Los Soprano: un cambio de planes, el gesto de James Gandolfini con sus compañeros y el final que muchos prefieren olvidar
Bob Dylan hizo de la música una nueva forma de arte. Y si bien esa afirmación es un cliché terriblemente injusto, es innegable que sus temas lograron que un sector (prejuicioso) del público comprendiera el poder de una canción como plataforma artística. Con Los Soprano pasa algo de eso, porque cuando debutó, en 1999, las series de televisión eran consideradas un entretenimiento menor, muy lejos de las aspiraciones artísticas del cine. Pero la llegada de Tony Soprano y la compleja trama emocional tejida a su alrededor, hizo que el mundo de las series entrara en un período de notable esplendor. Claro que ese camino encontró varios obstáculos que fueron superados, más que por Tony, por el creador de esta ficción, el guionista David Chase.
El cine por sobre la tele
Chase era un escritor televisivo con un currículum sólido. Su carrera lo había llevado a trabajar grandes series, que en mayor o menor medida, habían jugado a tensar los límites de la pantalla chica. De esa manera, él colaboró en Kolchak o Northern Exposure, entre otros títulos. A mediados de los noventa, por su mente comenzó a circular la idea para una película inspirada en la figura de Richard Boiardo, un conocido mafioso de New Jersey que murió a los 94 años, en 1984.
“Quería relatar la saga de un hombre común”, aseguró Chase en una entrevista, y agregó: “ Quería contar la realidad de ser un mafioso, o lo que yo podía percibir que era el crimen organizado. Esta gente no estaba a los tiros todo el día. Ellos se sentaban a comer ziti y a ver quién le debía plata a quién. Aunque ocasionalmente la violencia irrumpía, y seguro que de forma más seguida que entre los banqueros ”. El eje de la historia, sin embargo, no estaba puesto solo en la vida mafiosa, sino también en el vínculo del protagonista con su psicóloga, una dinámica basada en la experiencia del propio Chase en terapia.
El guionista sabía que su propuesta era solo posible en cine, porque su estilo y la forma en la que buscaba plasmar esa historia resultaba demasiado ambiciosa para la televisión. Una vez terminado el guion del largometraje, Chase se lo dio a su mánager, Lloyd Braun, que lo leyó con atención, y le hizo un comentario que cambiaría el curso del proyecto. “Quiero que sepas acá, pienso que hay material para hacer una gran serie de televisión”. El mánager creía que esos personajes estaban tan bien escritos, que merecían una vida mayor a las dos horas que podía durar una película. Y si bien Chase se mostró escéptico, luego confió en esa mirada y convirtió el guion de un largometraje en el libreto de un piloto para televisión.
En compañía del productor Brad Grey, David Chase y Lloyd Braun le acercaron el proyecto a FOX, en donde si bien se mostraron interesados, luego de leer el piloto terminaron por rechazarlo. Poco después, el equipo se reunió con Chris Albretch, presidente de HBO, que buscaba nuevas propuestas para su canal. Y l a emisión de una ficción de vanguardia era el camino más directo para afianzar ese slogan de la época, que aseguraba que “esto no es televisión, es HBO”. La historia del mafioso con ataques de pánico era novedosa, y por eso en la cadena no tardaron en darle luz verde a la realización del piloto .
El poder de Tony Soprano
El gran protagonista de la saga era Tony Soprano. En los episodios iniciales, él ascendía a jefe de la familia mafiosa, en un contexto de salvajes rivalidades, fricciones con su esposa e hijos, y un vínculo totalmente nocivo con su madre. Esa realidad derivaba en que Tony sufriera ataques de pánico, motivo por el que comienza a hacer terapia con la doctora Melfi.
Chase sabía que se encontraba ante un reto inédito en la televisión, y era que los espectadores debían sentir cercano a alguien que, en un orden tradicional, era el villano de la historia. Por ese motivo, el guionista quería que Tony fuera interpretado por un actor que pareciera un hombre común y corriente, porque ese era el puente para construir el vínculo con el público. Y el elegido por Chase, fue el guitarrista de Bruce Springsteen, Steven Van Zandt, sobre quien dijo: “Recuerdo escuchar todo el tiempo los discos de Sprinsgsteen y tener la cara de Van Zandt grabada en mi cabeza. Él tenía algo parecido a Al Pacino en El Padrino, y cuando estábamos por hacer el piloto y Steven apareció en VH1 dando un discurso en el que se mostró muy carismático y divertido, yo me di cuenta que lo quería tener en mi programa”. Pero desde HBO no querían como protagonista a un músico sin experiencia en la actuación y, aunque le hicieron una audición, Van Zandt fue rechazado.
La segunda opción para Tony Soprano, era Ray Liotta, pero el actor no aceptó porque no quería atarse a una serie que podía prolongarse durante varios años. Sin demasiadas opciones, la directora de casting, Susan Fitzgerald, vio a a alguien en el film True Romance que le llamó la atención. Su nombre era James Gandolfini, y la mujer se comunicó con Chase para decirle que había encontrado a un posible aspirante a quedarse con el rol protagónico en Los Soprano. Al equipo creativo le alcanzaron con unas pocas pruebas con Gandolfini para confirmar que ese actor, dueño de una presencia imponente, era la opción ideal.
A lo largo de los años, ese actor se convirtió en el corazón de la serie, y en un hombre muy querido por sus compañeros. La generosidad de Gandolfini era inmensa, y cuando varios de sus colegas de elenco no pudieron lograr el salario que pretendían, él mismo donó de su sueldo esa diferencia, con el objetivo de mantener la paz en el rodaje (por actitudes como esa, es que no cuesta comprender el profundo dolor que atravesó a sus compañeros cuando él murió repentinamente a los 51 años).
Chase se acercó a Lorraine Braco para que interpretara a Carmela, pero la actriz sintió que ese rol se iba parecer demasiado al que hizo en Buenos muchachos, y por eso convenció al guionista de permitirle componer a la doctora Melfi. De ese modo, la esposa de Soprano quedó en manos de la gran Edie Falco.
Con la intención de conservar a Van Zandt en el elenco, Chase inventó a un personaje solo para dárselo al guitarrista, y así nació el peculiar Silvio Dante, consigliere de Tony. Un ex presidiario, dueño de un frondoso prontuario criminal, que comenzó a estudiar actuación en la cárcel, se convirtió en una de las grandes figuras de la serie. Esa es la historia de Tony Sirico, que interpretó a Paulie con una única condición: que su personaje nunca se convirtiera en informante del FBI. Por su parte, Michael Imperioli hizo una prueba de casting para el rol de Christopher, y si bien pensó había sido un desastre, la producción no tardó en llamarlo para comunicarle que se había quedado con uno de los personajes principales de la historia.
Armando Los Soprano
A finales de 1997, Chase terminó de dirigir el piloto. Los meses pasaban y desde HBO no había respuesta alguna. El guionista no sabía si el episodio había gustado o no, y cuando consideró que el canal probablemente iba a rechazar la propuesta, decidió llamarlos a una reunión para pedirles más dinero. Su intención era filmar un par de escenas más, con el objetivo de convertir ese piloto en un largometraje de dos horas. Pero nada de eso fue necesario, porque finalmente le informaron que la serie había sido aprobada y que debían poner en marcha la producción de doce episodios más, que conformaran la primera temporada. De esa manera, Los Soprano llegó a la televisión en enero de 1999, convirtiéndose rápidamente en uno de los mayores éxitos de esa señal .
A lo largo de los ocho años que se mantuvo al aire, la serie obtuvo una infinidad de premios y se enfrentó a todo tipo de disputas. Ante todo, el público se sorprendió por el modo de representar a las organizaciones mafiosas, y el FBI reveló que, en teléfonos intervenidos, solían escuchar a figuras de la mafia hablar de la serie y preguntar quién estaba filtrando información en HBO.
En la misma línea, Gandolfini confesó que en varias oportunidades, algunos presuntos mafiosos se le acercaron para felicitarlo por la verdad que le imprimía a su personaje. En la vereda opuesta, era habitual que representantes de la comunidad italoamericana en Estados Unidos, se expresaran en contra de la ficción por perpetuar estereotipos que dañaban la imagen de ese colectivo.
Otro de los desafíos inesperados que enfrentó la producción fue la muerte de Nancy Marchand, la actriz que personificaba a la madre del protagonista. En la tercera temporada, el eje debía girar alrededor de Tony buscando el modo de impedir que ella testificara en su contra, pero ante ese fallecimiento el guionista debió rehacer el esqueleto de la temporada.
Como sabían quienes trabajaban con él, Chase seguía muy de cerca los libretos, escribiéndolos él mismo y reescribiendo buen parte de los que realizaba su equipo. Esa actitud muchas veces lo llevó a tener algunas fricciones con los actores que pretendían improvisar , o cuando le cuestionaban el camino de alguno de sus personajes (“¿Y a vos quién te dijo que este personaje es tuyo?”, solía responderles Chase). Esa meticulosidad en el proceso creativo, derivó en que las pausas entre temporada y temporada fueran mucho más extensas que las de cualquier otra serie. Pero el contundente piso de calidad de cada episodio, le demostraba una y otra vez a HBO que Chase era el mejor capitán que podía tener este show.
La tele por sobre el cine
Chase lo contó una y mil veces: sus influencias para Tony provenían de Arthur Miller, Tennessee Williams y Federico Fellini. Con el tiempo, Los Soprano fue considerada la ficción que abrió las puertas a una nueva de edad de oro en la televisión. La ambición narrativa de esta historia, la complejidad de sus personajes y una puesta en escena que bebía del cine y no del acartonado estilo de los típicos dramas televisivos, le permitieron a muchos guionistas soñar con hacer sus propias Los Soprano. Vince Giligan, creador de Breaking Bad, aseguró que “nunca hubiera existido un Walter White sin antes un Tony Soprano”, y Matthew Weiner, responsable de Mad Men, escribió varios episodios de Los Soprano y de ahí tomó innumerables elementos para crear su épica publicitaria.
La importancia de la ficción de David Chase va mucho más allá de esa idea de empatizar con el villano, sino que tiene que ver con la construcción de protagonistas cuyos matices solo son posibles de desarrollar a través de numerosos episodios que indaguen en sus muchas aristas emocionales. Y esa forma de concebir su historia, era imposible de reflejar en el cine . Chase encontró el gran rasgo distintivo de la serie como estructura, y la explotó como nunca nadie lo había hecho antes.
Los Soprano se convirtió en un fenómeno imparable, las suscripciones a HBO aumentaban exponencialmente, y el público consumía con avidez esta historia. De golpe, la televisión había subido la vara en términos de calidad, y para muchos la televisión comenzaba a amenazar al cine como el entretenimiento masivo por excelencia . Quizá por eso, o quizá no, Martin Scorsese (cuya obra es influencia evidente para Tony), llamativamente comentó que luego de ver algunos episodios de Los Soprano no se enganchó, porque esa cultura de la mafia era muy distinta a la que él conocía. Pero algo era indudable, Los Soprano revolucionó la lógica del entretenimiento audiovisual e inauguró un período de libertad televisiva que aún hoy perdura.
Un fundido a negro (atención, a continuación spoilers sobre el final)
Las teorías con respecto a cómo podía cerrar la trama, eran miles. Que si a Tony lo mataban, que si iba preso o si había posibilidad de redimirlo. Y esa última escena con un inolvidable fundido a negro dejó a millones de espectadores intrigados y frustrados con respecto a qué había sucedido en ese pequeño comedero en el que se reunía la familia (y en el que llamativamente, a Meadow tanto le costaba “encajar”). Si bien Chase siempre procuró no dar ninguna pista, Michael Imperioli desarrolló una interesante teoría: “ David intentó poner el foco en esas pequeñas cosas que ves antes de morir. Vos recordás pequeños detalles que te llaman la atención y no sabes qué sucede después, porque ya te fuiste ”.
Alguna vez, David Lynch dijo que sus películas eran rompecabezas que el espectador podía armar como quisiera, porque no había una única forma de resolverlos. Y con ese final que literalmente dejó al público buceando en una respuesta no dada, Chase repitió ese ejercicio de dejar en manos de sus televidentes el imaginar qué sucedió con ese fenómeno inabarcable y fascinante que todavía es Tony Soprano.