Sombras de un crimen: Liam Neeson seducido por una mujer fatal trata de encontrar a un amante perdido

Sombras de un crimen, estreno del jueves 27
Sombras de un crimen, estreno del jueves 27

Sombras de un crimen (Marlowe, Estados Unidos/2022). Director: Neil Jordan. Guion: William Monahan, Neil Jordan. Fotografía: Xavi Giménez. Música: David Holmes. Edición: Mick Mahon. Elenco: Liam Neeson, Diane Kruger, Jessica Lange, Ian Hart, Mitchell Mullen, Patrick Muldoon, Adewale Akinnuoye-Agbaje, François Arnaud. Duración: 109 minutos. Calificación: Apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Diamond Films. Nuestra opinión: regular.

Ni Humphrey Bogart, ni Robert Mitchum, ni James Caan. Philip Marlowe, el lacónico detective creado por Raymond Chandler resucitó con la prestancia y rostro de Liam Neeson para resolver un nuevo caso. Pero esta resurrección se parece más al de una película de zombies, con el personaje en descomposición y retazos del brillo que tuvo en las novelas o en anteriores adaptaciones cinematográficas. Este Marlowe arrastra los pies, es medio chueco, tiene muy pocas ganas de vivir; y lo que es peor, se las contagia al espectador.

Sombras de un crimen tiene toda las características del género del policial negro, al que Marlowe suscribió tanto en sus intervenciones cinematográficas del pasado.

La acción de Sombras de un crimen se desarrolla en Los Ángeles, a finales de la década del 30. Marlowe es contratado por la seductora y gélida heredera Claire Cavendish (Diane Kruger) para encontrar a su amante, que desapareció sin dejar rastro. Los primeros pasos de la investigación revelan que fue víctima de un accidente, aunque su cuerpo quedó irreconocible. A medida que el investigador comienza a sumergirse en el caso, aparece una historia que involucra al tráfico de drogas, a la mafia, y a deudas del pasado que ameritan un ajuste de cuentas. Nada nuevo, pero consistente con lo que el espectador espera de una producción de estas características.

Sin embargo, el resultado es una película desangelada, apática, con nulos picos dramáticos y cuyos personajes son sombras que van y vienen sin demasiado entusiasmo. Neil Jordan, en su rol de artífice, se relaja en un planteo esquemático mientras pone el acento en una fotografía que -aunque por momentos distante a lo que nos tiene acostumbrados el género- está cuidada al detalle; lo mismo que la puesta en escena, donde no falta ni sobra nada. Pero los elogios terminan ahí, quizás con el plus de no perder tiempo a la hora de presentar el conflicto, que se plasma en los primeros minutos. Pero de ahí en adelante todo será cuesta abajo.

Si falla la conducción es muy probable que el resto se desmorone, y en este film es lo que termina pasando con el elenco. Kruger hace lo imposible para cumplir con su rol de femme fatale pero no lo logra en ningún momento. Jessica Lange, como una estrella de cine en decadencia, aparece poco, pero es la que más entiende el porte de Marlene Dietrich que exigía su papel. Y Liam Neeson se podría decir que hace acto de presencia, sin imprimirle al protagonista mucho más peso específico que el que le dan sus casi dos metros de altura.

Tal vez tenga algo que ver que la novela en la que se basa no fue escrita por Raymond Chandler sino por el irlandés John Banville (utilizando el seudónimo de Benjamin Black, como en la mayor parte de su aporte al género) quien, aunque diestro en lo suyo, no deja de ser un invitado al universo del popular detective. Y, por supuesto, las trabas del guionista William Monahan para sacarle jugo a esa materia prima.

Está la mujer fatal, los mafiosos de turno, los sombreros de ala ancha, y el misterio con las necesarias vueltas de tuerca como para hacer avanzar la historia. El problema de esta adaptación radica en el tratamiento que se le da a todos esos elementos. Un legado que cambió el vibrante blanco y negro por un gris desteñido.