Suavecita es un alucinante tour de force de Camila Peralta
Suavecita. Autoría y dirección: Martín Bontempo. Intérprete: Camila Peralta. Arte: Uriel Cistaro. Luces: Fernando Chacoma. Música: Germán Severina. Maquillaje: Adam Efron. Producción ejecutiva: Alejandra Menalled. Sala: NÜN Teatro Bar, Juan Ramírez de Velasco 419. Funciones: jueves, a las 21. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Entre tantos momentos únicos que el teatro regala a sus amantes, el más gozoso es el de la actuación, aquel en que el actor o la actriz lleva al espectador a otra realidad más vigorosa que la propia. No tiene nada de raro en nuestras dramáticas ciudades donde siempre quedará lugar para superar el asombro. Sin embargo, en medio de este caldero hirviente de intérpretes excepcionales, lo que hace Camila Peralta en Suavecita es pura felicidad.
El autor y director Martín Bontempo ubica a su único personaje en una situación bien delimitada. “Suavecita“, así la llaman en el hospital, es una mujer de escasos recursos, madre de una nena, que trabaja contratada por uno de los médicos para la específica tarea de otorgar placer sexual a pacientes terminales. Cuando los “atiende”, entra en estado de trance, poseída por la fantasía de estos seres postrados a quienes la energía vital, liberada por el poder de la peculiar enfermera médium, logrará salvarlos de la muerte. Ante semejantes logros, Suavecita comienza a generar esperanza y devoción casi religiosa entre los desahuciados del barrio y alrededores. Heroína del suburbio a su pesar, descubre un poder que no eligió y un destino que nunca había imaginado.
En cierto sentido, Suavecita es la parodia de la fundación de un mito, el oscuro nacimiento de una santa popular. Pero estos esbozos aparecen bastante después de salir de la concurrida sala NÜN, en Villa Crespo. Porque lo que prima mientras la vemos es el despliegue de la actriz Camila Peralta, la misma de Pequeña Pamela, de Mariana Chaud (vuelve en septiembre); de Un tiro cada uno, de Mariana De La Mata, Consuelo Iturraspe y Laura Sbdar (ahora en Dumont 4040); y de las series División Palermo, Planners y Casi feliz.
La actriz pasa de un estado a otro con versatilidad, con fluidez, con una verdad que envuelve al público como el mejor truco de magia: queremos verlo una y otra vez, aunque no podamos dilucidar cómo la trabajadora explotada y modosita que quiere mejorar la vida de su hija, se transforma en cada una de las bombas eróticas sacadas del imaginario de moribundos sometidos por la ciencia a un experimento no convencional. Peralta muta a una especie de misteriosa Coca Sarli, a una chica que carga nafta, a una anciana arrebatada de pasión por su vecina, a una María Magdalena que aconseja sacarle mejor tajada al servicio prestado. Y podría seguir el tour de force imparable (y correr el riesgo de agotar el procedimiento a una sucesión de sketches humorísticos) pero el director encauza el final orientado por la pregunta central: ¿qué hacer cuando se tiene un don extraordinario?
La puesta saca partido de cada uno de los elementos que aparecen en escena. Desde el vestuario (un saco holgado y sin gracia hace la diferencia en cada desdoblamiento de personajes) y el maquillaje (que acentúa un efecto de mirada a otra realidad), hasta el sugestivo uso de las luces y sombras a través de una tela. En esa fría habitación de hospital mudada en segundos a laboratorio de libido, una muy talentosa actriz hace el milagro sin dejar ningún espacio de duda.