inventor del blues argentino, murió hoy. Recordaremos su voz, su risa, su humor, su cultura, sus dichos y el swing de sus palos acariciando los tontones”. Con esas palabras lo despidió Antonio.

A finales de la década pasada, durante una entrevista con la revista Rolling Stone, Javier Martínez decía que su familia había sido responsable de sus primeros contactos con el ritmo: “Fue una gran influencia para mí. Mi viejo, Ovidio, nació en Uruguay y siempre que venía mi tío Lumen de Montevideo, se reunían y mientras preparaban la brasa para el asado, calentaban la lonja, los tamboriles, y tocaban candombe uruguayo, que es una música africana. Recuerdo que yo tenía 5 o 6 años y me daban un tamboril grande para que hiciera la base. Ahí aprendí intuitivamente el concepto de polirritmia africana. Después vi a Gene Krupa en una película y quise aprender a tocar batería”, contaba en aquella charla con Bruno Larocca. Del mismo modo que su padre y su tío sembraron una semilla musical en su vida, Javier lo hizo en muchos grupos argentinos gracias a la banda que a finales de la década del sesenta creó con el guitarrista Claudio Gabis y el bajista Alejandro Medina.

Alejandro Medina, Javier Martínez y Claudio Gabis, en los comienzos del grupo Manal
Alejandro Medina, Javier Martínez y Claudio Gabis, en los comienzos del grupo Manal

Su primer tambor fue un banquito de la mesa de la cocina. Los primeros palillos fueron unas maderas de revistero, que luego de tocar, debía volver a dejar en su lugar, en perfecto estado. Tuvieron que pasar algunos años para que pudiera acceder a una batería CAF, de industria nacional. Más años pasaron para que Martínez, además de baterista y cantor, se convirtiera en un gran polemizador. Ha sostenido a lo largo de su vida posturas muy férreas para defender ideas, sobre todo en el terreno musical, porque en el social siempre se consideró un joven rockero más afecto al pacifismo y a la rebeldía cultural que a los “ismos” de la política.

Como baterista, y a pesar de que podría ser ubicado en la vereda de enfrente de los que que tocan “fuerte”, habrá que decir que Javier Martínez tocaba fuerte. No pensando en fuerza como una cuestión de volumen sino por el swing que conseguía en la contundencia del golpe. A finales de los sesenta, tomó distancia de la música beat y del rock -de golpe acentuado en el tambor principal- y se volcó especialmente a la influencia de su pasión por el jazz. Eso fue lo que aplicó a una forma de blues hecho desde Buenos Aires. Y hubo algo que traccionó definitivamente esa manera de tocar la batería, con un gran equilibrio de sutileza y contundencia: su manera de cantar. Forzó sus cuerdas vocales hacía la enunciación vocal de los cantantes afroamericanos de blues. Las frases breves, de notas cortas, alternadas con sonidos más largos “bluseados”. Ese era el estilo. Hay temas memorables de Manal, como “Avenida Rivadavia” o “Jugo de tomate” y “Una casa con diez pinos”, pero quizás sea “Avellaneda blues” la canción que se convirtió (de modo más discreto) en la más perfecta síntesis del estilo de Manal, y del estilo Martínez, como cantante, compositor y baterista.

Aquellas eran canciones del primer disco de una banda de vida cortísima, pero que supo dejar un buen legado. Para finales de la década pasada- a medio siglo del nacimiento del trío- los estertores de las novedades rockeras hacían foco en sus comienzos y varias bandas sostenían un link con Manal, o lo reconocían como influencia. (Los Espíritus, Las Armas Bs. As., Las Sombras, Las Diferencias, Las Bodas Químicas, Güalicho Turbio y solistas como Sol Bassa y Juan Ravioli).

Javier Martínez había nacido en el barrio porteño de Coghlan, el 18 de marzo de 1946. Dos décadas después, cuando la música era una pasión bien definida en su vida, comenzó a tocar en bandas como Los Secuaces y, más tarde, Los Beatniks, junto con Moris. Era habitué del mítico bar La Cueva, que terminó siendo el epicentro de la fundación del rock argentino, y del Instituto Di Tella, donde se cruzó con otros músicos como Claudio Gabis, con quien comenzó a darle forma a un proyecto blusero. Para 1968, guitarrista y baterista tenían más o menos claro hacia adonde querían ir pero les llevó un par de años convertirlo en sonido. Después de probar con un par de músicos, terminaron de darle forma al proyecto que llamaron Manal, junto al bajista Alejandro Medina.

Manal, en 2014, el último reencuentro de la banda
Manal, en 2014, el último reencuentro de la banda

Fue mucho lo que lograron en poco tiempo. Porque el grupo duró apenas un par de años y publicó dos álbumes, Manal (lanzado por Mandioca en 1970) y El león (publicado por RCA al año siguiente). El grupo se disolvió en 1971. Diez años después, tuvo un reencuentro fugaz, que quedó reflejado en el álbum de 1981 llamado, simplemente, Reunión, con temas inéditos. Hubo otras reuniones posteriores (incluso una, de mediados de la década del noventa, pero sin Claudio Gabis) y varias grabaciones en vivo que circularon con y sin autorización de los integrantes de la banda. El encuentro más reciente fue en 2014 y terminó plasmado en un CD y DVD que se conoce como Vivo en Red House.

Más allá del revisionismo de aquella banda fundadora y los hitos que había dejado, la química entre sus integrantes funcionaba a la perfección cuando tocaban sus instrumentos, pero la relación humana se había deteriorado ya a principios de la década del setenta. Por eso fue que de Manal quedaron apenas esos dos discos que sirvieron, de algún modo, de brújula para el rock de los setenta. Porque, en aquellos años, Manal no era un faro sino una brújula.

Sus integrantes partieron en distintas direcciones. Javier Martínez se fue a Europa, se instaló en Barcelona y regresó ocho años después. El reagrupamiento de Manal duró poco más de un año; bastó para lanzar el tercer disco del trío y hacer algunos recitales, en salas como el Estadio Obras. Martínez se concentró en su carrera como solista, publicó el disco Sol del sur, en 1983, y luego volvió a partir hacia Europa. De aquella segunda experiencia se trajo una anécdota muy especial que tiene que ver con una especie de récord Guinness. Se convirtió en el baterista que más tiempo tocó de manera ininterrumpida.

El escenario fue el Fort Faron, de Toulon. Allí tocó la batería durante 41 horas. Solo se tomaba unos minutos de descanso, cada una hora, para comer algo o ir a baño. El resto del tiempo se la pasó sentado a la batería compartiendo música de la más variada, con diferentes artistas que se acercaron a acompañarlo. El recuerdo que tenía de aquello, que ocurrió en 1985, es que los jazzeros fueron los que más resistencia demostraron frente a su aventura. Para la década del noventa ya estaba instalado otra vez en la Argentina y con la idea de volver a su viejo amor, Manal, aunque de manera solista. A ese proyecto lo bautizó Manal Javi y de ese modo se reencontró con aquellas canciones que hicieron historia. En paralelo, continuó con nuevos lanzamientos, que dejó discos como Corrientes, Swing, Pensá positivo y Concierto en el estudio (el último, publicado en 2020).