Sorprendió en Canal 13, estuvo nominado al Martín Fierro y hoy se alejó de todo y hace casas flotantes
Fue el Inspector Marco en la telenovela Pobre Clara por Canal 11; Lúquez en Bajamar, la costa del silencio en el 9; y Subteman en microprogramas de humor. Pero el personaje por el que más se lo puede recordar quizás es uno en el que no dio la cara: El Mono que piensa, donde interpretaba al mono Eslaper en Canal 13, programa de divulgación científica que presentaba los grandes misterios del Universo y la especie humana y alcanzaba el mejor rating los domingos a la noche, allá por la década del 90.
Aníbal Guiser Gleyzer, actor de raza, hoy recuerda con orgullo aquel espacio nominado para el Martín Fierro como Mejor Programa Cultural-Educativo de la televisión argentina, que recibió además los Premios Broadcasting y Santa Clara de Asís por la calidad de su difusión académica.
Sonríe cuando rememora aquellos tiempos en que convirtió ese personaje en popular cuando iba y venía en medio de la vorágine diaria de la ciudad para grabar cada envío: “Llegué a un casting donde se presentaron un montón de actores y me eligieron; tuve esa dicha porque fue un trabajo muy interesante con el que de alguna manera le rendí homenaje a mis abuelos, Jacobo Gleyzer y Sara Aijen, fundadores del teatro popular judío IFT (Idisher Folks Teater) y padres del cineasta Raymundo Gleyzer”.
Un debut soñado con Niní Marshall y sus días como técnico de computadoras
Cuenta que en su niñez comenzó su carrera de actor. “Diría que fue a los seis años cuando mi tío Raimundo me hizo participar en un cortometraje cuando estudiaba cine en la Universidad de La Plata, haciendo un personaje de un niño que iba a comprar un barrilete a un kiosco que atendía Florentino Ameghino. Ya a los once hice un unipersonal en la escuela interpretando a un viejo gaucho, don Nicasio Alsina. Pero mi debut como profesional -porque me pagaron- ocurrió en una temporada de teatro en Necochea en un espectáculo que se llamó Una noche en la radio donde protagonizaban Niní Marshall y Juan Carlos Thorry. Fue una experiencia increíble estar cerca de esos grandes. Greta Gleyzer, mi mamá que cumplió 89, también fue actriz; yo llevaba en la sangre ese destino, estaba muy claro”, relata.
Siguió capacitándose en la Escuela de Teatro de Buenos Aires que dirigía Raúl Serrano, actividad que le llevaba tanto tiempo que tuvo que dejar una de sus pasiones deportivas, el vóley. Porque además por presión familiar de Benjamín, su padre, y de Marcos, su tío, estudiaba en la facultad porque ellos pretendían que fuera ingeniero, carrera que por sus deseos de ser actor fue dejando poco a poco. Como sí se había recibido de técnico en electrónica, trabajaba para mantenerse como service en una empresa japonesa de computadoras.
Mientras tanto seguía intentando crecer como actor sin valerse de los contactos de su padre industrial, que luego se volcó a la generación y producción de canales de televisión por cable, y a través del desarrollo de ese rubro llegó a hacerse muy amigo de Alejandro Romay.
Pese a tener la posibilidad de aprovechar esa relación con el zar de Canal 9 para posicionarse en el mundo del espectáculo, Aníbal prefirió abrirse camino por su cuenta. No tenía la mejor relación con su papá, pero se puso a producir en uno de sus varios canales en San Pedro...
Con un amigo empezaron a escribir guiones y crearon un programa infantil con producción local que fue un semillero de talentos: actrices, actores, editores, camarógrafos, uno de ellos un gran timonel y fan de la navegación. “Un día lo vi triste, mal, le pregunté: ‘Chiqui, ¿qué te pasa?’. Me contó que estaba bajoneado porque hacía rato que no andaba por el río, quería volver, pero le faltaba plata para tener una modesta embarcación. Y siempre quiso desde chico una que estaba abandonada. Sabía que había salido campeón argentino de regata, pero su dueño ya estaba grande y poco a poco se estaba hundiendo. Yo venía ganando mucha plata y me animé a comprarlo, lo restauramos y nos cansamos de ganar competencias, por eso lo bautizamos ‘El Terrible’”.
El amor por el Delta
Allí, además de su pasión por la navegación comenzó su amor por el Delta profundo y su vida cambió para siempre. Y como entre tantas cosas que estudió había logrado la Diplomatura en bioarquitectura en la UTN, pensó que podía aplicar todo lo que había aprendido. Eso despertó aún más su espíritu de aventura, mientras continuaba dirigiendo el canal de San Pedro y hacía El Mono que piensa para Canal 13.
Luego realizó una gran experiencia televisiva en Chile, hasta que le surgió la posibilidad de producir un documental sobre las comunidades latinas radicadas en Estados Unidos, proyecto que lo llevó a recorrer toda América. Fue una aventura gigantesca para una organización de museos en la que invirtió todo y hasta hipotecó su casa del barrio de Agronomía.
Corría el año 2000, el proyecto fracasó y Aníbal quedó con gran cantidad de deudas que saldó vendiendo su vivienda. Con lo que le quedó, pensó que ante semejante situación traumática la solución debía llegar por el lado de la tranquilidad. “Perdido por perdido dije: ‘Voy a doblar la apuesta y hacer algo que siempre quise, decidirme a vivir en el Delta con mi barco’. Me puse a averiguar y con la plata que me quedaba podía comprarme un predio. No lo dudé más. Estuve un año buscando el lugar desde Olivos hasta Campana. Todo lo que había con costas sobre el río me lo recorrí y me comieron los mosquitos. Hasta que encontré un campo maravilloso al lado del pueblito de Dique Luján, en los humedales, unas siete hectáreas. El dueño primero me lo quería vender y me alcanzaba con lo que me había quedado, pero después me subió el valor. Me ayudó un gran cineasta y amigo, Fernando Spiner, y pude lograrlo, me costó mucho, pero acá estoy, feliz en mi río”, confiesa.
Una nueva vida: naturaleza, perfil bajo y una idea en mente
Una vez instalado descubrió que con su amado Escarabajo modelo 58 podía estar, desde allí, en una hora en la ciudad. Por eso se le ocurrió crear un vecindario ecológico de casas flotantes con el objetivo de proteger los humedales y la naturaleza que lo rodeaban, porque estaba seguro de que se iba a valorizar. No se equivocó: “Así nació el Barrio Econáutico Hipocampo donde vivo en medio de la naturaleza en mi hogar flotante, que gracias a la permacultura –sistema de principios de diseño agrícola, económico, político y social basado en los patrones y las características del ecosistema natural- ha promovido una biodiversidad muchísimo mayor que la que teníamos en el momento que llegamos logrando una armonía total. Son todas casas moderna del siglo XXI con los lujos de una vivienda urbana pero sin contaminar”.
Aclara que no es un barrio cerrado y que desde entonces se dedicó a que los interesados en vivir de esa forma “no piensen que van a lograr un ‘buen negocio’, sino un ‘buen ocio’, creativo y en medio de un escenario de paz. La conciencia de los clientes está cambiando y eso va a transformar al mercado inmobiliario, que es una de mis misiones. Por eso fundamos Natural Estate, con el propósito de crear sitios habitables, ecovecindarios, emprendimientos y proyectos para quienes elijan una vida natural; produciendo sus propios alimentos, reciclando sus efluentes y residuos, generando su propia agua y energía. Así nació el Econáutico Hipocampo, con la idea de vivir sobre el agua, en Maschwitz, junto a los poblados de Dique Luján y Villa La Ñata. Allí crece día a día el primer vecindario de casas flotantes de bioarquitectura moderna abierto al río, diseñado especialmente para proteger los humedales. Pero sobre todo, asumiendo un positivo proceso de desarrollo individual y colectivo”, resume.
Aníbal afirma que su misión hoy es desarrollar lo que él bautizó como Burbujas del Mundo y vivir feliz, extrañando -y amando- a su orgullo, que es su hija Julieta, diseñadora textil y docente en la Universidad de Moreno: “Disfruto un nuevo estilo de vida armonizado con el entorno, con el ambiente natural. De esa manera más que vecinos o habitantes pasamos a ser como verdaderos guardianes de la naturaleza para ocuparla con la idea de protegerla y evitar que vengan los megabarrios cerrados y arrasen con todo. El objetivo esencial es valorizar la belleza de lo natural y generar otra forma de vínculos. Yo la llamo la civilización de la abundancia bio sustentable. Es lo que se viene en el mundo, transformar para evolucionar. Ojalá algún político lo pueda entender y desarrollarlo aún más en el país. Porque este proyecto es social y puede ayudar a comenzar a sacar a la gente de la pobreza generando abundancia”.