Salida francesa: un buen planteo, una enorme Michelle Pfeiffer y una oportunidad despercidada

Michelle Pfeiffer como la inclasificable Frances.
Michelle Pfeiffer como la inclasificable Frances.

Salida francesa (French Exit / Canadá, Irlanda, Reino Unido / 2020). Dirección: Azazel Jacobs. Guion: Patrick deWitt. Fotografía: Tobías Datum. Música: Nicholas deWitt. Edición: Hilda Rasula. Elenco: Michelle Pfeiffer, Lucas Hedges, Valerie Mahaffey, Imogen Poots, Susan Coyne, Isaach De Bankolé y Danielle Macdonald. Duración: 113 minutos. Disponible para alquiler en: Flow. Nuestra opinión: buena.

Frances (Michelle Pfeiffer) es una viuda de alta sociedad venida a menos, que deja Manhattan junto a su hijo Malcolm (Lucas Hedges) para mudarse a un departamento prestado en París. Se lleva todo el dinero que le queda y a un gato que es mucho más que una simple mascota.

A partir de ahí, los caminos que podría trazar Salida francesa son múltiples: de la comedia negra al drama existencialista, todo vale con semejante punto de partida.

Y sin embargo, el camino que elige el director Azazel Jacobs a partir del guion adaptado por Patrick deWitt de su propia novela es, por decirlo de la mejor manera posible, tibio. Pierde en su planteo y puesta en escena con un personaje protagónico que está muy por encima de su mejor plano, desbalance que termina por romper la unidad argumental con una serie de altibajos que van del entusiasmo al tedio.

El punto más alto de Salida francesa está en el notable trabajo de Michelle Pfeiffer. Exacta en el gesto, en la mirada, en la palabra, la actriz dota a Frances de la cadencia precisa para llevarla adelante sin que parezca excéntrica, patética, soberbia, vulnerable, y otros tantos adjetivos que podrían calzar con su conducta. Este trabajo es uno de los más altos en la carrera de Pfeiffer quien, salvando las distancias, adopta un rictus que bien podría ser el de una moderna Bette Davis .

Y alrededor de la protagonista, media docena de secundarios a la altura capitaneados por el excelente Lucas Hedges. Sin exagerar, todas las escenas que juegan madre e hijo en soledad marcan los momentos más altos de la propuesta. Todo lo contrario de lo que sucede cuando el guion intenta romper (mal) con las convenciones de la historia o fuerza situaciones y subtramas que podrían haberse evitado. En la búsqueda por no caer en un melancólico lugar común pierde el rumbo.

Hay también un coqueteo con lo absurdo que en un primer momento resulta muy interesante, pero a medida que avanza la historia se diluye hasta desaparecer, no sin antes llegar a ser realmente molesto.

El mayor problema de Salida francesa es que no define su camino narrativo, de hacerlo y a la sazón de su gran protagonista, podría haber llevado el resultado a un nivel muy superior. Pero no, las buenas ideas y la -por momentos- inspirada puesta en escena quedan en el medio de un tira y afloje entre actuaciones y guion, junto a un director acompañante que trata de dejar conformes a todos. Lamentablemente lo logra a medias, porque en esa disputa el que se queda con ganas de más es el espectador.