Succession: la serie de HBO se despidió con un episodio frenético a la altura de toda su marcha
Después de cuatro temporadas y 39 episodios repletos de intrigas, traiciones y ambiciones desmedidas, finalmente Succession cumplió con la promesa de su título y su premisa inicial y eligió al heredero del imperio de Logan Roy, el déspota que en vida y desde la tumba manipuló a los suyos sin descanso. La ficción de HBO creada por Jesse Armstrong se despidió con el mismo tono que desarrolló toda su historia. Fiel a su propósito inicial, la sátira hizo de la búsqueda de poder y dinero una comedia de enredos que solo podía terminar en tragedia para sus protagonistas.
Los tres hijos del patriarca que desde el inicio ambicionaban ocupar el trono, Kendall (Jeremy Strong), Shiv (Sarah Snook) y Roman (Kieran Culkin) cumplieron con la profecía de su padre. Ninguno estuvo a la altura de pasar siquiera una hora en el sillón que su muerte dejó vacante. La sombra de su ausencia oscureció el porvenir de los chicos, de los delirantes niños ricos con demasiada tristeza. Aunque muchos espectadores lamentaran por demasiado temprana la muerte de Logan en el tercer episodio y la ausencia del portentoso Brian Cox en el resto de la temporada final lo cierto es que esa decisión de los creadores ayudó para confirmar, una vez más y para siempre la incapacidad absoluta de sus hijos para conectar con el mundo real. Como su padre carecían de empatía pero a diferencia de él sin tener la inteligencia ni la astucia para hacer de su falta una virtud.
La mirada sobre el mundo de los Roy que construyó el programa desde el principio estuvo marcada por un desprecio apenas velado por todo su ambiente lo que quedó confirmado cuando en el último aliento de la trama la corona fue a parar a uno de sus personajes más despreciables. Que el arrastrado y advenedizo Tom Wambsgans (Matthew MacFadyen) haya sido nombrado CEO por el nuevo dueño de Waystar reforzó la idea de que en el universo de miserables él con su aparente falta total de dignidad era el único candidato posible para el puesto. Y que el único capaz de arrebatárselo era su esbirro y discípulo, el primo Greg (Nicholas Braun).
A la hora de las definiciones, ni la certeza de Kendall de que fuera de la empresa no le quedaban muchas razones para estar vivo, ni el derrumbe emocional de Roman quebrado entre su incapacidad y su inmadurez congénita, ni la facilidad para la traición de Shiobhan, cuyo apodo, Shiv -que en inglés refiere a una faca y/o a la traición-, la predispuso desde el inicio, pudieron torcer la conclusión inevitable: los chicos de Logan no tenían la pasta de líderes que ellos imaginaban tener.
Con una duración de algo menos de 90 minutos el último episodio de la serie mantuvo la puesta en escena al ritmo frenético que fue su marca, planos secuencias con las cámaras inquietas que capturaron no solo lo que ocurría en primer plano sino también los tejes y manejes del fondo. Como si se tratara de un tren sin frenos y a punto de descarrilar, el capítulo se subió al exceso de confianza de Kendall en su futuro como presidente de la compañía y en su capacidad para evitar la venta a Mattson (Alexander Skarsgard), el sueco dispuesto a jugar al rompecabezas con el imperio de los Roy y aceleró hasta poner a los tres hermanos frente a frente, cada uno en su propia burbuja maníaca pero sobre todo Kendall, tal vez el más trágico de todos. El hijo mayor-sacando a Connor, claro-, al que le prometieron las llaves del reino solo para cambiarle la cerradura en el último segundo, el adversario de paja de su padre de hierro, un personaje tan patético como atractivo que Jeremy Strong construyó sin fisuras aún cuando su criatura estuviera repleto de ellas.
En una historia contada desde la perspectiva de los villanos, la marcha de los tres chicos ricos fue tan entretenida de ver justamente porque parecía que los límites morales y éticos no existían para ellos. Así, cualquier resquicio de poder que consiguió Roman a lo largo del relato demostró que detrás de la fachada del bufón de la corte esperaba agazapado un megalómano escondido detrás de sus excentricidades y sus chistes de mal gusto. Del alivio cómico del comienzo, Culkin logró llevar a su personaje más allá del límite, expuesto, en carne viva y derrotado por su propia mano.
“A él lo odio pero a vos te tengo miedo. Él será insoportable y vos serías un desastre”, sentencia Shiv en el último episodio en un raro momento de sinceridad para el personaje que durante cuatro temporadas jugó a las escondidas, a protegerse de las ofensas reales y autopercibidas y que más allá de sus muchas maniobras al final no pudo evitar el obstáculo insalvable de ser una mujer en un mundo de tiburones. El extraordinario trabajo de Snook para transitar la montaña rusa emocional de su personaje quedará como uno de los hitos fundamentales de la serie que llegó al final cínico e infeliz que sus personajes merecían.