Soledad Silveyra: el nuevo proyecto que la tendrá amasando en escena, qué siente que aún le queda pendiente y la decisión que tomó sobre su propia muerte
Solita es Solita. Retrasó una semana la nota con LA NACION por una causa que entendió más perentoria que el estreno teatral que se le avecina: dejar listo su testamento. “Yo quisiera morir sobre un escenario, pero si eso no es posible, porque me enfermo y no me da el cuerpo, o por demencia senil, establecí ante un escribano público que deseo terminar mis días en mi cama, rodeada de mis afectos y escuchando música alegre. Quiero que mi muerte sea una fiesta. Soy una defensora a ultranza de la eutanasia y por lo tanto me gustaría decidir cuándo terminar con mi vida, pero como eso no es posible aún en este país, porque no existe una ley al respecto, al menos quise establecer de qué manera despedirme ”, confiesa Soledad Silveyra, que el 13 de febrero pasado cumplió 71 años, sentada en el living de su semipiso de Barrio Norte, desde donde piensa algún día partir hacia otro plano. “No es que hoy esté pensando en la muerte, precisamente, pero haber resuelto esto me deja más tranquila”, agrega. Aclarado el punto, se dispone a hablar con todo de Pasta de estrellas, la obra que la devolverá al teatro y a la avenida Corrientes luego del enorme suceso de Dos locas de remate, que compartió durante dos años y medio con Verónica Llinás.
Otra vez se trata de una comedia, pero de autor nacional (del talentosísimo Gonzalo Demaría, que tiene en cartel Tarascones y Elsa Tiro) y de un estilo más alocado y transgresor, casi almodovariano. “Un gusto que me doy a esta edad; si no me lo puedo dar a esta altura, después de 59 años de profesión, ¿para qué trabajé tanto toda mi vida?”, razona quien así vuelve al Paseo La Plaza, el complejo teatral donde protagonizó varios de sus mayores éxitos: Alicia en el país de las maravillas (1992), El cuarto azul (2000), Made in Lanús (2003) y Espejos circulares (2011). Lo hace rodeada de las actrices María Melino y Noralih Gago, en roles co-protagónicos y de Sergio Mayorquin y Emiliano Pandelo, y dirigida por el prestigioso Ciro Zorzoli. Desde el jueves 25 de mayo será Martha Marshall, una otrora estrella de telenovelas, de la época de la televisión en blanco y negro, devenida dueña de una casa de pastas de un típico barrio porteño. Allí pasa sus días amasando tortellinis, encerrada en la trastienda del local, sin salir a la calle por temor a que la rapten. Su único vínculo con la realidad es Edith, su pareja, quien lleva adelante el negocio. El cuadro de situación pasará a modificarse con la aparición de un viejo galán convertido en trans.
–¿Por qué decidiste dejar de lado el tremendo éxito de Dos locas de remate? ¿Te habías aburrido de la obra, se había desgastado la relación con Verónica Llinás o se trató de un compromiso previo?
–No lo decidí yo sola, lo decidimos las dos. Ya hacía dos años y medio que veníamos haciendo la obra, yo me moría por ser dirigida por Ciro Zorzoli y justo a ambas se nos presentan otros proyectos teatrales; ¡Y el mío lo incluía a Zorzoli! Así que dijimos: dejemos esto acá y hagamos las dos lo que queremos. Esto nos habilitó a cada una a dejar la obra sin ocasionarle un daño a la otra. Ni a sentirnos culpables, claro.
–¿Cómo quedó la relación con Verónica Llinás? ¿Es verdad que tuvieron que hacer terapia? ¿Volverías a trabajar con ella?
–La relación quedó bien. Y es verdad que hicimos terapia, no mucha, pero hicimos. Habremos ido a unas tres o cuatro sesiones. Recurrimos a un terapeuta de parejas, un lacaniano, porque no nos podíamos poner de acuerdo. Parecíamos dos nenas: nos peleábamos, nos matábamos, nos llorábamos todo y luego nos abrazábamos. Nadie lo supo pero eso nos pasó desde un principio. El agua no llegó al río porque las dos tenemos los mismos valores y somos inteligentes: sabíamos que teníamos un éxito en las manos y que además la gente nos alababa por igual. Pero el teatro tiene sus cosas. Y encima la convivencia no es fácil, pensá que hicimos un gira muy larga por todo el país y que para Vero era su primera vez. Luego fuimos al Uruguay y actuamos en 10 departamentos. Terminamos allí el 20 de marzo y el 21 empecé aquí a ensayar Pasta de estrellas. Quedamos en muy buenas relaciones y por supuesto que volvería a trabajar con ella, la respeto profundamente como actriz.
–¿Qué es lo que más te entusiasmó de Pasta de estrellas?
–Que se trataba de una obra de Gonzalo Demaría y que iba a ser dirigida por Ciro Zorzoli, uno de los mejores directores de la Argentina. Había visto Tarascones, que uno escribió y el otro dirigió, y me volví loca. Los respeto tremendamente a los dos. Me dije: yo tengo que ser dirigida por este hombre para saber más de la vida y del teatro. Y no me equivoqué. Me abrió la cabeza. Lo primero que me pidió es que no estudiara la letra y que trabajáramos con improvisaciones. Eso me retrotrajo a cuando era chica: llegaba a mi casa y buscaba algún disfraz para la improvisación del día siguiente. Esa etapa fue algo muy emocionante y estimulante, fue sentirme una niña de nuevo. Hoy me divierto tanto con él en los ensayos que me hago pipí encima. ¡Te juro! Y después la obra me pareció maravillosa, no sabía con cuál personaje quedarme de los tres protagónicos; fue Gonzalo el que me insistió para que me quedara con Martha, porque la obra en general y ese personaje en particular representan un homenaje a las telenovelas en blanco y negro, que yo llegué a hacer.
–Claro, vos debutaste en una telenovela en blanco y negro, a los 12 años…
–¿Podés creer que no sé como se llamaba? En Google aparece que era una telenovela de Corin Tellado, pero no es así. Trabajaban la Tana Rinaldi, María Aurelia Bisutti y Rodolfo Salerno. Pero nadie recuerda su nombre, probablemente porque se trataba de un ciclo que cambiaba de nombre todos los meses. Ingresé a la televisión, y así comencé en la profesión, gracias a Zelmar Gueñol, que era amigo de mi familia, y me llevó a dar una prueba al canal. Ahí empecé a trabajar, después paré un poquito por el colegio, y ya en tercer año de la secundaria, cuando filmaba con Palito Ortega Un muchacho como yo, no me quedó más remedio que abandonar el colegio porque las monjas se avivaron que faltaba todos los días. Hasta entonces, mis compañeras me cubrían poniendo la boina sobre el pupitre; y cuando la madre Paula aparecía en la primera hora a pasar lista, y preguntaba por mí, le decían siempre lo mismo: “Solita está confesando”. Hasta que llegó un momento que la madre Paula dijo: “¡Pero qué pecadora que es Solita!”. Y ahí me dejaron libre.
–¿Qué recuerdos tenés de esa televisión en blanco y negro y de aquellas telenovelas?
–Yo hice televisión en blanco y negro hasta 1978, cuando vino el Mundial de Fútbol y por eso transicionamos al color. Una vez me vino a ver Ana María Picchio para que hablemos ante el Colectivo de Actrices sobe los abusos sufridos en nuestra época y yo le dije: “No tengo nada que decir, a mí de chica y jovencita todos en la televisión me cuidaron más que en mi propia casa”. Los actores y las actrices mayores con los que me tocó trabajar en mis comienzos me salvaron la vida. Yo era muy chiquita, mi mamá estaba enferma y mi abuela tenía que ocuparse de ella. Así que de toda esa época guardo los mejores recuerdos.
–¿Qué diferencias encontrás entre el sistema de trabajo de aquella televisión y la actual?
–Bueno, vos fíjate que en tiempos de Rolando Rivas, taxista Alberto Migré estaba dentro del control, él mismo ponía la música en directo y me frenaba cada vez que yo no daba un pie. Yo me apropiaba del texto y él me retaba. Nunca me voy a olvidar de una discusión que tuvimos: él quería que Mónica Helguera Paz se pusiera una orquídea o una camelia en la solapa de un saco y yo, que era una chica que venía de San Isidro, le decía con un tonito peor que el de Graciela (Borges): “No, no y no, las chicas bien no se ponen eso, van en jean, zapatillas y remera Penguin, nunca en tailleur”. Es que él era muy exigente y quería que todo se haga a su modo, no te dejaba cambiar ni una coma del guion. Hoy ya no existe ese trabajo tan personal, artesanal y obsesivo.
–¿Es verdad que tu personaje en Pasta de estrellas está inspirado en la actriz Miriam de Urquijo, de destacada actuación en radio, televisión, teatro y cine, desde comienzos de los ´40 hasta finales de los ´70, que cuando se retira instala una fábrica de pastas en Barracas?
–Gonzalo Demaría me contó que la obra se inspira en la visita que, siendo niño, hizo una vez a una fidedería junto a su madre. Según le dijeron esa fábrica de pastas había pertenecido a Miriam de Urquijo. Pero la obra no tiene nada que ver con Miriam de Urquijo y su vida, es un motivo de inspiración de Gonzalo para escribir sobre los teleteatros en blanco y negro, a lo que suma un montón de delirios. Martha Marshall, mi personaje, se retira de la profesión porque es censurada y ella, muerta de miedo, primero se exilia en un convento, luego en la casa de una amiga y finalmente se encierra durante siete años a amasar todo el día en una casa de pastas. Tiene los nervios muy delicados, por no decir que está completamente loca. Todo esto da pie a una comedia bien disparatada y surrealista , muy a lo Demaría.
–En la obra debés amasar en vivo. ¿Sabías hacerlo? ¿Cuánta experiencia tenés en la cocina?
–Bueno… Justamente estamos discutiendo ese tema ahora, porque después de nosotros viene otro espectáculo en la misma sala, así que no podemos ensuciar mucho el escenario. Pero sí, voy a tener las manos con masa todo el tiempo. Tuve que tomar clases de amasar con una experta (Mirta Amatos) porque nunca había amasado en mi vida. ¿Y cuánto sabía de cocina previamente? Nada de nada (risas). Ni siquiera sé hacer un huevo frito. Digamos que ahora aprendí a amasar tortellinis, que ya es bastante, pero no me veo amasando de aquí en más en la vida real, es que la pasta lleva tiempo…
–¿Te imaginás, como tu personaje (o como la misma Miriam de Urquijo, que lo inspiró), abandonando en algún momento la carrera y dedicándote a una actividad completamente distinta?
– No, creo que me moriría si lo hiciese. Además actuar es lo único que sé hacer más o menos bien. La profesión nunca me cansó y la quiero cada día más. Te digo esto y me emociono (se le llenan los ojos de lágrimas). Es que hoy estoy pasando un momento tan lindo… No sé qué va a pasar con la obra, creo que es la primera vez que no me interesa lo que pueda suceder. No pienso en si me va a ir bien o mal. Lo único que me importa es trabajar con gente más del under, como María Merlino y Noralih Gago, que son dos actrices fantásticas a las que respeto y amo. Y también con Ciro, como ya te dije. No te digo que esto sea el encuentro de dos culturas, pero esto me realimenta mucho, es como una suerte de inversión en mi proceso de creatividad, un regalo que me doy a los 71.
–En Pasta de estrellas se habla de un amor platónico con un galán de antaño. ¿Te recuerda esa historia a la de Claudio García Satur, cuando encendían la pantalla en Rolando Rivas, taxista? ¿Alguna vez pensaste qué habría sido de tu vida si eso se concretaba?
–Sí, de alguna manera me recuerda a esa historia, pero la situación en la obra es muy distinta. Nunca se me ocurrió hacer realidad aquel amor platónico, nunca se me pasó por la cabeza, yo estaba recién casada, feliz, con mi primer hijo. Rajé y punto (risas).
–En la obra integrás una pareja de mujeres. ¿Es la primera vez que interpretás a una lesbiana?
-Sí, pero tampoco hago a una machona. De todos modos, hoy el lesbianismo no asusta a nadie. No partí de alguien conocido para construir el personaje. Además, en la obra mi pareja es María Merlino, que es muy femenina. Así que componer una lesbiana a la vieja usanza hubiera sido como un trazo grueso. Lo nuestro es más sutil. Hacemos de dos mujeres normales, como hay tantas hoy. No hace falta remarcar nada.
–Hace un tiempo dijiste que no te volverías a enamorar de un hombre. ¿Y de una mujer? ¿Podría ser? ¿Te lo permitirías?
–Lo veo como imposible, pero no sé qué puede pasar en la vida. Siempre bromeé con eso. Hay una película española, con Rosa María Sardá, que se llama Mamá se hizo gay (o Salir del ropero), muy graciosa. Recuerdo haberle dicho a mis hijos: “Miren si a los 60 me hago gay”. Bueno, ya han pasado 10, así que no creo (risas).
–¿Alguna vez recibiste propuestas femeninas?
–Sí, muchas. Y siempre respondí de la misma manera, tratando de contener y de que se diesen cuenta de que no, que el tema no era viable. Hubo una época en la que muchas mujeres me escribían y me hacían propuestas. Pero nunca tuve la curiosidad de probar, siempre me gustó mucho el hombre. Y empezar a experimentar ahora, que tengo nietos…
–Recuerdo que hace un par de años tus nietas te pedían que no te refirieras al tema del aborto. ¿Qué creés que opinarían ahora si se enteraran que mantenés una relación con una mujer?
–Bueno, han pasado dos años y ya son adolescentes. Fueron modificando un poquito su forma de ser y de pensar y hoy son unas chicas cancheras. Han cambiado sobre todo en lo que les incumbe a su edad, a todo lo concerniente a la sexualidad. No puedo describir a alguien como gay. Por ejemplo, si yo le digo a Clarita, que es la más rebelde de todos, que me voy a comer con unos amigos gay, ella me responde: “Qué tenés que aclarar, Tatita, eso no se aclara más”. Y hace bien.
–Esta es tu obra número 40. ¿Estás conforme con tu trayectoria teatral? ¿Qué te faltaría para redondearla?
–Estoy muy conforme, pero me faltaría hacer un clásico y en el Teatro San Martín. Podría ser El jardín de los cerezos. Ese es mi sueño.
–Dada la situación actual de la televisión abierta, ¿pensás que tu carrera va a continuar y terminar en el teatro?
–Sí. Posiblemente pueda hacer algo también en una plataforma, pero debería ser algo que me guste mucho y de lo que esté muy segura; porque estar nuevamente en un set durante diez o doce horas… Te diría que hoy me reconozco fundamentalmente como una actriz de teatro y así quisiera ser recordada .