Cuando las series se ríen de los libros de historia: reinas, piratas y ladrones de “época” con una vuelta de tuerca
La mayoría de los fanáticos de la saga romántica de época Bridgerton no eligen verla una y otra vez por su atención a los detalles históricos o su realismo. De hecho, se podría decir que sucede todo lo contrario. Uno de los puntos más celebrados de la saga –su tercera temporada acaba de ingresar en la lista de los diez programas más vistos en la historia de Netflix con casi 92 millones de vistas desde su estreno a mitad de mayo– son las licencias que se toma con la época en la que está ambientada en términos de diversidad racial, vestidos, peinados y la personalidad de sus heroínas, celebradas como lo más cercano a una feminista que la fantasiosa aristocracia inglesa del siglo XIX se puede permitir.
Esa exitosa receta –que combina romance, intrigas de salón y apenas una pincelada de hechos verídicos– conectó con los espectadores globales de un modo que no muchos habían anticipado, incluso para una serie basada en una saga literaria con sus propios fanáticos y producida por la prolífica Shonda Rhimes. El suceso, claro, fue mucho más allá de su impacto en el público. Las productoras con planes de realizar ficción histórica también aprendieron las lecciones de Bridgerton, o más bien, como dijo Rhimes en varias oportunidades con bastante cinismo, tomaron nota de sus buenos resultados, pero sobre todo hicieron cuentas: tener un elenco más diverso era buen negocio. Además, liberarse de los límites impuestos por la realidad histórica podía ser un terreno fértil para crear programas originales y entretenidos, algo que ella misma aprendió con La reina Charlotte, el spin off de Bridgerton que como aclara desde el principio la serie “no es una lección de historia, sino una ficción inspirada por los hechos” alrededor de la enfermedad del rey Jorge III y su consorte Carlota.
La serie más reciente que continúa el camino trazado por Bridgerton y lo expande hacia nuevas avenidas narrativas es My Lady Jane, la ficción de 8 episodios disponible en Prime Video. Con personajes históricos, romance, intrigas palaciegas y fantasía, el programa de Gemma Burgess está basado en la novela de Cynthia Hand , Brodi Ashton y Jodi Meadows. Allí se toma la trágica vida de Lady Jane Grey, la joven de 16 años que en el siglo XVII fue reina de Inglaterra por nueve días hasta su ejecución, y la traslada a una realidad alternativa en la que ella está lejos de ser una víctima de sus circunstancias. Estas incluyen un matrimonio por conveniencia con el misterioso lord Guilford Dudley y ser la sucesora de su primo, el enfermizo rey Eduardo. La heroína, interpretada por la norteamericana Emily Bader, está decidida a pelear contra los designios de la época y las elucubraciones tanto de su ambiciosa madre (Anna Chancellor) como de su suegro, encarnado por el fantástico comediante británico Rob Brydon, además tiene que lidiar con la división social creada por la persecución de un grupo de personas, los Ethians, juzgados como bestias por su capacidad de cambiar de forma humana a animal a su antojo. Además de los conflictos políticos de la Inglaterra de los Tudor, la trama también se toma el tiempo para desarrollar elementos de fantasía y, por supuesto, el romance entre Jane y Guilford (Edward Bluemel).
Con un narrador que demuele la cuarta pared y llena el relato de referencias modernas tan anacrónicas como su banda de sonido (llena de conocidas canciones de rock: el primer episodio arranca al ritmo de ”Rebel, Rebel” de David Bowie), My Lady Jane se apoya en la comedia, un género que difícilmente podría relacionarse con la figura real que la inspira. El recurso, sin embargo, encaja a la perfección con la tendencia entre las series de pasar relatos de épocas oscuras por el filtro del humor.
Villanos incomprendidos y una emperatriz como ninguna
La idea de tomar figuras conocidas de la historia y volver a contar sus vidas desde el perspectiva de la comedia y la sensibilidad actual no se limita a las heroínas protofeministas como Jane Grey o a la Emily Dickinson de la serie Dickinson de Apple TV+. Una de las ficciones más interesantes y divertidas de los últimos años, Nuestra bandera es de muerte (dos temporadas disponibles en Max), aplicó la misma fórmula a la historia de Stede Bonnet, un terrateniente de Barbados que en el siglo XVIII decidió probar suerte con la piratería. Las aventuras del personaje, interpretado por el comediante neozelandés Rhys Darby, involucraban también a Barbanegra (Taika Waititi), famoso por su crueldad y sed de sangre, que en la versión de la serie cargaba con un pasado traumático que de alguna manera explicaba su apetito por la violencia.
Absurda, graciosa y sorprendentemente emotiva, Nuestra bandera es de muerte parece ser la referencia más directa que tomaron los creadores de la comedia The Completely Made-Up Adventures Of Dick Turpin, un retrato anacrónico centrado en la figura del asaltante de caminos del siglo XVIII, una legendaria figura del folclore inglés en el que se contaban sus hazañas como ladrón de caballos y fugitivo de la ley con aires heroicos que desmiente la serie de Apple TV+ (acaba de ser renovada para una segunda temporada). En la ficción, Turpin es un pícaro sin demasiadas luces que no tiene interés en realizar hazañas: su estímulo es escapar de la aburrida vida como carnicero. Con la actuación de Noel Fielding, la serie juega con el delirio y aprovecha al máximo el talento de su protagonista que con el aspecto de viejo rockero -el mismo que porta en la vida real-, se ríe de la leyenda y, sobre todo de sí mismo con las herramientas típicas del humor inglés.
En la misma línea está Nell, la renegada, la serie disponible en Disney+ que gira en torno de un personaje de ficción basado en verdaderas asaltantes de caminos en el siglo XVII. De hecho, aunque las circunstancias alrededor de Nell, incluidos sus misteriosos poderes sobrenaturales, son fantasía, la trama incluye la conspiración contra la reina Ana que ocurrió en la realidad. Y si intrigas palaciegas se trata, no puede obviarse la notable The Great (MGM+), un repaso satírico y divertidísimo sobre Catalina la grande, emperatriz de Rusia (interpretada por Elle Fanning con un amplísimo espectro emocional). De la ingenua princesa prusiana que llega a la corte del emperador Pedro III (Nicholas Hoult), un déspota algo tonto y bastante cruel, a la maquiavélica monarca capaz de torcer el destino de su país, el trabajo de Fanning es tan impresionante como los escenarios y el vestuario desplegados en la serie escrita por Tony McNamara, el guionista de La favorita, el film de 2018 que también ofrece una versión alternativa del pasado de la realeza y probablemente allanó el camino de estas series que usan a los libros de historia como el punto de partida de la imaginación.