Sapos secos, crónica de una mirada ausente: las relaciones familiares y sus absurdos

En Sapos secos, crónica de una mirada ausente, un universo que parece no remitir a ningún realismo posible
En Sapos secos, crónica de una mirada ausente, un universo que parece no remitir a ningún realismo posible

Autor y director: Pedro Velázquez. Intérpretes: Aimy, Nacho De Santis, Nano Galarza, Gaby Genovese, Catalina Lemos, Luli Louzan, Fer Martins, Lucre Orlando, Guido Savino, Nicolás Sousa. Vestuario: Yanina Poggi. Escenografía e Iluminación: Wilfredo Parra. Músicos: Sebastián Aldea, Leandro Glüzmann, Nacho Pelaez. Coreografía: Antonella Campaniello. Sala: El Extranjero (Valentín Gómez 3378). Funciones: domingos, a las 17. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

En Sapos secos, crónica de una mirada ausente, la mención a los “sapos” despierta extrañeza. Si se le suma, además, la idea de que están “secos”, el universo invocado no parece remitir a ningún realismo posible. En raras ocasiones, el musical vernáculo se aleja de lo ya visto y de lo ya oído y se inscribe en un lugar profundamente novedoso. Cuando eso sucede, dar cuenta de lo construido tiene sus complejidades. Este es el caso.

El espacio que recibe a los espectadores es difícil de describir: retazos de telas de diferentes colores, colgados en la pared, algunas valijas con inscripciones, un cuadrado de madera con rueditas, algunos músicos con sus respectivos instrumentos... Las luces están más cerca de lo lúdico que de abonar a la visibilidad. Una ronda de personas se deshace antes del comienzo de la puesta.

En el principio, proponen una constelación familiar. Cuando el camino parece dirigirse hacia la pseudoterapia, se produce un giro en los acontecimientos; lo que parecía ser un punto de partida deviene en marco, en una excusa dramatúrgica para lo que se va a desplegar de manera extensa, ampliada.

En un juego de representación, una mujer y su hijo se suben a un vehículo invisible y conversan mientras viajan. Son rodeados por una especie de aquelarre que baila y canta alrededor suyo. Ellos no lo registran. Ya está planteado el procedimiento: la confusión preside la escena. Pero el desconcierto que despierta es buscado de manera sistemática e inteligente: no hay ni un solo lenguaje que no aporte en ese sentido. Ruptura en la música, en la coreografía, en el uso de la palabra, en la historia que se cuenta. Mejor dicho, en las historias. Personajes de distintas épocas comparten el escenario sin registrarse entre sí, se arman y desarman los sitios donde transcurre la acción con elementos puntuales y acertadamente elegidos.

Una escena de Sapos secos, crónica de una mirada ausente
Una escena de Sapos secos, crónica de una mirada ausente - Créditos: @Kevin Beckman

Las instituciones familiares, los saberes mágicos, las supersticiones, los saberes científicos. La búsqueda de respuestas de una y otra manera frente a lo que desestabiliza. Un entramado de preguntas y respuestas que no coinciden, que parecen buscar explicaciones en terrenos diferentes.

Un joven intenta reconstruir su árbol genealógico (con una representación bastante particular) pero hay piezas que no logra encontrar para ubicar en sus ramas. Su madre no logra conectar afectivamente con él, es incapaz de abrazarlo. Aparecen en escena un padre rígido y cientificista con sus dos hijos, a los que les hace recitar fragmentos de una física aislada y de memoria.

Los personajes, notablemente construidos, muestran sus grietas, sus contradicciones. El padre racionalista va en busca de un “amarre” para recuperar a su mujer perdida.

Lo que se tematiza, bajo esta apariencia caótica y desbordada, es del orden de las relaciones familiares, padres, hijos, amores, desamores, la vejez, los recuerdos de la infancia y sus olvidos.

Capas y más capas, con las contradicciones de todos los mundos a los que los seres humanos recurren para explicarse a sí mismos y para explicar el mundo: en armonioso caos conviven las brujerías con la razón más férrea, las preguntas sin las respuestas.

La dramaturgia de Pedro Velázquez está articulada de manera brillante: una tragedia familiar enlaza con el Edipo de Sófocles. ¿Cómo se construye la identidad? ¿Qué porción es individual y cuánto es colectivo? ¿Cómo se transforman las personas con el paso del tiempo? Sapos secos... juega con los misterios, con los ocultamientos para construir su trama.

Todos y cada uno de los protagonistas de esta puesta conjugan un tejido colectivo, cuidado hasta el mínimo detalle para que la distancia del inicio se convierta en cercanía y los mundos escondidos salgan a la superficie para dejar a una platea conmovida.