Un lugar en silencio: día uno es un logrado comienzo de una fábula futurista de terror
Un lugar en silencio: Día Uno (A Quiet Place, Day One, Estados Unidos-Reino Unido/2024). Dirección: Michael Sarnoski. Guión: Michael Sarnoski y John Krasinski. Fotografía: Pat Scola. Música: Alexis Grapsas. Edición: Andrew Mondshein y Gregory Plotkin. Duración: 100 minutos. Distribuidora: UIP. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.
Una de las muchas virtudes de Un lugar en silencio fue la decisión consciente de mantener en un principio la mayor parte del tiempo fuera de campo a los espantosos monstruos que destruyen en segundos cualquier vestigio de existencia humana.
La idea estaba clara en la cabeza de John Krasinski cuando se conoció en 2018 el primer capítulo de esta atrayente fábula posapocalíptica. Supimos desde el vamos que no quedaba otra opción para sobrevivir a una devastadora invasión alienígena que permanecer callado y evitar el más mínimo ruido. Y que de esa situación surgía antes que nada una representación muy precisa de los miedos más profundos del ser humano.
Esa amenaza no tenía en un comienzo contornos certeros, solo la imagen de un instante letal que llega sin aviso, fugaz y casi imperceptible. De a poco empezó a adquirir su espeluznante configuración, como una suerte de versión actualizada de la clásica fábula de La guerra de los mundos. Esta precuela, que podría entenderse como inevitable después de la notable repercusión del díptico inicial, completa ese recorrido en un viaje al principio de todo, en el mismo momento en que la normalidad del planeta llega a su fin en el mismo momento en que comienza el ataque.
John Krasinski, el artífice de las dos películas previas, deja este tercer episodio (en rigor el primero en términos cronológicos) en manos de un director muy competente, Michael Sarnoski, cuyo mejor antecedente es la excelente Pig, con Nicolas Cage, que comparte con este relato la búsqueda y la afirmación de rasgos genuinos y muy profundos de humanidad en medio de entornos hostiles.
Sarnoski, que escribió esta precuela junto a Krasinski, tiene una mirada que le da continuidad al tono que siempre predominó en Un lugar en silencio. En este prólogo no sabemos nada de la familia Abbott, cuya firmeza y resistencia como tal frente a un peligro latente en todas partes definió el sentido de las dos primeras películas. Pero ese instinto protector perdura en este nuevo capítulo. Ahora queda a cargo de dos extraños forzados a enfrentar juntos la inconcebible adversidad: la neoyorquina Samira, una joven enferma de cáncer en fase de cuidados paliativos (Lupita Nyong’o, lejos de cualquier búsqueda de compasión) y el británico Eric, estudiante avanzado de Derecho (Joseph Quinn, el Eddie Munson de Stranger Things).
En una devastada urbe descripta de un modo posapocalíptico que no veíamos con tanta lucidez y dramatismo visual desde Soy leyenda, estos dos solitarios atraviesan amenazas y escapan como pueden de una agresión cada vez más visible mientras refuerzan mutuamente sus instintos vitales.
El modo en que Sarnoski imagina la destrucción de Nueva York y la desesperada búsqueda de salvación que expresan estos dos seres dispuestos a sobrevivir se hace todavía más interesante si tenemos en cuenta todo lo ocurrido desde que se conoció la segunda parte de Un lugar en silencio. La imagen inicial de una Manhattan (más precisamente el concurridísimo Barrio Chino) llena de movimiento y agitación urbana contrasta con un escenario postinvasión de calles vacías y casi nulos indicios de movimiento humano que inmediatamente asociamos a los tiempos de pandemia.
No es la única imagen de una ciudad sitiada o expuesta a excepcionales circunstancias de peligro inminente para quienes viven allí. En vez de mostrar el ataque alienígena a la manera tradicional, Sarnoski parece haber optado por una puesta en escena que nos recuerda mucho el impacto inmediato en la población neoyorquina de los atentados del 11 de septiembre de 2001: explosiones, estallidos, derrumbes, escombros por todas partes y sobrevivientes aturdidos, con sus cuerpos llenos de polvo y sin saber muy bien adónde ir.
Algo de las convenciones del género queda para las escenas de acción, breves, contundentes y siempre inteligibles. Pero detrás de ellas se sostiene lo más importante, esos lazos indelebles que definen a cada uno de los personajes centrales (sobre todo la pareja protagónica) desde la humanidad que se manifiesta en las ganas de darse pequeños gustos (como disfrutar de una porción de pizza) en medio de una lucha desigual por mantenerse con vida.
Esta tensa y efectiva crónica del Día Uno, con los monstruos invasores ahora mucho más a la vista, cuenta además con una ubicua mascota de rasgos felinos que marca buena parte del camino de en busca de la salvación y con un personaje, encarnado por Djimon Hounsou, que será reconocido de inmediato por quienes conocen la historia a través de sus películas previas.